Jaume Balmes Urpià

Jaume Balmes Urpià

domingo, 6 de septiembre de 2020

XXI) LA FIESTA FOLCLÓRICA.— EL PENSAMIENTO.—EL OBJETO. — LA ESPECTACIÓN PÚBLICA. — LAS FANTASÍAS. — LOS PREPARATIVOS. — ÉXITO POR EL ANTICIPO.

LA fiesta folclórica fue, de todas las civiles, la que desde el primer momento tuvo más fortuna y cayó más en gracia al público, no sólo dentro de la Ciudad sino también fuera y, quizás más que en otro lugar, en Barcelona, donde comprendieron enseguida toda su filosofía. El pensamiento de esta fiesta fue ya comunicado a la Comisión de fiestas cívicas en la primera sesión que celebró, e inmediatamente adoptado. Expliquemos un poco la génesis. No podían faltar en una fiesta como la del Centenario, celebrada en el mismo riñón de Cataluña, las danzas populares de la tierra, renovadas aquí mismo ya hace algunos años con aplauso general y después con imitaciones en todas partes, hasta a veces en una forma sistemática de la que no somos partidarios. Una serie de esas danzas, bailes con esmero y bien presentados, podían llenar una de las dos solas tardes que las funciones de ceremonia nos dejaban: la del viernes y la del sábado. La Plaza Mayor es un teatro magnífico para esa clase de espectáculos y por eso una de las primeras cosas que procuramos fue la de que, entre los elementos de la empaliada, no hubieran algunos que nos pudiesen estorbar. Pero un simple cuadro de danzas populares no nos satisfacía: había que dar a la fiesta más originalidad, y hacerla de manera que revistiera más pompa y tuviera más abundancia de color popular. Por eso fue que se nos ocurrió basarla en una espléndida manifestación folclórica, como podía ser una comitiva nupcial de payés de hace cien años, tal como nos la ha conservado la tradición y nos la dejó escrita, inspirado por su buena madre, el inolvidable y verdaderamente malogrado amigo José Casaramona, quien en los brevísimos años que pudo dedicarse a amar las cosas de la Patria tanto había ayudado a resucitar estas bellezas de la antigüedad. ¡Qué lástima que se nos muriera tan pronto y no nos pudiera ayudar en esta ocasión! Cómo le echamos de menos aquellos días! Sin embargo, nos quedaba todavía gente y elementos para embestir esta singular fiesta tan bien recibida por todos. Podíamos contar con el folclore experimentado y práctico de Eduardo Subirá, que tanto había trabajado ya aquí en este tipo de cosas, y con una comisión especial (casi podríamos decir técnica) que cuidaría con todo el amor los numerosos y complicados preparativos, que se iniciaron muy temprano. El lector ya comprenderá que en la comitiva nupcial, junto a las figuras indispensables (la Novia, el Novio, los padres y madres, los padrinos, el famoso Padre de los locos, etc.), iría gente que se ocuparía de las danzas, reclutada con este propósito. Así, la sesión de danzas nacía naturalmente de la misma fiesta nupcial y era como un accidente de esta. Pero, además, esto cumplía un objeto que, de otra manera, se habría tenido que quedar sin cumplimiento. Expliquémoslo. En unas fiestas de la importancia de las de nuestro Centenario, venía como anillo al dedo una cabalgata solemne, más o menos alegórica, del asunto que se conmemoraba. Está claro que a la Comisión no le pasó por alto esto, y precisamente, este fue un motivo más para adoptar la Fiesta folclórica. No había dejado de recibir dicha Comisión, de procedencias muy autorizadas, planes y proyectos originales y estimulantes de cabalgatas que, junto a su atractivo, tenían dos males: el de ser de un coste inevitablemente superior a la capacidad económica del Comité y la dificultad de evitar que tuvieran, como suelen tener todas las cabalgatas, demasiado sabor de comedia, especialmente con la gente que un hombre debe utilizar en semejantes casos, ordinariamente poco capaz de hacerse cargo del objetivo que se persigue y poco adaptable en figura y continente con lo que se trata de reproducir y simbolizar. Más o menos también alcanzaba este último inconveniente a la cabalgata folclórica, pero era infinitamente más fácil encontrar una figura del día que representara una novia, que no una que simbolizara la Filosofía, verbigracia, o tal vez la Apologética. Además, la comitiva nupcial no era un cuadro alegórico sino algo vivo, adaptable al gusto de todos y no incapaz de recibir un carácter de actualidad que transportase la mente del público a un siglo atrás. Y aún más: al movimiento estimulante del cortejo nupcial se añadía el tiempo de las danzas, de esas danzas todavía vivientes o resucitadas, algunas de ellas tan marcadamente graciosas y tan artísticas. Con la fiesta folclórica