Jaume Balmes Urpià

Jaume Balmes Urpià

lunes, 30 de mayo de 2011

Bisbe de Vic- JOSEP TORRAS y BAGES – Discurso titulado "Nuestra Unidad y Nuestra Universalidad" - VII

VII

El sagrado depósito de las verdades reveladas es la levadura que ha de sazonar á toda la masa humana; y aun cuando es cierto que hay varias ciencias que por su naturaleza no son ni gentiles ni cristianas, ni católicas ni protestantes, que la Iglesia ni siquiera sujeta á censura, no obstante, en el uso de las mismas el cristiano ha de tener siempre una dirección y referirlas á Dios, porque «universa propter semetipsum operatus est Dominus» el Señor lo hizo todo para sus designios (Prov. XVI, 4.), pues El es el fin universal y en El han de converger todas las cosas criadas.

Nunca nos es lícito abandonar la doctrina de la unidad. Misit ancillas suas vocare ad arcem (Sap. IX, 3.), dice el sagrado texto, y quien llama á sus criadas á su alcázar, es la Sabiduría, soberana indiscutible á quien por naturaleza corresponde regir y ordenar todas las cosas; y Santo Tomás aplica el texto citado á la ciencia que se ocupa de Dios, superior en todos los conceptos á las demás ciencias especulativas y prácticas, siendo evidente la inferioridad respectiva de éstas, no sólo por el altísimo objeto que estudia la ciencia sagrada, el Ser infinito, no sólo por el magnífico testimonio que de El mismo aun en el orden natural, dan las cosas criadas, sino que aun más por las interioridades que plugo á la Divina Bondad revelarnos de sí mismo, y la ciencia sagrada nos explica. Por esto sin duda el Angélico Maestro nunca se desprende de la revelación, que es la más luminosa y segura Sabiduría; y a pesar de ser él un atleta invencible de la razón, hasta en sus obras de controversia, en sus obras apologéticas dirigidas contra los gentiles, es decir, contra aquellos que no admiten la revelación cristiana, ó sea las verdades de la fe, del contenido de las sagradas escrituras, hace arma de lucha, que en sus manos es mortífera contra los enemigos de la Iglesia.

¿Quien puede dudar de la eficacia que aun en el orden natural tiene la Sagrada Biblia?

¿No ha sido ella, bajo el magisterio de la Iglesia, como demuestra Balmes, el libro de texto de la civilización europea? ¿No es este libro único y divino, entre todos los que existen en la tierra, el que más posee el don de la penetración espiritual, sin distinción de épocas y de países, en todo el linaje humano? Es claro que las necesidades de la controversia ocasionada por las impugnaciones de los heterodoxos contra nuestros Libros santos, han exigido de parte de los católicos un profundo estudio crítico sobre los mismos, estudio que todos debemos proteger y fomentar, porque es la defensa armada contra los enemigos de nuestra santa fe; pero también es cierto que continuamente debemos excitar á la lectura y á la meditación humilde y piadosa de la Sagrada Biblia que robustece el espíritu, abre las potencias iluminando con inefables resplandores la inteligencia, más que la doctrina de todos los filósofos del mundo, llenando el corazón de más altos y generosos sentimientos que los poetas más excelsos, robusteciendo la voluntad y conduciéndola al heroísmo de la vida más que la lectura de los más insignes moralistas, é impele hacia Dios con una fuerza suavísima y continua, porque aquella es la palabra de Dios que habla al hombre; y Dios habla á los hombres para atraérselos á Sí. El estudio pues de la Biblia bajo su aspecto crítico y científico es hoy, como nos lo enseña al crear la facultad bíblica la Santa Iglesia romana, madre y maestra de todas las iglesias del mundo, una necesidad imprescindible; los santos Libros y la Tradición de la Iglesia son como el acueducto por el cual plugo á Dios comunicar á los hombres la Verdad eterna, la doctrina de salvación, y así como una ciudad terrena defiende á toda costa el acueducto, que le surte de las aguas necesarias para alimentar á sus habitantes, contra los enemigos que quisieren destruirlo, así también la ciudad de Dios, la Santa Iglesia católica guarda y defiende con exquisitos cuidados contra los continuos ataques del enemigo, el cauce de las aguas de vida, la Palabra tradicional ó escrita, que desde Dios va al linaje humano para conducirle á la eternidad.

