Jaume Balmes Urpià

Jaume Balmes Urpià

lunes, 16 de mayo de 2011

Bisbe de Vic- JOSEP TORRAS y BAGES – Discurso titulado "Nuestra Unidad y Nuestra Universalidad" - V

V

Porque todos sabemos muy bien, Señores, que Jesucristo, Señor nuestro, no es fundador de una Academia, ó de una escuela científica, pues aunque es claro que la Iglesia es una inmensa escuela, pero es una escuela sui generis, de una pedagogía incomparable y única, de una ciencia trascendental en el sentido más alto de la palabra, y muy distinta de las ciencias humanas. Por esto Balmes, hablando de la manera de llevar á la religión las almas que están fuera de la misma, escribe estas palabras que debemos meditar profundamente todos los ministros de la Iglesia:

«Para creer no basta haber estudiado la religión, sino que es necesaria la gracia del Espíritu Santo. Mucho fuera de desear que de esta verdad se convenciesen los que se imaginan que no hay aquí otra cosa que una mera cuestión de ciencia, y que para nada entran las bondades del Altísimo... ¿quién ha hecho más conversiones los sabios ó los santos? San Francisco de Sales no compuso ninguna obra que bajo el aspecto de la polémica se llegue á la historia de las Variaciones de Bossuet; y yo dudo, sin embargo que las conversiones á que esta obra dio lugar, a pesar de ser tantas, alcancen ni con mucho á las que se debieron á la angélica unción del Santo Obispo de Ginebra» (Cartas á un escéptico, p. 113, edic. 9.ª.).

Y no es que Balmes, al trazar los límites de la razón de la cual hizo un uso tan excelso, sea enemigo de la ciencia, á la cual la Iglesia siempre ha protegido y amado, y Santo Tomás (1.a, 2.ae Q. XCVII a. 1.) ha reconocido su natural virtud progresiva, y el Concilio Vaticano al tratar de la fe exhorta también vehementemente al progreso científico; (De Fides et Ratione, Cap. IV.) pero nuestro gran escritor reconociendo al raciocinio como elemento director en la difusión de la Verdad eterna, admite en esta noble empresa, siempre bajo el impulso del Espíritu Santo, la cooperación universal, como la obra humana por excelencia, ó mejor dicho, como la obra suma de Dios en el linaje humano; y es porque Balmes es discípulo de Santo Tomás, y todos los que hemos dedicado algún rato al estudio y meditación de la Summa del Angélico Maestro, hemos visto en esta obra, no una construcción científica de un ingenio particular, una obra individualista, sino la cooperación de todo el linaje humano, de filósofos y poetas, historiadores y jurisconsultos, políticos y eremitas, gentiles y cristianos, de las costumbres populares, de la observación interna y externa, de los ejemplos y sentencias de los Santos, y hemos tenido que admitirla como el sufragio depurado de la universal humanidad, guiado, ilustrado y ungido por la gracia del Espíritu Santo.

En esto los grandes escolásticos, á quienes se tiene por exclusivistas, nos dejaron maravillosos ejemplos de amplitud de espíritu. De ellos es la sentencia : verum a quocumque dicatur, a Spiritu Sancto est. El amor de la Verdad hacía que la recogiesen doquiera que la hallasen; y como un tributo de afecto personal quiero citar aquí á mi ilustre coterráneo, el gran apologista Ramón Martí, de la orden de Predicadores, autor del Pugio Fidei, discípulo predilecto de San Raymundo de Penyafort, que en su Explanatio Simboli, recientemente publicada, se complace en aducir en la exposición del dogma católico, las teorías metafísicas de los filósofos sarracenos, como Santo Tomás hace converger en la luz cristiana, la luz intelectual de todos aquellos que con espíritu sincero buscaron la verdad.

Y este procedimiento apologético tiene una suma congruencia con la noción de Iglesia que nos dieron los más antiguos Padres (Franzelin : Theses de Ecclesia Christi 1.a.). «Ecclesia proprie dicitur, quod omnes vocantur et in unum congregantur», y con la fórmula sintética de Franzelin (id. XVII.) cuando dice que la Iglesia de Jesucristo es mundus supernaturaliter transformatus. Porque Jesucristo es el heredero de la gran familia humana, y todo lo verdadero, justo y bello á Él se encamina y á Él conduce, porque de Él, del Verbo, viene, y por esto San Pablo decía á los Filipenses : todo lo que es conforme á la verdad, todo lo que respira pureza, todo lo justo, todo lo que es santo, todo lo que os haga amables, todo lo que sirve al buen nombre, toda virtud, toda disciplina loable, esto sea vuestro estudio (Philip, IV, 8.). Porque todo esto conduce á Dios.

