Jaume Balmes Urpià

Jaume Balmes Urpià

domingo, 6 de septiembre de 2020

VI) LAS SUBVENCIONES. – INSCRIPCIONES AL CONGRESO. – LA BIBLIOTECA BALMESIANA. – LÁPIDAS Y MONUMENTOS.

NO teníamos aún, a primeros de Febrero, más subvención resuelta que la del Ayuntamiento. La de la Diputación, por no sacarla miserable del presupuesto ordinario, se logró que pasara al extraordinario, el cual ya sabíamos que no sería presentado y votado hasta el período de sesiones de la primavera. No había más que esperar confiando en que nuestros diputados no se dormirían. En cuanto a la del Estado, no se había dejado piedra por mover. El simpático representante que el Ayuntamiento tiene en Madrid, D. Benito Marcet, lo había tomado como cosa propia. Mientras, el diputado, señor Junyent, no pudiendo estar continuamente en Madrid, lo dejaba encargado a su colega D. Manuel de Bofarull. Desde Vic y desde Barcelona se encargaba a todos los diputados amigos que iban a caerse por Madrid. Dicho señor Marcet metía a los que él conocía, de manera que Moret tenía un memento en cada repique de campana. La subvención, según nos dijeron, se tenía que fijar el primer viernes de Cuaresma, en el Consejo de Ministros. Parecía que se trataba de 25.000 pesetas. Pero el miércoles de Ceniza, como es generalmente sabido, Moret cayó del Gobierno, y he aquí todas las gestiones hechas hasta entonces quedaron malogradas. Subió Canalejas, con el Conde de Romanotes de Ministro de Instrucción Pública, y, apenas había jurado, que ya volvíamos a estar en campaña. No hacía falta dormir entonces, porque veíamos venir una cosa perturbadora, las elecciones legislativas, y era cuestión de aprovechar el tiempo porque, antes de que nos designasen los candidatos hubiéramos arrancado del nuevo Gobierno una palabra que lo ligase y comprometiese. Y ya ves, lector, al señor Alcalde en casa de D. Pedro Grau Maristany, amigo íntimo de Romanones, a pedirle que pusiera en lo de la subvención sus buenos y decisivos oficios. - Ya os la sacaré yo esta subvención – nos decía con su acostumbrada familiaridad, bajando juntos la Rambla de Catalunya,- ¿Quién se atreverá a negar algo a la memoria de Balmes?- Telegrafió y escribió enseguida. Escribió también el Alcalde y, al cabo de pocos días, nos enviaba el señor Maristany una carta del Ministro que decía: «Pueden contar con lo de Balmes. Si no hay otra manera de hacerlo, acudiremos a las Cortes. » Las Cortes estaban ya convocadas. Después, el señor Maristany fue a Madrid y al volver nos dijo: -La cosa va viento en popa. Ya le he marcado al Ministro la cantidad: 50.000 pesetas. No aceptaremos una menor- Y, si bien luego lo tubo que entender el candidato señor Bosch y Alsina, a pesar de que el decreto salió antes de las elecciones, y aún más cuando el candidato era ya Diputado, y a pesar de que Romanones dejó el Ministerio por la presidencia del Congreso, la primera palabra arrancada por el señor Maristany fue la que prevaleció. El crédito acordado por el Gobierno fue en realidad de 50.000 pesetas, que las Cortes votaron con aquiescencia unánime y el Rey firmó con expresa complacencia. No hace falta decir, con esta letra a la vista, cómo creció el espíritu del Comité y de las Comisiones. Por otra parte la rapidez con que se iban cubriendo los talonarios de Congresistas indicaba que la idea del Centenario había caído bien para todo y que nos las podíamos prometer enteramente felices. Claro es que la gigantesca empresa daba trabajo y también molestias y algún disgustito, pero, ¿para cuándo les teníamos que guardar la abnegación y el patriotismo? Nos dedicábamos entonces a las cosas que necesitaban tiempo para hacerse. Entre estas había la Biblioteca Balmesiana, que había acordado fundar la Comisión literaria el mismo día que había resuelto celebrar el Congreso de Apologética. Se trataba de una librería que se colocaría en la Biblioteca Episcopal, dentro de la cual se pondrían no solamente las obras originales de Balmes, sino todas las traducciones y toda la bibliografía de las mismas, y, además, todas las manifestaciones balmesianas de carácter gráfico y, en su día, la documentación del Centenario. El pensamiento no podía ser más atractivo, y, confiada la realización del mismo por la propia Comisión literaria al vocal de la misma, Bibliotecario de la Episcopal, Mosén José Gudiol, el Comité le reservó un espacio correspondiente en el presupuesto