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La coincidencia de las ideas de Balmes, que acabamos de extractar, con el contenido de la Encíclica de Nuestro Santísimo Padre Pío X, que antes hemos citado, y cuya enseñanza no es más que la perpetua enseñanza de la Iglesia católica, prueba la penetración y fidelidad de nuestro escritor en la interpretación del espíritu del Cristianismo, y demuestra la unidad y universalidad de la ley no escrita, de la ley evangélica, que permanece la misma y es aplicable á todas las situaciones que presenta el linaje humano en su desenvolvimiento temporal en este mundo. Porque nuestra Ley, la Ley de gracia, única en el mundo, es aquella Ley de los corazones por la cual tanto suspiraban los antiguos profetas (Jerem. XXXI, 33.) y con tanta elocuencia por el apóstol de las gentes predicada (Hebr. X, 16 et alibi.); no es sólo una regla del entendimiento, sino una ley de todo el hombre, que por esto Santo Tomás (1.ª 2.ae Q. CX, a. IV.) enseña, que la gracia radica no en las potencias sino en la esencia del alma, de modo que la misma fe que es una forma del entendimiento comprende igualmente la voluntad (2.ª 2.ae Q. IV. a. II.) é interesa el sentimiento.
En consonancia con estos principios acerca de la gracia y de la fe, es la conducta que la Iglesia viene observando en la propagación de la doctrina de salud eterna desde los tiempos apostólicos. Por esto escribe nuestro apologista que «la Iglesia no esparció sus doctrinas generales arrojándolas como al acaso... sino que las desenvolvió en todas sus relaciones, las aplicó á todos los objetos, procuró inculcarlas á las costumbres y á las leyes, y realizarlas en instituciones que sirviesen de silenciosa pero elocuente enseñanza á las generaciones venideras» (Protestantismo, t. I.). La contemplación de la vida de la Iglesia que Balmes con superior talento había hecho, y que tenía siempre en cuenta al lado de las doctrinas teológicas y canónicas, porque juntas, la doctrina y la práctica de la vida, proporcionan la visión de la verdad, le dio un profundo convencimiento del proceder de la Iglesia en todo el decurso de su historia. La Iglesia no es una escuela filosófica ó científica. Dentro de ella se crían lozanamente la filosofía y la ciencia y todas las artes y disciplinas de la civilización, porque su horizonte abarca la totalidad humana; pero ella en sí no es más que escuela de salvación eterna y precisamente porque es escuela de salvación eterna abarca la totalidad humana, pues siendo el hombre inteligente y libre, es claro que debe usar de sus facultades orientándolas hacia el fin de su propia existencia.
Pero como la Iglesia, por la luz divina de que goza, comprende perfectamente la naturaleza humana, en la diseminación de la doctrina que ha de informar la vida, procede según las exigencias de nuestra complexión. «...Por más poderosa que sea, dice Balmes, la fuerza de las ideas, tienen, sin embargo, una existencia precaria hasta que han llegado á realizarse, haciéndose sensibles, por decirlo así, en alguna institución, que, al paso que reciba de ellas la vida y la dirección de su movimiento, les sirva á su vez de resguardo contra los ataques de otras ideas ó intereses. El hombre está formado de cuerpo y alma, el mundo entero es un complexo de seres espirituales y corporales, un conjunto de relaciones físicas y morales; y así es que una idea, aun la más grande y elevada, si no tiene una expresión sensible, un órgano por donde pueda hacerse oír y respetar, comienza por ser olvidada, queda confundida y ahogada en medio del estrépito del mundo, y, al cabo, viene á desaparecer del todo. Por esta causa, toda idea que quiere obrar sobre la sociedad, que pretende asegurar un porvenir, tiende, por necesidad, á crear una institución que la represente, que sea su personificación; no se contenta con dirigirse á los entendimientos, descendiendo así al terreno de la práctica sólo por medios indirectos; sino que se empeña, además, en pedir á la materia sus formas, para estar de bulto á los ojos de la humanidad» (Protestantismo, t. II. c. XXX.).
Estas palabras de Balmes son como un preludio de las enseñanzas del actual maestro supremo de la Cristiandad, nuestro amadísimo Papa Pío X. Dios le ha puesto en la cátedra de San Pedro, y el espíritu práctico, positivo, como dicen ahora, del Pontífice se revela tanto en las Encíclicas más encumbradas que sobre la doctrina ha publicado, como en toda su gestión gubernativa, en todos, sus actos disciplinares. Encargado de sostener en nuestros agitados tiempos la doctrina de salvación, sigue el sistema tradicional de la Iglesia de que da testimonio nuestro apologista: «se empeña en pedir á la materia sus formas, para estar de bulto á los ojos de la humanidad.»
Jesucristo no quiso hacer una escuela, sino un mundo, y por consiguiente la apología del mundo cristiano no se ha de referir sólo al orden intelectual, sino á todos los órdenes de la vida. Por esto Balmes para defender á la Iglesia católica hizo la apología de la civilización procedente de la misma, pues que en la palabra civilización se comprende todo el conjunto de la vida social. Por esto Pío X exhorta á los fieles á la acción social católica, es decir, á la enseñanza, á la beneficencia, á la organización popular, á la justicia y equidad entre todos los elementos que integran la vida de nuestro linaje. Por esto la acción pastoral de Pío X se ha dirigido de un modo preferente á fomentar las fuentes sobrenaturales de la piedad, que ponen en comunicación los hombres con el Espíritu de vida; y Balmes el apologista filósofo, pero profundamente creyente, escribe las siguientes palabras, que nosotros, Señores, todos los que empleamos la vida en la dilatación y gloria del reino eterno debemos siempre tener muy presentes, y que no vacilamos en repetir segunda vez en este discurso: «para creer no basta haber estudiado la religión, sino que es necesaria la gracia del Espíritu Santo. Mucho fuera de desear que de esta verdad se convenciesen los que se imaginan que aquí no hay otra cosa que una mera cuestión de ciencia, y que para nada entran las bondades del Altísimo» (Carta VII á un escéptico.).