Pero de ninguna manera el estudio crítico ha de impedir la devota y humilde meditación de las Sagradas Escrituras. La doctrina en ellas contenida es aquel río caudaloso que alegra á la ciudad de Dios, y santifica su tabernáculo aquí en la tierra. Los antiguos Padres nos exhortan con el mayor encarecimiento á esta meditación y estudio, y la Iglesia nuestra madre hace de las Sagradas Escrituras el continuo alimento espiritual no sólo de todos sus ministros, sino que aun también de todos sus fieles. Porque es alimento y alimento divino que comunica vigor de vida á los que de él se nutren; y el vigor y la destreza hacen el atleta, y siendo el propugnador de la fe católica el apologista, un atleta espiritual, su primera condición consiste en la posesión de la fuerza sobrenatural que recibe el entendimiento con la meditación de las Sagradas Escrituras, y en la destreza que proporciona para la discusión con los adversarios, el conocimiento crítico de las mismas. La virtud iluminativa de su meditación está, como sabéis, recomendada con frecuencia en las páginas de la Biblia: «Declaratio sermonum tuorum illuminat et intellectum dat parvulis» ( Ps. CXVIII, 130.).

lunes, 23 de mayo de 2011

Bisbe de Vic- JOSEP TORRAS y BAGES – Discurso titulado "Nuestra Unidad y Nuestra Universalidad" - VI

VI

Y esta unidad que tan maravillosamente resplandece en el Sol de las escuelas, ahora más que nunca debemos guardarla dentro del inmenso campo de las ciencias, hoy con febril actividad cultivado, porque ha reaparecido la antigua herejía que anatematizó el Apóstol San Juan de una manera gráfica, la herejía de los que querían deshacer á Jesús; pero hoy en inmensas proporciones, porque del cuerpo místico de Jesucristo, que es toda la humanidad cristiana, quieren separar su espíritu, y es claro que la mejor manera de matar un cuerpo es separarle del espíritu.

Y no obstante es tan vehemente el impulso que el linaje humano ha recibido hacia la unidad, que un gran número de errores y de herejías se origina de esta sublime aspiración, que se extravía por caminos perdidos. Hoy mismo la pasión de la unidad se manifiesta por diversas aberraciones tanto en el orden especulativo, como en el orden práctico. El modernismo filosófico y místico es una de las manifestaciones de tal aberración. Aquel mundo interno de la subconciencia que va revelándose en los hombres, aquel pragmatismo que se desenvuelve con el movimiento de la vida y que identifica la vida con la Ley, constituye el prólogo y la introducción, es como el vestíbulo de un panteísmo fino y culto, pero que en cuanto á la sustancia se identifica con el panteísmo grosero de aquellos primitivos que afirmaban que el mundo era un inmenso animal vivo. Ellos son espíritus de gusto delicado que no pueden conformarse con la grosería del materialismo, pero no comprenden que los espíritus se desvanecen del mundo de la realidad, se ahogan, sin aquel Espíritu infinito, perfectísimo, principio y fin de todas las cosas, que es el Dios vivo de los cristianos, que enlaza á los distintos seres en una amorosa jerarquía que termina en el amor infinito. No llegan á comprender, por falta de humildad, la suma Inteligencia y el sumo Amor de la Soberana Sustancia en la cual nos enseña San Pablo (Act. XVII, 28.) que vivimos, nos movemos y existimos. No comprenden la conjunción de la unidad y la distinción, cuya sublime fecundidad nos enseña la revelación cristiana, y se ahogan en la estéril unidad del panteísmo. Huyen del misterio y caen en el absurdo. No comprenden la doctrina de San Pablo que nos enseña que el que santifica y los santificados todos proceden de uno (Hebr. II, 11.), que la cabeza de la humanidad es Cristo, y la cabeza de Cristo es Dios (1.ª Cor. XI, 3.). No comprenden aquella unidad divina por virtud de la cual la gracia circula por todos los miembros y produce la unidad de la vida; y por no sujetarse á las enseñanzas de Dios, y satisfacer su apetito de unidad, se forjan ellos mismos una unidad monstruosa, y se hacen un dios muerto que ellos mismos engendran en las entrañas de su vanidad, sin que nunca pueda llegar á darles el consuelo de la vida, porque el tal dios nunca ha tenido vida. Es el ídolo, que no es nada, forjado por los hombres para satisfacer la imperiosa necesidad de la adoración que ellos, rebeldes, se resisten á pagar al Dios vivo. Es el ateísmo disfrazado, porque si todo es dios, no hay Dios.

