Jaume Balmes Urpià

Jaume Balmes Urpià

viernes, 4 de noviembre de 2011

"Recordando a Balmes" - III - LA VANGUARDIA - 18-06-1910


LA VANGUARDIA


DIVAGACIONES


RECORDANDO Á BALMES



III



No faltará quien crea apasionado el testimonio de Balmes acerca de la religiosidad y el monarquismo de la sociedad española de su tiempo, como no faltará quien le acuse todavía de prevaricación por haber reconocido entonces el espíritude la época. Conviene no apresurar el juicio en este punto, ni aplicar á lo antiguo la medida de lo actual, ni aun exagerar imprudentemente dicha medida. Los tiempos han cambiado mucho y han alterado de una manera considerable nuestro mapa espiritual; la mutación, sin embargo, dista bastante de ser decisiva ni de poderse tomar como inversión complete.

Para corroborar las proporciones atribuidas por Balmes al problema español y al estado de hecho del país existen muchos términos de comparación. ¿Qué dicen, en suma, los viajeros de aquella década? ¿Cómo encontraron á España? Ahí están Gautier, Dumas, Borrow. Ahí están, sobre todo, Jorge Sand y Edgardo Quinet, los menos sospechosos de parcialidad tradicionalista. La visión de conjunto que nos ofrecen es substancialmente idéntica la consignada por el pensador de Vich. Podrá haber discrepancia de pormenores, pero la linea general aparece la misma es todos lados, así se trate de simples cronicas ú observadores de lo pintoresco como de espíritus arrebatados por el anra del proselitismo revolucionario. Quinet apenas ve otra figura relevante que la del tribuno don Joaquín María López, como Jorge Sand, algunos años antes, no había visto ni citado otra que la de Mendizábal, luchando las dos contra el ambiente de una gran mayoría hostil. Desde la incredulidad escéptica ó desde la restauración católico-romántica, esta imagen de la España cristiana, realista y caballeresca surge por igual de todos los libros y se repite hasta después de mediar la centuria, en Chateaubriand y Byron lo mismo que en Merimée y Ozanam.

¿Quién que haya leído las Vacances de Edgardo Quinet, por ejemplo, dejará de recordar su concepto de nuestra revolución literaria y de nuestra revolución política, uno de cuyos momentos más interesantes, el de la célebre acusación contra Olózaga, pudo presenciar y describir con tan dramática viveza? No debe olvidarse tampoco su semblanza de Fígaro, verdadera y luminosa anticipación de un juicio que no prevaleció en España hasta días muy recientes. En esta apreciación de Larra va envuelta la del romanticismo castellano y la de toda la revolución, en sentido de cosa ficticia, superficial y contradictoria con la índole de este pueblo. Aquella posición excepcional, única, del pobre Werther madrileño; aquel desencanto terrible de un revolucionario hastiado de la revolución, de un europeista que se siente casi más extranjero entre los modernizadores que entre los rancios de pura cepa, de un amante del progreso que ai verlo actuar aquí lo desconoce como si se lo hubieran cambiado, de un hombre, en fin, que apetece la substancia, la cultura, la civilización y no encuentra más que nombres, formas y vacío; aquella posición de espíritu, á ninguna comparable entre sus contemporáneos, es también una confidencia harto elocuente acerca de la esterilidad de la revolución española, sobre la cual se encuentran y coinciden Balmes y Larra procediendo de tan diversos caminos.

Con modesta timidez ha insinuado esta coincidencia, apuntando la posibilidad de un paralelo, el escritor gerundense don Narciso Roure, en el substancioso y elegante libro que acaba de dar á luz bajo el título de La vida y las obras de Balmes. Este volumen, digno de que lo lean todas las personas de buen gusto y en el cual campean hábilmente fundidas la depuración y la amenidad, está destinado á ser el más completo y asequible estudio biográfico y de critica que, para el público en general, produzca el centenario del filósofo vicense. Lo que allí indica de pasada y con suma cautela el señor Roure merece ser recogido y ampliado á lá luz de alguna nueva consideración El publicista ortodoxo y el satírico incrédulo tenían de común, aparte del talento claro y perspicaz, cierta nota de independencia constante respecto de los partidos organizados. Eran hombres de convicciones, de tendencias, de escuela filosófica, cada cual á su modo; pero no lo eran de bandería, de comité, de oposición ó ministerialismo cerrado. Escribían para el círculo vasto y libre de la opinión; y la opinión les sostuvo como á nadie más ha sostenido en España, ni antes de ellos ni después.