Son estas palabras una elocuente alusión á aquella Ley no escrita, como dice Santo Tomás, á la gracia del Espíritu, que es la que rige la sociedad cristiana, ó sea el cuerpo místico de nuestro Señor Jesucristo; y mezclando con la ciencia divina las opiniones humanas, tal vez con cierta exactitud podemos aquí aplicar aquella máxima de los positivistas cuando afirman ellos en mal sentido, que la necesidad crea el órgano. La abundancia y la fortaleza del espíritu sobrenatural que vivifica la sociedad cristiana ha de ser la garantía de su desarrollo y lozanía. La vida interior es la esencia de la vida cristiana, hoy por desgracia amortiguada por los esplendores ó seducciones de nuestra civilización espléndida pero materialista; por esto realzar la vida interior es la gran necesidad de nuestro siglo, y uno de los objetos á que con preferencia ha de dedicar sus esfuerzos la apologética contemporánea; sin la vida interior que es como el alma de la Iglesia, de la sociedad cristiana, la vida de ésta languidece. Al revés, su organismo se robustece, sus miembros se desarrollan y su acción es activa cuando las almas están más íntimamente unidas con el Espíritu Santo que todo lo vivifica. La necesidad crea el órgano. La gracia de la fe y de la caridad abundando en el interior se exterioriza con el desarrollo espontáneo de instituciones que propagan la vida sobrenatural en el linaje humano, socorriendo sus necesidades espirituales y corporales.
Este testimonio exterior y visible de la existencia de un elemento sobrenatural en el Cristianismo, de la existencia de una ley interna grabada en los corazones, la gracia del espíritu Santo, posee una gran fuerza de convicción para los espíritus escépticos que tanto abundan en los tiempos modernos. Los argumentos dialécticos é históricos es indudable que son un arma poderosísima de la apologética cristiana; pero la manifestación externa y por obras palpables de la existencia del espíritu sobrenatural en la Iglesia Católica, es de una evidente oportunidad en estos tiempos de libre examen. Los argumentos de razón se discuten, se contradicen, las alegaciones históricas se interpretan en distintas maneras; pero la manifestación de una plenitud de vida humana que no procede de un sistema filosófico, ni de un interés político, ni de un espíritu de clase, ni de circunstancias históricas, sino que se mantiene vivo en la sucesión de los tiempos, que indica un espíritu sobrehumano, que no procede ni de la sangre, ni de la carne, ni de voluntad de hombre, que el mundano siente, pero que no sabe de donde viene ni á donde va, se impone, y escapa á la impugnación porque es un hecho sensible, y en épocas de escepticismo es indudable que el método positivo tiene oportunidad para preparar los espíritus á recibir la verdad sobrenatural templando las excesivas excitaciones racionales, á veces demasiado presuntuosas; por lo cual el Cardenal González en su historia de la filosofía afirma que el positivismo que se lisonjea hoy de llevar de vencida a la metafísica, se verá precisado á cejar en su empeño, al menos en lo que tiene de absoluto y exclusivo, si bien es posible que comunique á la metafísica futura un sedimento experimental.
De otra parte la sentencia de nuestro Señor Jesucristo, si mihi non vultis credere operibus credite, parece una ratificación divina de este procedimiento apologético, y podemos, sin vacilación, asegurar que la multiplicación de los pueblos cristianos se ha obtenido y se obtiene por este camino: por la acción evangélica. Sin duda los que redactaron el Elenco de este Congreso movidos por un espontáneo instinto cristiano, pusieron como tema VI del mismo: «Apología del catolicismo por las obras sociales». Por esto también nuestro Santísimo Padre Pío X exhorta á sus fieles á trabajar, revestidos de un espíritu sobrenatural, en el alivio de las miserias corporales y espirituales de nuestro linaje. El Cristianismo, repetimos, no es una pura concepción intelectual, sino que es una vida. El hombre está compuesto de alma y cuerpo, y así la apología de nuestra religión divina ha de ser como ésta, un complejo en que entre todo, las virtudes y las ciencias, todos los pueblos y todas las edades, unificado todo por un mismo espíritu, un cosmos espiritual que por mil lenguas distintas cante la gloria de Dios y de su Cristo y de su reino en el mundo que es la Iglesia nuestra madre.
La unidad, la santidad y la universalidad son las características de la Iglesia católica, estas mismas notas han de distinguir á la apologética: la doctrina del angélico Maestro, síntesis gloriosa de la sabiduría divina y humana, ha de ser la escuela donde se formen los apologistas, introduciendo en ella el tesoro de los nuevos conocimientos que vayan apareciendo con el desarrollo de los tiempos: y Balmes puede dignamente ser el dechado del atleta de la fe en los tiempos modernos, del apologista, del luchador por las ideas y las costumbres cristianas, que ha de conocer la situación del enemigo, las armas de que dispone y la estrategia que usa, y provisto su arsenal de todos los medios ofensivos y defensivos propios de la milicia evangélica, confiando más en Dios que en sí mismo, cubierta su cabeza con el yelmo de la fe y embrazando el escudo de la equidad, ha de entrar en la batalla en unidad de espíritu y dirección con la Iglesia militante cuyo jefe visible es el Romano Pontífice, Vicario en la tierra del que en definitiva ha de prevalecer en la antigua lucha entre el bien y el mal que se agita en el mundo desde los principios de nuestro linaje, y que durará hasta que se acaben las humanas generaciones y se constituya el eterno reino de la Verdad.
FIN del discurso
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