Y en el orden práctico también los que huyen de Dios se sienten poseídos del desenfrenado apetito de unidad é intentan una sociedad fastidiosa é irresistible, de una monotonía mortal, de una nivelación absoluta, impeditiva del desarrollo del linaje humano, al cual quieren fundir de nuevo en un molde por ellos ideado, como si fuera materia muerta, como si la humanidad no tuviera en sí misma el germen de la vida social que espontáneamente ha de desenvolverse. No comprenden que la vida requiere diversidad de órganos, de miembros, y que la cabeza perfecciona al cuerpo; y como ellos quieren eliminar á Dios de la sociedad, les queda una sociedad acéfala y monstruosa, un cuerpo decapitado; de manera que buscando la unidad de nuestro linaje fuera de Dios, queriendo borrar todas las diferencias, encuentran la disolución, porque un cuerpo sin cabeza ya no es cuerpo, es un tronco. ¿Y cual será la cabeza de la humanidad si no lo es Dios?

No pueden llegar á la concepción de la unidad del cuerpo social con diversidad de órganos y de miembros, pero con identidad de vida en todos ellos, que de una manera tan sencilla y admirable nos describe el apóstol San Pablo.

Ellos, los modernistas y los socialistas, no quieren conocer la naturaleza de la Iglesia, y pretenden legitimar sus subversivas aspiraciones suponiendo que la Iglesia es un odre viejo incapaz de contener el vino nuevo, cuando es precisamente una cosa del todo distinta. La Iglesia es toda la humanidad, no la de ayer ó la de hoy, es la humanidad de cada día, elevada á un orden sobrenatural. Es enemiga del estancamiento; porque es vida, y la vida es movimiento, y un gran número de sectas, principalmente la Protestante, han atacado la Iglesia romana bajo el pretexto de que se había movido, y había sido infiel á su divino esposo Jesús nuestro Señor, cuando precisamente El la fundó con la palabra ite, id, discurrid por todas la generaciones; como el Criador manda á los ríos que discurran por distintas comarcas para fertilizarlas con sus aguas. Las aguas de la divina revelación son siempre las mismas, pero su cauce varía, unas veces se extiende majestuosamente por las llanuras, otras va muy estrecho pero muy hondo, otras se precipita por las cascadas, pero el río es siempre el mismo; así la santa madre Iglesia ya domine libremente como madre y señora en la sociedad humana, ya esté perseguida por las potestades terrenas, ó casi quede oculta bajo la maleza de las malas pasiones, ella es siempre la misma, y va haciendo su curso á través de todas las generaciones para salvar á los hombres de buena voluntad, y sostener el reino de Dios en la tierra. La Iglesia de las catacumbas es la misma, como ya enseñó Santo Tomás, que después crió la Europa en su regazo, que monarquías y repúblicas sirvieron con filial afecto, y que tuvo ejércitos, y ejerció una alta potestad política. Como es la misma cuando es maestra única y universal de la sociedad, que cuando la soberbia humana se vale de las ciencias, como de armas de guerra para destruirla.

lunes, 16 de mayo de 2011

Bisbe de Vic- JOSEP TORRAS y BAGES – Discurso titulado "Nuestra Unidad y Nuestra Universalidad" - V

V

Porque todos sabemos muy bien, Señores, que Jesucristo, Señor nuestro, no es fundador de una Academia, ó de una escuela científica, pues aunque es claro que la Iglesia es una inmensa escuela, pero es una escuela sui generis, de una pedagogía incomparable y única, de una ciencia trascendental en el sentido más alto de la palabra, y muy distinta de las ciencias humanas. Por esto Balmes, hablando de la manera de llevar á la religión las almas que están fuera de la misma, escribe estas palabras que debemos meditar profundamente todos los ministros de la Iglesia:

«Para creer no basta haber estudiado la religión, sino que es necesaria la gracia del Espíritu Santo. Mucho fuera de desear que de esta verdad se convenciesen los que se imaginan que no hay aquí otra cosa que una mera cuestión de ciencia, y que para nada entran las bondades del Altísimo... ¿quién ha hecho más conversiones los sabios ó los santos? San Francisco de Sales no compuso ninguna obra que bajo el aspecto de la polémica se llegue á la historia de las Variaciones de Bossuet; y yo dudo, sin embargo que las conversiones á que esta obra dio lugar, a pesar de ser tantas, alcancen ni con mucho á las que se debieron á la angélica unción del Santo Obispo de Ginebra» (Cartas á un escéptico, p. 113, edic. 9.ª.).

