Jaume Balmes Urpià

Jaume Balmes Urpià

domingo, 6 de septiembre de 2020

VII) LA TÓMBOLA. – EL CONGRESO. – EL CONCURSO PECUARIO. – MÁS AÚN DE LAS SUBVENCIONES.

VARIAS veces, desde el primer día de hablarse del Centenario, se les había ocurrido a ciertas personas que podría dar un resultado pecuniario halagüeño la apertura de una tómbola, y, en ocasión en que por segunda y última vez se reunieron las tres Comisiones juntas, se acordó adoptar este pensamiento y nombrar una Comisión especial para llevarlo a la práctica. El nombramiento de esta Comisión se hizo sobre la conocida base de darle representación a todas las sociedades recreativas, lo cual, naturalmente, hizo que hubiera que ser muy numerosa. Veinte fueron estos representantes, habiéndose designado para presidirlos al regidor D. José Mª Bach Alavall. La Tómbola se inició con valentía, plantándosele especialmente el Presidente y los señores D. Ramón Espona, D. Ramón Bach y D. José Illa, y se consiguió que desde el Rey hasta el último vecino de la Ciudad contribuyeran con un presente más o menos rico en la exposición de los objetos. Después de largos y complicados trabajos de preparación, en los cuales intervinieron, además de los comisionados, varias señoritas distinguidas vicenses, se abrió la Tómbola, con sencilla solemnidad, el domingo día 5 de Junio, asistiendo las autoridades y una selecta concurrencia. La instalación se había hecho en el espacioso vestíbulo del local de la Juventud Católica. No era el punto más indicado, sobre todo por lo que tenía de excéntrico, pero no se había encontrado uno mejor. Desde aquel día la Tómbola se abrió con frecuencia, aprovechando todas las ocasiones que prometían concurso, fijando como días ordinarios los jueves, sábados y domingos, y, naturalmente, todos los festivos. Los domingos solía dar atractivo a la vista la música de la guarnición. Los resultados fueron halagadores desde el principio y en general respondieron a las confianzas que se les habían fundado. Entretanto, el Congreso de Apologética iba viento en popa y a últimos de Marzo podía ya asegurarse dos cosas: que no había que preocuparse por el hecho de que se cubrirían con creces todos los gastos que la materialidad de la asamblea ocasionara y que esta revestiría sin duda alguna el carácter de internacionalidad que los iniciadores habían querido darle. El Boletín del Centenario, que tenía que ser órgano oficial de todas las fiestas, se había convertido, por la misma fuerza de las cosas, en gaceta casi exclusiva del Congreso; lo cual por otra parte explica, habiéndose de llevar, como se tenía que hacer, la preparación de las otras fiestas con cierta intimidad que no permitía muchos anuncios ni gacetillas. En cambio, cuando se pudo ya hablar de estas fiestas, entonces no bastó una publicación mensual sino que se tuvo que acudir a los periódicos locales y también a los periódicos de Barcelona. El referido Boletín iba llenando sus páginas de notabilísimas comunicaciones firmadas por personalidades ilustres, soberbia correspondencia que, quedando en el volumen del Boletín, fácilmente encuadernable, será una primera y brillantísima historia del Centenario. Por eso, en este libro, destinado más especialmente a las fiestas públicas, sería pleonástico hacerle muchas referencias, como tampoco nos hará falta hacerlas a la historia propiamente dicha del mismo Congreso, que quedará guardada en los volúmenes que del mismo se esperan. A la preparación de la Asamblea no le falta ninguno de los requisitos que sus organizadores para ella querían. El Episcopado y el Clero español se adherían con entusiasmo a la idea y al acto, como también el extranjero y, especialmente, el americano. La prensa de todas partes se cuidó espontáneamente de hacer una dispersión general de los pensamientos y propósitos balmesianos de la Ciudad de Vic y pronto pudimos gloriarnos de haber obtenido la realización de lo que parecía un sueño: que la idea del Centenario de Balmes fuera un tema de actuación del mundo científico, y no solamente del católico, y que a nuestro gran escritor le viniera de todas partes el homenaje que se había ganado con su grandiosa y duradera obra. Asegurados, pues, los medios materiales para la celebración del Congreso de Apologética, vino el día de hablar ya de una manera definitiva del local en el que podría celebrarse. La idea de tal Congreso había nacido ya con el local predeterminado, la Iglesia de Santo Domingo; pero el natural deseo de encontrar otro aún mejor hizo que no faltara quien sucesivamente pensara en la iglesia y en el claustro de la Catedral; esto dentro de la Junta organizadora