general de las fiestas. Se tenía que elaborar el mueble, que sería sencillo pero suntuoso, coronándole un busto del gran filósofo que Mosén Gudiol había ya encomendado al joven escultor i compatricio nuestro, D. José Puntí. Entretanto, mientras se trabajaba en el continente, se iba a comenzar a reunir el contenido, faena que su finalización ha de tardar, que no se acabará nunca tratándose de Balmes. Esta biblioteca tenía que constituir un monumento, pero otros estaban en perspectiva. La Comisión de fiestas cívicas había hablado en su primera sesión de la necesidad imprescindible de cambiar la lápida que sobre el portal de la antigua casa Bojons, ahora casa Fatjó, recordaba la muerte, en la misma, de nuestro gran filósofo. La falta de arte y buen gusto, y la leyenda pésima de aquel mal aventurado trozo de mármol constituían talmente una ignonimia para la Ciudad, que no podía dejar pasar tan buena ocasión sin hacerla desaparecer. La referida Comisión tomó el acuerdo de hacer otra lápida más artística y mejor redactada y, además, encargar una segunda, más sencilla, para la casa natal, estando ya averiguada, como lo estaba, la que era. En su día pasó la ejecución de estos dos acuerdos al Comité y éste inmediatamente encargó a un distinguido escultor, un proyecto de lápida artística para la casa mortuoria. El primer croquis que recibió el Comité fue de su gusto, pero la ejecución del proyecto topó con obstáculos inesperados y se tuvo que suspender. Después nos hubimos de contentar con una cosa más sencilla, pero de todas maneras muy superior a la piedra que logramos sacar. En cuanto a la lápida de la casa natal, había aún tiempo para pensar en ella y se sabía además que el actual propietario de la misma, D. Juan B. Riera, que lo había tomado con singular entusiasmo, quería rehacer y lucir de arriba a abajo toda la fachada, conservando, no obstante y en lo posible su carácter. Y he aquí que, mientras el Comité, iba hablando de estos sencillos monumentos, únicos que tenía en la mano embestir, los vecinos de la plaza de D. Miquel de Clariana, donde radica la casa mortuoria, y los de la calle Dos-Soles se reunieron para ver que podían hacer con ocasión del Centenario. Nació entre ellos la idea de invitar al famoso arquitecto Gaudí a que trazara la forma de un gran monumento, digno de Balmes, con la intención de elaborar un modelo en yeso en la misma plazoleta los días de las fiestas, por si la gente se entusiasmaba, y venía de aquí y de allá la decisión de hacerlo definitivo. Y Gaudí no menospreció la invitación y vino un día a Vic a hacerse cargo del plan, acompañándolo los dos jóvenes arquitectos Canaleta y Pericas. Esta singular visita tenía que acarrear largas consecuencias. Por de pronto Gaudí no aprobó el pensamiento de los vecinos de la plaza de Clariana y de la calle de Dos-Soles y les dijo que era preferible hacer una cosa más modesta y más práctica, un monumento más o menos indirecto del gran escritor, que podía hacerse relativamente con pocos dineros y que consistiría en una fuente de piedra y bronce que se levantaría en la misma placita. Traspasó esta idea al arquitecto Canaleta, quien se encargó de desarrollar el proyecto. Después, pasando por la Plaza Mayor, se le ocurrieron otras ideas, unas de carácter transitorio para la ornamentación de la misma durante el período de las fiestas centenarias y otras de carácter permanente con la monumentalización de la casa natal de Balmes, tema sobre el cual hizo después Pericas un anteproyecto muy subjetivo que a lo mejor hubiera fructificado si el Comité hubiera contado con más dinero, y la colocación de dos farolas de basalto y hierro, también monumentales, con las cuales se adornaría la boca de la calle de Verdaguer, a la entrada de la Plaza. Pensamiento que, por acuerdo de la Comisión de fiestas cívicas del día 28 de Marzo, el Comité llevó después a la práctica. En cuanto a la fuente susodicha, Canaleta llevó al mismo tiempo el proyecto madurado y desarrollado, pero, como era cosa de los vecinos de aquel barrio no se sintieron valientes para embestir su realización. No pasó, en definitiva, de proyecto. Lo cual motivó que, más tarde, el Comité creyera que de ninguna manera podía prescindir de cambiar la lápida de la casa Fatjó, acordando que a todas pasadas se hiciera este cambio, como en realidad se hizo en su día.

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