VII
El sagrado depósito de las verdades reveladas es la levadura que ha de sazonar á toda la masa humana; y aun cuando es cierto que hay varias ciencias que por su naturaleza no son ni gentiles ni cristianas, ni católicas ni protestantes, que la Iglesia ni siquiera sujeta á censura, no obstante, en el uso de las mismas el cristiano ha de tener siempre una dirección y referirlas á Dios, porque «universa propter semetipsum operatus est Dominus» el Señor lo hizo todo para sus designios (Prov. XVI, 4.), pues El es el fin universal y en El han de converger todas las cosas criadas.
Nunca nos es lícito abandonar la doctrina de la unidad. Misit ancillas suas vocare ad arcem (Sap. IX, 3.), dice el sagrado texto, y quien llama á sus criadas á su alcázar, es la Sabiduría, soberana indiscutible á quien por naturaleza corresponde regir y ordenar todas las cosas; y Santo Tomás aplica el texto citado á la ciencia que se ocupa de Dios, superior en todos los conceptos á las demás ciencias especulativas y prácticas, siendo evidente la inferioridad respectiva de éstas, no sólo por el altísimo objeto que estudia la ciencia sagrada, el Ser infinito, no sólo por el magnífico testimonio que de El mismo aun en el orden natural, dan las cosas criadas, sino que aun más por las interioridades que plugo á la Divina Bondad revelarnos de sí mismo, y la ciencia sagrada nos explica. Por esto sin duda el Angélico Maestro nunca se desprende de la revelación, que es la más luminosa y segura Sabiduría; y a pesar de ser él un atleta invencible de la razón, hasta en sus obras de controversia, en sus obras apologéticas dirigidas contra los gentiles, es decir, contra aquellos que no admiten la revelación cristiana, ó sea las verdades de la fe, del contenido de las sagradas escrituras, hace arma de lucha, que en sus manos es mortífera contra los enemigos de la Iglesia.
¿Quien puede dudar de la eficacia que aun en el orden natural tiene la Sagrada Biblia?
¿No ha sido ella, bajo el magisterio de la Iglesia, como demuestra Balmes, el libro de texto de la civilización europea? ¿No es este libro único y divino, entre todos los que existen en la tierra, el que más posee el don de la penetración espiritual, sin distinción de épocas y de países, en todo el linaje humano? Es claro que las necesidades de la controversia ocasionada por las impugnaciones de los heterodoxos contra nuestros Libros santos, han exigido de parte de los católicos un profundo estudio crítico sobre los mismos, estudio que todos debemos proteger y fomentar, porque es la defensa armada contra los enemigos de nuestra santa fe; pero también es cierto que continuamente debemos excitar á la lectura y á la meditación humilde y piadosa de la Sagrada Biblia que robustece el espíritu, abre las potencias iluminando con inefables resplandores la inteligencia, más que la doctrina de todos los filósofos del mundo, llenando el corazón de más altos y generosos sentimientos que los poetas más excelsos, robusteciendo la voluntad y conduciéndola al heroísmo de la vida más que la lectura de los más insignes moralistas, é impele hacia Dios con una fuerza suavísima y continua, porque aquella es la palabra de Dios que habla al hombre; y Dios habla á los hombres para atraérselos á Sí. El estudio pues de la Biblia bajo su aspecto crítico y científico es hoy, como nos lo enseña al crear la facultad bíblica la Santa Iglesia romana, madre y maestra de todas las iglesias del mundo, una necesidad imprescindible; los santos Libros y la Tradición de la Iglesia son como el acueducto por el cual plugo á Dios comunicar á los hombres la Verdad eterna, la doctrina de salvación, y así como una ciudad terrena defiende á toda costa el acueducto, que le surte de las aguas necesarias para alimentar á sus habitantes, contra los enemigos que quisieren destruirlo, así también la ciudad de Dios, la Santa Iglesia católica guarda y defiende con exquisitos cuidados contra los continuos ataques del enemigo, el cauce de las aguas de vida, la Palabra tradicional ó escrita, que desde Dios va al linaje humano para conducirle á la eternidad.
Pero de ninguna manera el estudio crítico ha de impedir la devota y humilde meditación de las Sagradas Escrituras. La doctrina en ellas contenida es aquel río caudaloso que alegra á la ciudad de Dios, y santifica su tabernáculo aquí en la tierra. Los antiguos Padres nos exhortan con el mayor encarecimiento á esta meditación y estudio, y la Iglesia nuestra madre hace de las Sagradas Escrituras el continuo alimento espiritual no sólo de todos sus ministros, sino que aun también de todos sus fieles. Porque es alimento y alimento divino que comunica vigor de vida á los que de él se nutren; y el vigor y la destreza hacen el atleta, y siendo el propugnador de la fe católica el apologista, un atleta espiritual, su primera condición consiste en la posesión de la fuerza sobrenatural que recibe el entendimiento con la meditación de las Sagradas Escrituras, y en la destreza que proporciona para la discusión con los adversarios, el conocimiento crítico de las mismas. La virtud iluminativa de su meditación está, como sabéis, recomendada con frecuencia en las páginas de la Biblia: «Declaratio sermonum tuorum illuminat et intellectum dat parvulis» ( Ps. CXVIII, 130.).
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