IV
Para la defensa de la Religión, en su labor apologética, Balmes se coloca en el verdadero terreno. No sin merecerlo se le califica de filósofo, y sin perder nunca de vista la revelación divina, se entregó á la contemplación metafísica, y concede suma importancia á la filosofía. «Cuando todos los filósofos disputan, dice textualmente, disputa en cierto modo la humanidad misma.» Más en la misma página escribe: «no doy demasiada importancia á las opiniones de los filósofos, y estoy lejos de creer que deban ser considerados como legítimos representantes de la razón humana » (Filosofía Fundamental, c. I.).
Y Balmes pensaba así, como todos los grandes talentos, porque consideraba al hombre en toda su integridad, le veía en todos sus aspectos y no creía que la inteligencia, que la voluntad, que los sentidos, que el alma, que el cuerpo, cada cosa de por sí, fuera todo el hombre; sino que el hombre es una complejidad de alma y cuerpo, de potencias y sentidos, de cielo y tierra. De manera que es la antítesis del sectario, del hombre que considera solo pedazos de la existencia y la divide; y que es racionalista ó positivista y se guía ó por la especulación mental ó por la experiencia, y anda en busca de la verdad ó en las interioridades de su propia conciencia ó en los poblados espacios del mundo exterior, y oye solamente ó el lenguaje con que le hablan las cosas de la tierra, ó las voces que vienen del cielo.
Balmes, como la Iglesia, de la cual el grande escritor sólo aspiraba á ser un eco fiel, no se dirigía á una sola clase de hombres, á disecciones humanas ó á complicaciones humanas, se dirigía al hombre tal cual es, no al hombre dividido ó deformado, sino á la criatura espiritual y corporal á la vez, intermedia entre el cielo y la tierra, centro armónico de un sistema universal del cual es un maravilloso compendio, criatura viadora en período de trabajoso perfeccionamiento, en situación de revoluciones internas acérrimas, pero iluminado y auxiliado por interiores comunicaciones, que en la plenitud de los tiempos estableció en la tierra con medios visibles y permanentes el Hijo del Eterno hecho hombre. Por esto Balmes al formular su Criterio, al establecer las reglas del arte de pensar, no es fantástico, sino muy realista, muy humano, como la Iglesia nuestra madre; y ahora permitidme que sujete á vuestro juicio, pues muchos de los que me escucháis sois más competentes que yo en la filosofía, una observación acerca de una cierta semejanza general de fondo entre nuestro Balmes y otro gran espíritu contemporáneo suyo, cuya influencia en una buena parte del mundo justifica la importancia que se le tributa, aunque no siempre con intención pura. Entre el Criterio de Balmes y la Grammar of Assent de Newman me parece que hay una cierta analogía de procedimiento apologético, y que establecen una preparación semejante como camino para llegar á la verdad sobrenatural. Procedimiento de que el antiguo hereje de Oxford, después cardenal de la Santa Iglesia romana, da como un símbolo en el lema que pone al frente de su libro, sacado del gran Padre de la Iglesia San Ambrosio: «non in dialectica complacuit Deo salvum facere populum suum». Balmes es más claro, más sólido, más al alcance de todo el mundo, menos expuesto al abuso que el excelso fundador de los filipenses ingleses; pero ambos coinciden á su manera cuando trazan el camino para llegar á la Verdad. Indudablemente Balmes manifiesta más su filiación tomista, cuya doctrina constituía, y aun afortunadamente constituye, el ambiente teológico de esta nuestra querida tierra; pero el tomismo, como todas las grandes doctrinas, es comprensivo y asimilativo, no tiene atados á sus discípulos, posee extensísimos horizontes, y moviéndose generalmente Balmes dentro de los mismos, se aprovecha, como continuamente lo hace el angélico Maestro, de la experiencia, del sentido común, de las exigencias de nuestra conciencia, de la tradición humana; y reconociendo en la inteligencia la supremacía entre todas nuestras facultades, oye no obstante la voz de las restantes, porque ni la inteligencia es infalible, ni las otras facultades nulas; y tanto Balmes como Newman explícitamente enseñan que á la Verdad divina puede llegarse por distintos caminos. Y no sin motivo en este Congreso, que es un homenaje á Balmes, me entretengo en hacer observar la semejanza apologética que encuentro entre nuestro insigne escritor y el famoso escritor de Oxford, á quien Balmes cita (I.a Sociedad, vol. I, pág. 204, edic. 1ª.) con amor en sus escritos, contemplando la evolución por la que entonces ya se dirigía á nuestra santa madre la Iglesia católica y romana, dentro de la cual ya Newman, tuvo comunicación espiritual con los piadosísimos filipenses de Vich; no sin motivo, repito, hago observar la cierta analogía del Criterio de Balmes y de la Gramática del asentimiento de Newman, libros ambos que contienen el procedimiento que sus respectivos autores consideraban adecuado para conducir los hombres á la Verdad, porque el procedimiento de Newman queda avalorado por el ejemplo de el mismo, pues andando por su camino, él, el hereje anglicano y enemigo acérrimo de la Iglesia Romana, llegó felizmente á la misma, donde llevó santa vida y mereció que el Papa León XIII le condecorase con la púrpura cardenalicia.