de la Asamblea, porque la verdad es que dentro del Comité nunca hubo duda. En efecto, el poder disponer independientemente de Santo Domingo, pasando temporalmente las funciones parroquiales a los Trinitarios; la más que regular capacidad de aquella iglesia, que con su espacioso crucero, permitía levantar cómodas y vistosas tribunas, y la facilidad de adornarla e iluminarla relativamente con poco gasto la designaban como un local insustituible, como realmente lo fue. Además era ya cosa convenida con el Orfeón Catalán que él iniciaría las labores del Congreso cantando el Credo de la Misa del Papa Marcelo de Palestrina, idea que había caído bien a todo el mundo tanto por la propiedad como por el carácter de grandeza que daría a la apertura de la Asamblea; y, haciéndose las sesiones en Santo Domingo, la masa de trescientos coristas de dicho Orfeón no tenía que estorbar para nada, pues podía ocupar el coro al cual era facilísimo dar entrada especial por la Casa de Caridad, pudiéndose servir después del mismo coro como de una especie de tribuna disimulada, la cual muchas personas podrían aprovechar, como así fue. La iluminación del local resultó sencillísima gracias a las proposiciones que hizo D. Sebastián Garriga, de Granollers, quien ha hecho una especialidad con la luminaria de gas acetileno, sacándole mucho de su vulgaridad con la perfección del carburo y la elegancia, completamente nueva, de los aparatos. Y todo esto, tratado con tiempo, estudiado, ensayado, comprobado, ligándolo con los elementos de decoración que se habían ido a escoger a casa del adornista Vinyals, hizo que la parte material del Congreso quedara resuelta con larguísima antelación, de manera que, llegado el momento, tenía que ser la realización de todo esto, faena de pocos jornales. ¡Así se hubiera podido realizar para las otras fiestas! Las subvenciones iban un poco a paso de tortuga. Las elecciones legislativas habían, cuando menos, atrasado a la del Estado y la de la Diputación sabíamos ya que tendría contra que probablemente obligaría a rebajarla. Contábamos con cinco mil pesetas seguras, pero en su día quedaron reducidas a la mitad, dedicando, eso sí, la otra mitad a hacer también homenaje a Balmes, pero sin llevarlas a manos del Comité del Centenario. Volviendo a la del Estado, después de haber visitado al Comité el candidato ministerial D. Rómulo Bosch y Alsina –quien después salió triunfante de las urnas-, antes de los días de la elección, es decir, el 28 de Abril, acordó el Consejo de Ministros la concesión del crédito de las 50.000 pesetas convenidas entre D. Pedro Grau Maristany y el Conde de Romanones. Este crédito tenía que ir aún a información del Consejo de Estado y después a votación de las Cortes. El nuevo diputado trabajó para que estos pasos se pasaran sin nuevas dificultades, como se hubo de cuidar después de que viniesen materialmente los dineros, que bastante se hicieron esperar, llegando, y aún no todos, los mismos días de las fiestas. En definitiva se recogió toda la cantidad, haciendo todo lo que se pudo. Es de justicia consignar que el Gobernador, señor Muñoz, había tomado con evidente simpatía nuestras fiestas. Lo que pasaba era que este retraso en tener el seguro de la pecunia ataba de manos a las Comisiones y especialmente al Comité, sobretodo delante de los comisionados excesivamente dudosos, y retardaba, por consiguiente, la definitiva formulación del programa, que el público pedía con ansia creciente cada día. De esta circunstancia salió poco o muy perjudicado uno de los actos más interesantes y más propios de la comarca que se había acordado incluir en las fiestas balmesianas, dando pie, por cierto, a consideraciones cómicas e infundadas: la celebración de un Concurso regional pecuario. Este Concurso tenía carácter oficial y hubo quien, con convicción y sin animosidad contra Vic, trabajó para que se celebrara en Gerona. Vic había celebrado otro particular, animadísimo, dos años antes, y de ese salió la idea de este. No fue difícil convencer a las entidades oficiales que habían de fallarlo de que lo hiciesen a favor: todo el mundo se empeñó, el señor Obispo de los primeros, y Madrid designó nuestra Ciudad. De Madrid mismo venía dinero para este Concurso, pero era obligatorio destinarlo todo a premios y no quedaba para pagar materialmente la fiesta. La Cámara Agrícola Ausetana se tuvo que encargar y figuró, naturalmente, como cosa suya. La lástima era que las trabas oficiales no la dejaban obrar con libertad, ocasionando pérdida de tiempo y la mengua natural y consecuente entusiasmo.

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