teníamos, pues, cabalgata, y cabalgata propia de la tierra; y por eso la Comisión, desde el día en que la dejó resuelta y acordada, no tuvo un solo momento de arrepentimiento ni de duda. Como dejo dicho, la idea y la resolución, que pronto trascendieron, fueron unánimemente aprobadas por el público. Desde ese día, la Fiesta folclórica fue pasto de todas las conversaciones y objeto de innumerables comentarios anticipados, lo cual no sólo no la dañó sino que la favoreció, pues algunos detalles y perfiles de la ceremonia los dictó la misma glosa pública. Las tradicionales esponsales se reprodujeron infinitamente en la conversación mucho antes de hacerlo en la realidad de la fiesta. Esto mismo incitó a la fantasía popular y enseguida muchos, en la ceremonia nupcial vieron a los novios, no ya de carne y huesos (que no los queríamos hacer de cartón), sino absolutamente reales y efectivos, es decir un soltero y una chica que con toda intención, verdad y formalidades aprovecharían la ocasión para decirse el trascendental Sí Padre. En Barcelona los periódicos hablaron en este sentido, no ya de lejos sino en las mismas vísperas de la fiesta, de tal manera que para mucha gente era indudable que así sería; boda verdadera y no de comedia. Pero lo más singular del caso es que, si no fue, materialmente podía haber sido. A la Comisión le iban bien y le favorecían los planes esas fantasías de la gente, y, sin afirmarlas, no las negaba. Y acabó de contribuir al renombre anticipado de la fiesta la graciosa circunstancia de que dicha Comisión recibió dos formales proposiciones de novios de verdad que se ofrecían, mediante la natural oferta de un determinado dote a la novia, a cargarse el yugo aprovechando la fiesta. Y no fue precisamente el sacrificio pecuniario que esto representaba, completamente excusable y malogrado, lo que impidió a la Comisión aceptar esas curiosas ofertas, sino miramientos de orden más elevado de los que fácilmente el lector se hará cargo. Pero, de todos modos, la bombarda se fue aguantando y la gente no sólo pronunciaba los nombres de los novios sino que decía también la dote que la Comisión, que sólo había hablado en la forma que se puede comprender, hacía a la novia: unas seiscientas libras mal contadas! La fiesta se tenía que desarrollar principalmente dentro de las calles de la Ciudad, en la forma que tenemos dicha de cabalgata folclórica y sección de danzas populares. Sin embargo, a ruegos de algunos amantes de las cosas tradicionales, se acordó en principio, es decir sin perjuicio de repensarse a última hora, previendo que el tiempo podía faltar y que cosas más o menos imprevistas lo podrían estorbar, celebrar también la ceremonia foránea de ir a buscar el Novio y la Novia en dos distintas masías. Estas masías tenían que estar lo más cercanas posible y muy próximas a la ermita de San Sixto, donde se habría figurado la ceremonia, aunque sin abrir la puerta de la capilla, como es de suponer y sólo para añadir un nuevo incidente pintoresco a la evolución general de la fiesta. Así lo anunciaba el Programa, formulado con más de una mesada de anticipación. Pero ya veremos cómo se tuvo que desistir de esas ceremonias foráneas. Los preparativos de la fiesta se hicieron con todo reposo y sin grandes dificultades. Como lo más importante y complicado era la presentación de las danzas con la mayor veracidad posible, y con toda la perfección artística que se pudiera desear, la Comisión se empeñó desde el primer momento en que fuesen bailadas por gente de reconocida competencia y residente en las mismas localidades donde se conservan todavía. Se hizo un índice previo de las danzas que convenía ejecutar que fueron las siguientes: Ballet de Montanya. Ball de les Caputxes. Ball del Ciri. Dança de Campdevanol. Dança de Castelltersol. En la primera, por su carácter general, no podíamos marcarle un municipio determinado. Como entre las danzas resucitadas y cultivadas por los jóvenes folkloristas de Catalunya Vella ese Ballet goza de una especial predilección y es de aquellas que en la ejecución suele obtener más perfección y mayor éxito, se rogó a dichos folkloristas que se encargasen, como lo hicieron definitivamente, de ir a buscar a sus gentiles parejas, que con entusiasmo los secundaron, en la Rambla del Hospital. El Ball de las Caputxes ya se sabe que es propio de San Juan de las Abadesas. Las cuatro parejas que allí suelen bailarlo aceptaron sin cumplidos el convite que les hicimos de venir a animar con dicha danza a nuestra Fiesta folklórica. Lo mismo hicieron las cuatro parejas que han renovado en Taradell el ceremonioso Ball del Ciri