Y no es que Balmes, al trazar los límites de la razón de la cual hizo un uso tan excelso, sea enemigo de la ciencia, á la cual la Iglesia siempre ha protegido y amado, y Santo Tomás (1.a, 2.ae Q. XCVII a. 1.) ha reconocido su natural virtud progresiva, y el Concilio Vaticano al tratar de la fe exhorta también vehementemente al progreso científico; (De Fides et Ratione, Cap. IV.) pero nuestro gran escritor reconociendo al raciocinio como elemento director en la difusión de la Verdad eterna, admite en esta noble empresa, siempre bajo el impulso del Espíritu Santo, la cooperación universal, como la obra humana por excelencia, ó mejor dicho, como la obra suma de Dios en el linaje humano; y es porque Balmes es discípulo de Santo Tomás, y todos los que hemos dedicado algún rato al estudio y meditación de la Summa del Angélico Maestro, hemos visto en esta obra, no una construcción científica de un ingenio particular, una obra individualista, sino la cooperación de todo el linaje humano, de filósofos y poetas, historiadores y jurisconsultos, políticos y eremitas, gentiles y cristianos, de las costumbres populares, de la observación interna y externa, de los ejemplos y sentencias de los Santos, y hemos tenido que admitirla como el sufragio depurado de la universal humanidad, guiado, ilustrado y ungido por la gracia del Espíritu Santo.

En esto los grandes escolásticos, á quienes se tiene por exclusivistas, nos dejaron maravillosos ejemplos de amplitud de espíritu. De ellos es la sentencia : verum a quocumque dicatur, a Spiritu Sancto est. El amor de la Verdad hacía que la recogiesen doquiera que la hallasen; y como un tributo de afecto personal quiero citar aquí á mi ilustre coterráneo, el gran apologista Ramón Martí, de la orden de Predicadores, autor del Pugio Fidei, discípulo predilecto de San Raymundo de Penyafort, que en su Explanatio Simboli, recientemente publicada, se complace en aducir en la exposición del dogma católico, las teorías metafísicas de los filósofos sarracenos, como Santo Tomás hace converger en la luz cristiana, la luz intelectual de todos aquellos que con espíritu sincero buscaron la verdad.

Y este procedimiento apologético tiene una suma congruencia con la noción de Iglesia que nos dieron los más antiguos Padres (Franzelin : Theses de Ecclesia Christi 1.a.). «Ecclesia proprie dicitur, quod omnes vocantur et in unum congregantur», y con la fórmula sintética de Franzelin (id. XVII.) cuando dice que la Iglesia de Jesucristo es mundus supernaturaliter transformatus. Porque Jesucristo es el heredero de la gran familia humana, y todo lo verdadero, justo y bello á Él se encamina y á Él conduce, porque de Él, del Verbo, viene, y por esto San Pablo decía á los Filipenses : todo lo que es conforme á la verdad, todo lo que respira pureza, todo lo justo, todo lo que es santo, todo lo que os haga amables, todo lo que sirve al buen nombre, toda virtud, toda disciplina loable, esto sea vuestro estudio (Philip, IV, 8.). Porque todo esto conduce á Dios.

Pero es necesario, Señores, que distingamos lo transitorio de lo eterno. Hay cosas útiles, respetables y bellas, que la poderosa corriente de los siglos arrastra, que las transformaciones externas que sufre la humanidad disipan; hay cosas que mueren y cosas inmortales, y por mucho que amemos esas cosas que mueren no debemos divinizarlas, porque sólo Dios es eterno y sólo su Iglesia interminable. Plugo al Altísimo establecer la sucesión de los siglos y la sucesión significa variación. Un mundo inmutable sería un mundo fastidioso; Dios es inmutable porque es esencialmente perfecto; pero la criatura imperfecta, si fuese inmutable, sería paralítica, y por consiguiente no fuera viadora como nos enseña que somos la Iglesia nuestra Madre; é impedir el curso social sería impedir la misma vida de la sociedad. En esta, lo mismo que en la persona humana, hay un elemento permanente, pero hay otro variable, que es tal por la misma naturaleza de las cosas. Por esto en ocasión solemne nuestro Balmes escribió las siguientes palabras : «Los principios no perecen, es verdad, pero se entiende los principios de la religión, de la moral, de la razón; pero las obras humanas que á veces con demasiada arrogancia se dan el nombre de principio, están destinadas á modificarse, á transformarse : evitar obstinadamente la transformación es precipitar la muerte» ( República Francesa.).