Pero es necesario, Señores, que distingamos lo transitorio de lo eterno. Hay cosas útiles, respetables y bellas, que la poderosa corriente de los siglos arrastra, que las transformaciones externas que sufre la humanidad disipan; hay cosas que mueren y cosas inmortales, y por mucho que amemos esas cosas que mueren no debemos divinizarlas, porque sólo Dios es eterno y sólo su Iglesia interminable. Plugo al Altísimo establecer la sucesión de los siglos y la sucesión significa variación. Un mundo inmutable sería un mundo fastidioso; Dios es inmutable porque es esencialmente perfecto; pero la criatura imperfecta, si fuese inmutable, sería paralítica, y por consiguiente no fuera viadora como nos enseña que somos la Iglesia nuestra Madre; é impedir el curso social sería impedir la misma vida de la sociedad. En esta, lo mismo que en la persona humana, hay un elemento permanente, pero hay otro variable, que es tal por la misma naturaleza de las cosas. Por esto en ocasión solemne nuestro Balmes escribió las siguientes palabras : «Los principios no perecen, es verdad, pero se entiende los principios de la religión, de la moral, de la razón; pero las obras humanas que á veces con demasiada arrogancia se dan el nombre de principio, están destinadas á modificarse, á transformarse : evitar obstinadamente la transformación es precipitar la muerte» ( República Francesa.).

Sólo la Iglesia puede gloriarse, entre todas las instituciones del mundo, de tener una forma inmutable, porque la recibió directamente del mismo Dios.

Y ahora, Señores, pues que más que hombre de ciencia soy pastor de almas, permitidme que otra vez aluda á la humildad como ingrediente necesario hasta en las construcciones científicas del apologista, que otra vez recuerde la humildad es verdad de Santa Teresa, que me autorice con el abneget semetipsum de Nuestro divino Maestro, opuesto al exclusivismo que domina casi universalmente á los filósofos y á los doctores mundanos, que se mueren por la originalidad, lo cual conduce á que sus obras sean personales, es decir de un hombre, y un hombre por sí es nada, por grande que él se crea; al paso que las obras de nuestros doctores, de Santo Tomás de un modo eminentísimo, no son la obra de un hombre aislado, una creación personal, al conocer la cual conocemos un hombre más, aunque sea de mayor talla intelectual que sus contemporáneos; las obras de nuestros grandes escritores nos dan á conocer ciertamente un espíritu individual, pero fecundado por una influencia universal y plena, de manera que ellos se universalizan, son representaciones de la humanidad, que por esto decimos la ciencia católica, porque nuestra ciencia no tiene limitaciones, siendo una acusación falsa la de que la Iglesia pone límites á la ciencia, pues la deja toda su espontaneidad; que si limitaciones tiene la ciencia no dependen de disposiciones ó preceptos externos de la Iglesia, sino de insuficiencia de nuestra naturaleza, de la intrínseca limitación de nuestras facultades; porque la revelación divina no es una limitación, antes al revés es una dilatación de los horizontes, nos da conocimiento más luminoso del mundo de los espíritus, explica las antinomias de nuestra naturaleza, nos da la clave de la historia y nos manifiesta el principio de nuestro linaje, y su fin; y con certitud nos señala el camino que debemos seguir para alcanzarle.

Y este carácter que distingue á la ciencia católica, este carácter universal y comprensivo que llama á sí todos los elementos sanos humanos, es una consecuencia de que el Verbo se hiciese carne y habitase con nosotros, porque ya dijo nuestro Jesús: «cuando seré elevado sobre la tierra todo lo atraeré hacia mí» (Joan. XII, 32.). Y la apologética cristiana tiene por objeto llevar á los hombres al conocimiento y amor de Dios, declarando las excelencias de la religión, combatiendo los errores que se le oponen, enlazando la humanidad con la divinidad, como el Verbo tomando carne juntó la naturaleza divina y la humana. Y como la Iglesia es un cuerpo vivo, según nos enseña San Pablo, se asimila todo lo bueno nuevo que va apareciendo en la humanidad con el desenvolvimiento de los siglos, porque el Espíritu Santo nunca la abandona y va vivificando todas las generaciones, aquellas inmensas generaciones que fueron prometidas á Abraham y que son la descendencia espiritual del Ungido del Señor, que perseverarán en la tierra a pesar de todas las persecuciones hasta el último día del mundo, hasta que quede triunfante el divino Restaurador, y establecido definitivamente su reino eterno.

Porque la ciencia católica es una ciencia de vida, una y universal, es el resplandor de la Iglesia viva, una y universal, que quiere que la humanidad sea una, juntando todos los elementos con un lazo inmenso de vida, que es Dios. Por esto el Romano Pontífice, Vicario de Cristo y cabeza visible de la cristiandad, ha proclamado á Santo Tomás maestro de las escuelas cristianas, por la unidad y la universalidad de la doctrina del santo doctor, doctrina siempre viva y vivificante en su sustancia, porque recibió de Dios el don de descubrir el misterio que enlaza toda la jerarquía de la existencia, aquel misterio de la mística unidad universal, por la cual con sublime ternura en la hora más solemne de su vida, rogó Jesús al Padre celestial: ego in eis, et tu in me: ut sint consummati in unum; como nos explica el evangelista San Juan en su capítulo XVII.

Y este misterio, que es el misterio constitutivo del cristianismo, llena las páginas que escribió el Angélico Maestro, y como el misterio es inefable y de una comprensión infinita, la razón se queda corta; y por esto, guiado por el Espíritu Santo, el Maestro de las escuelas cristianas reúne todas las luces de la tierra con la luz del Cielo, y... fecit utraque unum, unió la razón y la fe llevando la inteligencia humana hasta los límites del infinito, siendo su ciencia una de las irradiaciones más fieles del Verbo hecho carne.

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