de la Plana. Lo calificamos y llamamos así porque se hubo que añadir otro Ball del Ciri, el de Castelltersol, bastante distinto del nuestro, conservado sin interrupción en Viladrau. Habiendo en Campdevànol folkloristas tan entusiastas y decididos como Mosén Eudaldo Jolis y don Damián Casanovas, fue coser y cantar el lograr el concurso de los bailadores de la famosa Dança de aquella bonita villa del Freser. Sólo nos faltaba la Dança de Castelltersol. Tampoco encontró obstáculos la invitación que hicimos a los que en dicha población suelen bailarla, los cuales, animados, quisieron darnos el doble de lo que pedíamos, ofreciéndonos también su Ball del Ciri, que junto a su texto primitivo, Passos de la Dança, forman un conjunto que enamora. Si hubiéramos querido aumentar el programa de danzas habríamos podido aceptar las ofertas que las sociedades folkloristas de varias poblaciones nos ofrecieron; pero nos convencimos de que no podíamos abusar ni de la exactitud del tiempo, ni de la benevolencia del público, ni de los recursos económicos. El programa de las danzas quedó, pues, circunscrito a las cinco que dejamos citadas, añadiendo el Ball del Ciri de Castelltersol. E hicimos bien en no cargarlo más, porque se vio en su día que ya bastaba, no teniendo que haber intermedios. Hecho esto, fuimos a asegurarnos el generoso concurso del técnico en estas cosas, el Maestro Pujol, del Orfeón Catalán, quien nos lo prometió en la primera indicación que le hicimos. Después vino el fatigoso trabajo de reunir las sesenta cabalgaduras que necesitábamos, con los adornos propios del caso, especialmente los famosos sillones para las mujeres, no tan fáciles de encontrar porque son muchas las masías de donde han ya desaparecido y hay otras que, por tenerlas demasiado guardadas, las han dejado perder. Fuimos a la famosa casa de machos de silla llamada El Reyet, donde encontramos la cooperación que necesitábamos, si bien los buenos resultados que obtuvimos hubieran de traducirse en considerables compensaciones pecuniarias. Afortunadamente, habíamos medido bien el presupuesto y dentro del Comité se nos había dicho que no sufriéramos nada para esta fiesta. Se encontraron, pues, todos los sillones que necesitábamos, habiéndonos dejado amablemente el vistoso y ricamente bordado que sirvió a la Novia la distinguida Sra. Dª Carmen Llobet de Casas, que lo hizo traer expresamente de su torre de Vallvidrera, donde lo guarda con avaricia como una hermosa reliquia de la vejez. Fue algo más sencillo reunir la numerosa comparsería de pie que debía figurar en la comitiva nupcial, así como el encontrar y hacer los trajes y demás accesorios que el carácter de la fiesta reclamaba. Y hay que advertir que se hicieron en Vic, entre otras cositas, redecillas nuevas de color de rosa, después de tantos y tantos años de no llevarse. En cambio, los guantes largos de punto, ya hoy de moda, nos ahorraron hacer mangotes, pues con poco trabajo realizado en aquellos, se convirtieron. Para la música de las danzas contábamos con la copla vicense Unió Lírica y la ampurdanesa La Principal, de Perelada, ambas competentes para el caso, pues conocen y han ejecutado dicha música, con la dirección inmediata del Maestro Pujol, que era una soberbia garantía para el éxito de la fiesta. Y nada hay que añadir ya a estas parrafadas sobre los preparativos de aquella, señalada para las tres de la tarde del viernes, día 9, en los programas especiales que por la mañana circularon y en los que figuraba la orden de la comitiva nupcial que, dictada con competencia y autoridad indiscutible para Eduardo Subirá y acatado por la Comisión folklorista, era como sigue: Escopeteros. Mulo ricamente laceado llevando las ropas y presentes de la Novia. El Padre de los Locos. Mancebo mayor, a caballo. La NOVIA, en lujosa cabalgadura, adornada a cada lado. Otro mancebo mayor. La Madre de la Novia. Criado de caballo. Las tres hermanas de la Novia. El hermano de la Novia. El Padre de la Novia. El Padre del Novio. El Novio. La Madre del Novio. Las tres hermanas del Novio. Los dos hermanos del Novio. La parentela de San Juan. La parentela de Campdevánol. La parentela de Taradell. La parentela de Castelltersol. Estas cuatro parentelas eran, como es fácil comprender, los grupos de bailarines de cada una de dichas poblaciones. Creyendo excusado ponderar el efecto que el programa hizo entre la gente, tan bien dispuesta ya, como más arriba dijimos, a favor de la fiesta. Y ahora vamos ya a explicar la realización de ésta y los inesperados y curiosos incidentes que la acompañaron.

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