Sólo la Iglesia puede gloriarse, entre todas las instituciones del mundo, de tener una forma inmutable, porque la recibió directamente del mismo Dios.

Y ahora, Señores, pues que más que hombre de ciencia soy pastor de almas, permitidme que otra vez aluda á la humildad como ingrediente necesario hasta en las construcciones científicas del apologista, que otra vez recuerde la humildad es verdad de Santa Teresa, que me autorice con el abneget semetipsum de Nuestro divino Maestro, opuesto al exclusivismo que domina casi universalmente á los filósofos y á los doctores mundanos, que se mueren por la originalidad, lo cual conduce á que sus obras sean personales, es decir de un hombre, y un hombre por sí es nada, por grande que él se crea; al paso que las obras de nuestros doctores, de Santo Tomás de un modo eminentísimo, no son la obra de un hombre aislado, una creación personal, al conocer la cual conocemos un hombre más, aunque sea de mayor talla intelectual que sus contemporáneos; las obras de nuestros grandes escritores nos dan á conocer ciertamente un espíritu individual, pero fecundado por una influencia universal y plena, de manera que ellos se universalizan, son representaciones de la humanidad, que por esto decimos la ciencia católica, porque nuestra ciencia no tiene limitaciones, siendo una acusación falsa la de que la Iglesia pone límites á la ciencia, pues la deja toda su espontaneidad; que si limitaciones tiene la ciencia no dependen de disposiciones ó preceptos externos de la Iglesia, sino de insuficiencia de nuestra naturaleza, de la intrínseca limitación de nuestras facultades; porque la revelación divina no es una limitación, antes al revés es una dilatación de los horizontes, nos da conocimiento más luminoso del mundo de los espíritus, explica las antinomias de nuestra naturaleza, nos da la clave de la historia y nos manifiesta el principio de nuestro linaje, y su fin; y con certitud nos señala el camino que debemos seguir para alcanzarle.

Y este carácter que distingue á la ciencia católica, este carácter universal y comprensivo que llama á sí todos los elementos sanos humanos, es una consecuencia de que el Verbo se hiciese carne y habitase con nosotros, porque ya dijo nuestro Jesús: «cuando seré elevado sobre la tierra todo lo atraeré hacia mí» (Joan. XII, 32.). Y la apologética cristiana tiene por objeto llevar á los hombres al conocimiento y amor de Dios, declarando las excelencias de la religión, combatiendo los errores que se le oponen, enlazando la humanidad con la divinidad, como el Verbo tomando carne juntó la naturaleza divina y la humana. Y como la Iglesia es un cuerpo vivo, según nos enseña San Pablo, se asimila todo lo bueno nuevo que va apareciendo en la humanidad con el desenvolvimiento de los siglos, porque el Espíritu Santo nunca la abandona y va vivificando todas las generaciones, aquellas inmensas generaciones que fueron prometidas á Abraham y que son la descendencia espiritual del Ungido del Señor, que perseverarán en la tierra a pesar de todas las persecuciones hasta el último día del mundo, hasta que quede triunfante el divino Restaurador, y establecido definitivamente su reino eterno.

Porque la ciencia católica es una ciencia de vida, una y universal, es el resplandor de la Iglesia viva, una y universal, que quiere que la humanidad sea una, juntando todos los elementos con un lazo inmenso de vida, que es Dios. Por esto el Romano Pontífice, Vicario de Cristo y cabeza visible de la cristiandad, ha proclamado á Santo Tomás maestro de las escuelas cristianas, por la unidad y la universalidad de la doctrina del santo doctor, doctrina siempre viva y vivificante en su sustancia, porque recibió de Dios el don de descubrir el misterio que enlaza toda la jerarquía de la existencia, aquel misterio de la mística unidad universal, por la cual con sublime ternura en la hora más solemne de su vida, rogó Jesús al Padre celestial: ego in eis, et tu in me: ut sint consummati in unum; como nos explica el evangelista San Juan en su capítulo XVII.