La fe es un obsequio racional que la criatura limitada debe al Ser infinito, de quien ha recibido la existencia; por esto entre la revelación y la razón hay una íntima alianza, por esto existe una verdadera y solidísima ciencia de la fe, de manera que es indudable que el edificio científico más sólido y más harmónico que ha construido la inteligencia humana es la ciencia de la doctrina revelada; y Santo Tomás es tan alabado de la Iglesia y propuesto por ella como maestro de la ciencia católica, porque juntando harmónicamente la razón y la fe, la verdad natural y la sobrenatural, produjo una manifestación sublime del pensamiento cristiano: uno y universal. Pero una cosa es el castillo inexpugnable de la ciencia de la fe, y otra la difusión de esta virtud sobrenatural en las almas que desgraciadamente están lejos de la misma. Ha de haber una táctica en la lucha de los espíritus como la hay en todos los pugilatos. Ya San Pablo nos da algunas instrucciones sobre este punto. La táctica se basa en el conocimiento de los puntos flacos de nuestro contrario, de sus aficiones, de sus costumbres y de sus buenos principios y cualidades naturales, y en el perfeccionamiento de nuestras virtudes y aptitudes.
Nuestra fe es inmutable y ha de durar hasta el día de la perfecta revelación, de la visión divina. Pero para preparar los hombres á recibir la fe ha de tenerse en cuenta el estado de los espíritus, que varía. Por esto siendo siempre la fe una misma en todas las épocas de la historia humana, el método de atracción hacia la misma varía, por lo cual la apologética que comienza en los primeros días del cristianismo, y durará hasta los últimos días del mundo, se presenta con caracteres muy distintos correspondiendo á las diversidades humanas, siendo no obstante siempre idéntico su propósito: ayudar á los espíritus en la sublime ascensión á la Verdad, que el Verbo eterno ha enseñado al mundo.
La conversión de Newman y la del gran San Agustín, hombres ambos de vida intelectual tan intensa, demuestran que el procedimiento silogístico no es el que con más frecuencia conduce á nuestra santa fe católica, porque el hombre no es una pura inteligencia, no es una inteligencia separada usando la nomenclatura escolástica, sino un ser complejo; y que á la Verdad revelada se llega por caminos misteriosos y distintos, siempre bajo el impulso de la divina gracia, á la cual por obrar en el hombre de maneras muy distintas, la sagrada liturgia caracteriza llamándola gracia multiforme.
La infinidad de Dios se manifiesta particularmente en sus llamamientos. Cada criatura es á su manera; y así como los atributos divinos son infinitos, las maneras de ser de la criatura son innumerables, manifestándose así la riqueza del Criador. Rige el Señor á cada uno, enseña Santo Tomás, según la manera como él es, por esto la preparación de las vías del Señor (parare vias Domini) tiene una amplitud indescriptible, y en la historia de los santos vemos una pasmosa variedad de caminos por los cuales los escogidos, siempre mediante Cristo, han ido hacia este centro de las almas, que llamamos Dios. En el orden material de nuestra existencia terrena es cierto que principalmente nos orientamos por la vista, pero no obstante todos los demás sentidos sirven para la acertada dirección de nuestra vida mundana; así también para encaminar los hombres á una vida sobrenatural, es claro que en primer término hemos de hablar á la razón, pero nunca debemos descuidar las demás facultades humanas, á todas las cuales Dios habla con su lenguaje muy distinto del lenguaje humano, y de una penetración infinitamente superior al mismo, pues según la enérgica expresión de San Pablo (Hebr. IV. 12.) se introduce hasta los tuétanos y llega hasta los más íntimos pliegues del alma.
Por esto la apologética católica teniendo unidad de principio, el sagrado depósito de la revelación divina, y unidad de fin, la gloria de Dios y la salvación de los hombres, tiene no obstante una acción universal, porque cada cosa posee su lengua, por lo cual usa tanta amplitud de medios para obtener el nobilísimo objeto que se propone, que es cooperar á los designios de la Providencia en la formación del reino eterno de los escogidos, facilitando los caminos que á él conducen.
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