Y este misterio, que es el misterio constitutivo del cristianismo, llena las páginas que escribió el Angélico Maestro, y como el misterio es inefable y de una comprensión infinita, la razón se queda corta; y por esto, guiado por el Espíritu Santo, el Maestro de las escuelas cristianas reúne todas las luces de la tierra con la luz del Cielo, y... fecit utraque unum, unió la razón y la fe llevando la inteligencia humana hasta los límites del infinito, siendo su ciencia una de las irradiaciones más fieles del Verbo hecho carne.

martes, 10 de mayo de 2011

Bisbe de Vic- JOSEP TORRAS y BAGES – Discurso titulado "Nuestra Unidad y Nuestra Universalidad" - IV

IV

Para la defensa de la Religión, en su labor apologética, Balmes se coloca en el verdadero terreno. No sin merecerlo se le califica de filósofo, y sin perder nunca de vista la revelación divina, se entregó á la contemplación metafísica, y concede suma importancia á la filosofía. «Cuando todos los filósofos disputan, dice textualmente, disputa en cierto modo la humanidad misma.» Más en la misma página escribe: «no doy demasiada importancia á las opiniones de los filósofos, y estoy lejos de creer que deban ser considerados como legítimos representantes de la razón humana » (Filosofía Fundamental, c. I.).

Y Balmes pensaba así, como todos los grandes talentos, porque consideraba al hombre en toda su integridad, le veía en todos sus aspectos y no creía que la inteligencia, que la voluntad, que los sentidos, que el alma, que el cuerpo, cada cosa de por sí, fuera todo el hombre; sino que el hombre es una complejidad de alma y cuerpo, de potencias y sentidos, de cielo y tierra. De manera que es la antítesis del sectario, del hombre que considera solo pedazos de la existencia y la divide; y que es racionalista ó positivista y se guía ó por la especulación mental ó por la experiencia, y anda en busca de la verdad ó en las interioridades de su propia conciencia ó en los poblados espacios del mundo exterior, y oye solamente ó el lenguaje con que le hablan las cosas de la tierra, ó las voces que vienen del cielo.
Balmes, como la Iglesia, de la cual el grande escritor sólo aspiraba á ser un eco fiel, no se dirigía á una sola clase de hombres, á disecciones humanas ó á complicaciones humanas, se dirigía al hombre tal cual es, no al hombre dividido ó deformado, sino á la criatura espiritual y corporal á la vez, intermedia entre el cielo y la tierra, centro armónico de un sistema universal del cual es un maravilloso compendio, criatura viadora en período de trabajoso perfeccionamiento, en situación de revoluciones internas acérrimas, pero iluminado y auxiliado por interiores comunicaciones, que en la plenitud de los tiempos estableció en la tierra con medios visibles y permanentes el Hijo del Eterno hecho hombre. Por esto Balmes al formular su Criterio, al establecer las reglas del arte de pensar, no es fantástico, sino muy realista, muy humano, como la Iglesia nuestra madre; y ahora permitidme que sujete á vuestro juicio, pues muchos de los que me escucháis sois más competentes que yo en la filosofía, una observación acerca de una cierta semejanza general de fondo entre nuestro Balmes y otro gran espíritu contemporáneo suyo, cuya influencia en una buena parte del mundo justifica la importancia que se le tributa, aunque no siempre con intención pura. Entre el Criterio de Balmes y la Grammar of Assent de Newman me parece que hay una cierta analogía de procedimiento apologético, y que establecen una preparación semejante como camino para llegar á la verdad sobrenatural. Procedimiento de que el antiguo hereje de Oxford, después cardenal de la Santa Iglesia romana, da como un símbolo en el lema que pone al frente de su libro, sacado del gran Padre de la Iglesia San Ambrosio: «non in dialectica complacuit Deo salvum facere populum suum». Balmes es más claro, más sólido, más al alcance de todo el mundo, menos expuesto al abuso que el excelso fundador de los filipenses ingleses; pero ambos coinciden á su manera cuando trazan el camino para llegar á la Verdad. Indudablemente Balmes manifiesta más su filiación tomista, cuya doctrina constituía, y aun afortunadamente constituye, el ambiente teológico de esta nuestra querida tierra; pero el tomismo, como todas las grandes doctrinas, es comprensivo y asimilativo, no tiene atados á sus discípulos, posee extensísimos horizontes, y moviéndose generalmente Balmes dentro de los mismos, se aprovecha, como continuamente lo hace el angélico Maestro, de la experiencia, del sentido común, de las exigencias de nuestra conciencia, de la tradición humana; y reconociendo en la inteligencia la supremacía entre todas nuestras facultades, oye no obstante la voz de las restantes, porque ni la inteligencia es infalible, ni las otras facultades nulas; y tanto Balmes como Newman explícitamente enseñan que á la Verdad divina puede llegarse por distintos caminos. Y no sin motivo en este Congreso, que es un homenaje á Balmes, me entretengo en hacer observar la semejanza apologética que encuentro entre nuestro insigne escritor y el famoso escritor de Oxford, á quien Balmes cita (I.a Sociedad, vol. I, pág. 204, edic. 1ª.) con amor en sus escritos, contemplando la evolución por la que entonces ya se dirigía á nuestra santa madre la Iglesia católica y romana, dentro de la cual ya Newman, tuvo comunicación espiritual con los piadosísimos filipenses de Vich; no sin motivo, repito, hago observar la cierta analogía del Criterio de Balmes y de la Gramática del asentimiento de Newman, libros ambos que contienen el procedimiento que sus respectivos autores consideraban adecuado para conducir los hombres á la Verdad, porque el procedimiento de Newman queda avalorado por el ejemplo de el mismo, pues andando por su camino, él, el hereje anglicano y enemigo acérrimo de la Iglesia Romana, llegó felizmente á la misma, donde llevó santa vida y mereció que el Papa León XIII le condecorase con la púrpura cardenalicia.

La fe es un obsequio racional que la criatura limitada debe al Ser infinito, de quien ha recibido la existencia; por esto entre la revelación y la razón hay una íntima alianza, por esto existe una verdadera y solidísima ciencia de la fe, de manera que es indudable que el edificio científico más sólido y más harmónico que ha construido la inteligencia humana es la ciencia de la doctrina revelada; y Santo Tomás es tan alabado de la Iglesia y propuesto por ella como maestro de la ciencia católica, porque juntando harmónicamente la razón y la fe, la verdad natural y la sobrenatural, produjo una manifestación sublime del pensamiento cristiano: uno y universal. Pero una cosa es el castillo inexpugnable de la ciencia de la fe, y otra la difusión de esta virtud sobrenatural en las almas que desgraciadamente están lejos de la misma. Ha de haber una táctica en la lucha de los espíritus como la hay en todos los pugilatos. Ya San Pablo nos da algunas instrucciones sobre este punto. La táctica se basa en el conocimiento de los puntos flacos de nuestro contrario, de sus aficiones, de sus costumbres y de sus buenos principios y cualidades naturales, y en el perfeccionamiento de nuestras virtudes y aptitudes.

Nuestra fe es inmutable y ha de durar hasta el día de la perfecta revelación, de la visión divina. Pero para preparar los hombres á recibir la fe ha de tenerse en cuenta el estado de los espíritus, que varía. Por esto siendo siempre la fe una misma en todas las épocas de la historia humana, el método de atracción hacia la misma varía, por lo cual la apologética que comienza en los primeros días del cristianismo, y durará hasta los últimos días del mundo, se presenta con caracteres muy distintos correspondiendo á las diversidades humanas, siendo no obstante siempre idéntico su propósito: ayudar á los espíritus en la sublime ascensión á la Verdad, que el Verbo eterno ha enseñado al mundo.

La conversión de Newman y la del gran San Agustín, hombres ambos de vida intelectual tan intensa, demuestran que el procedimiento silogístico no es el que con más frecuencia conduce á nuestra santa fe católica, porque el hombre no es una pura inteligencia, no es una inteligencia separada usando la nomenclatura escolástica, sino un ser complejo; y que á la Verdad revelada se llega por caminos misteriosos y distintos, siempre bajo el impulso de la divina gracia, á la cual por obrar en el hombre de maneras muy distintas, la sagrada liturgia caracteriza llamándola gracia multiforme.

La infinidad de Dios se manifiesta particularmente en sus llamamientos. Cada criatura es á su manera; y así como los atributos divinos son infinitos, las maneras de ser de la criatura son innumerables, manifestándose así la riqueza del Criador. Rige el Señor á cada uno, enseña Santo Tomás, según la manera como él es, por esto la preparación de las vías del Señor (parare vias Domini) tiene una amplitud indescriptible, y en la historia de los santos vemos una pasmosa variedad de caminos por los cuales los escogidos, siempre mediante Cristo, han ido hacia este centro de las almas, que llamamos Dios. En el orden material de nuestra existencia terrena es cierto que principalmente nos orientamos por la vista, pero no obstante todos los demás sentidos sirven para la acertada dirección de nuestra vida mundana; así también para encaminar los hombres á una vida sobrenatural, es claro que en primer término hemos de hablar á la razón, pero nunca debemos descuidar las demás facultades humanas, á todas las cuales Dios habla con su lenguaje muy distinto del lenguaje humano, y de una penetración infinitamente superior al mismo, pues según la enérgica expresión de San Pablo (Hebr. IV. 12.) se introduce hasta los tuétanos y llega hasta los más íntimos pliegues del alma.

Por esto la apologética católica teniendo unidad de principio, el sagrado depósito de la revelación divina, y unidad de fin, la gloria de Dios y la salvación de los hombres, tiene no obstante una acción universal, porque cada cosa posee su lengua, por lo cual usa tanta amplitud de medios para obtener el nobilísimo objeto que se propone, que es cooperar á los designios de la Providencia en la formación del reino eterno de los escogidos, facilitando los caminos que á él conducen.

lunes, 2 de mayo de 2011

Bisbe de Vic- JOSEP TORRAS y BAGES – Discurso titulado "Nuestra Unidad y Nuestra Universalidad" - III

III

Y no es que la iglesia no conozca que en las luchas con la impiedad debemos colocarnos en un terreno común, porque lo primero es que los hombres mutuamente se entiendan, y el lenguaje de la fe no es admitido por el incrédulo; no es que debamos rehuir la batalla en cualquier terreno que se nos ofrezca, sino que donde está el enemigo allí debemos ir, y así lo han practicado los Padres y Doctores de la Iglesia en todas las épocas, y así lo hizo también nuestro insigne Balmes. El ponernos en situación de luchar eficazmente con el adversario no significa que aceptemos sus principios erróneos, como hacen ciertos modernistas, porque entonces ya no habría lucha, sino concordia y no puede haberla. El enemigo de Dios siempre está en terreno falso, porque aun el mismo que dice que no es enemigo de Dios, sino que es neutral, está en terreno falsísimo, porque está en situación absurda, porque entre el sí y el no no hay término medio, y quien no dice ni sí ni no, no dice nada. La ciencia de la fe proyecta su luz sobre todas las cuestiones humanas y las pone en evidencia, y es una clave para descifrar los grandes enigmas del mundo y los destinos del hombre. Dilata los horizontes y proporciona una visión completa de la gran lucha de todos los siglos. Fuera del Cristianismo nadie ha tenido, ni tiene, un concepto cabal del linaje humano. Es tan inmenso nuestro linaje, abarca tantos pueblos y tantas épocas, presenta situaciones tan diversas, que si cada hombre es un mundo, el conjunto de tantos hombres es una inmensidad de mundos, que es imposible abarcarlos de una sola mirada, si no se les mira desde Dios.

Por esto á los que se separan de Dios, á los que no quieren mirar las cosas desde Dios, con los ojos de la fe, á los presumidos que se apartan de este foco de luz y pretenden con sus flacos ojos sondear las inmensidades de la existencia, se les ha llamado sectarios, porque del mundo sólo ven secciones, alcanzan solo una visión parcial de las cosas, y disminuyéndose su visión se disminuyen ellos mismos, y ellos que por falta de humildad no quieren ser católicos, acaban por ser raquíticos.

Todos sabéis, Señores, que Balmes se fija con especial cariño en este concepto de la humildad como base esencial de la vida cristiana, y comenta y glosa la frase exactísima de la Santa Madre Teresa de Jesús cuando dice que humildad es verdad. Y de consiguiente si humildad es verdad, quien no se sitúa en la humildad está en situación falsa para alcanzar la verdad, no sólo por la vía de contemplación intelectual, sino que aun en la practica de la vida. Es evidente que nuestra situación de espíritu ha de contribuir en gran manera al descubrimiento de la verdad; el concepto que tengamos de nosotros mismos, el concepto en que nos tenemos es el punto de partida de nuestras investigaciones, y aun para conocernos á nosotros mismos necesitamos también conocer á Dios, porque una cosa es el hombre con Dios y otra muy distinta el hombre sin Dios. En el hombre que se desentiende de Dios su conciencia toma un cariz muy especial. Entonces el hombre se toma á sí mismo por dios y á su antojo crea todas las demás cosas; en esta falsa suposición él es la fuente de la existencia y de las leyes que la regulan, todo de él procede, es tan rico que todo lo encuentra en sí mismo, y todo deriva de él.

Por esto los que hoy imitan á aquellos antiguos á quienes combatía el apóstol San Juan, diciendo que deshacían á Jesús porque separaban á Dios del hombre, enseñan ahora que la misma religión no es otra cosa que un producto de la propia conciencia.