Les sostuvo en una forma inequívoca, inusitada entre nosotros: pagándolos con esplendidez. Todavía ahora nos parece inverosímil la tirada de los folletos de El pobrecito hablador, cada uno de los cuales producía un buen puñado de onzas á su autor imberbe. Suenan á cosa de fábula para ofrecidos en 1835, inmediatamente después de Calomarde y el terrible decenio, aquellos contratos de treinta y seis mil ó cuarenta mil reales anuales por un artículo á la semana, que Larra pudo obtener disputado por empresas y editores. No fue menor el buen éxito económico de Balmes. Desde Vich acude á Barcelona en 1840, con el borrador de sus Consideraciones políticas sobre la situación de España. Era un joven sacerdote rural, apenas conocido por su trabajo anterior sobre los bienes del clero, y su nombre no había sonado más allá de los nativos campos ausetanos ó de las aulas de Cervera.

Con todo, el editor Tauló, enamoróse del opúsculo primerizo y pagó por él ochenta pesos fuertes. La nombradía de Balmes se extendió rápidamente, como la de Fígaro, y su vida pública duró casi lo mismo: seis ó siete años. Balines enriqueció en poco tiempo. Se sucedían y agotaban las ediciones de sus obras grandes y obtenía no menor retribución su trabajo periodístico. Una simple revista semanal, como El Pensamiento de la Nación, le dejaba más de tres mil duros anuales según testimonio de sus biógrafos y según oí referir á Quadrado muchas veces. En fin: pasado apenas un lustro desde su aparición en el mundo intelectual, pudo contestar á las demandas de quien deseaba adquirir para lo sucesivo la propiedad de las obras publicadas, hablando de treinta mil duros como de cosa muy razonable y corriente á pesar de lo que habían ya producido.

Se dirá, acaso, que este signo del lucro editorial resulta contradictorio, incoherente y en ocasiones voluble ó inmerecido. Puede objetarse también que, en el caso de Larra, entraba por mucho el deleite literario, el mero estímulo de la amenidad cáustica y donairosa. Mas todo ello redundaría en abono de Balmes, que trataba materias arduas y profundas desprovisto de aquellas artes de seducción propias de un gran satírico ó un gran estilista. Balmes no fue un escritor, en el riguroso sentido de la palabra: careció de fantasía, de jugosidad y, en cierto modo, de genio artístico. En su prosa aforítica y sentenciosa no pudo emular aquella elegancia solemne y desnuda que caracteriza á muchos pensadores imbuidos en el gran ejemplo de Pascal. Alcanzaba casi siempre la eficacia y los efectos de la elocuen- cia; pero tal elocuencia era distinta de la literaria. Nacía de su inagotable abundancia de recursos dialécticos é históricos, de su plenitud de convicción,de su lucidez continua. A esta lucidez del pensamiento no acompañaba siempre una idéntica lucidez de palabra. Era más claro que preciso, aunque ello pueda estimarse paradógico. En no pocos momentos el concepto resulta más firme que el lenguaje y se adivina en sus párrafos cierta vacilación gramatical, como si la palabra escogida nos hiciera presentir otra todavia más propia y concluyente, que le era contigua, que estaba inmediatamente á su lado, á la derecha ó a la Izquierda, y que quedó silenciosa como una tecla pasada por alto en el ardor de la ejecución.

Fuese esto debido á falta de compenetración con el idioma adoptado ó á carencia de aptitudes literarias propiamente dichas; procediese de su temperamento de catalán ó de sus condiciones individuales en absoluto, el hecho no es menos cierto. Yo creo que contribuían al mismo las dos influencias. La diferencia del medio lingüístico en que vivió de continuo hasta los treinta años, poníale en estado de inferioridad respecto del castellano, con todo y no distinguirse aquella época por el esmero de la prosa, si se exceptúa uno que otro escritor de costumbres. Su educación filosófica, en cambio; sus abstracciones, sus puntos de vista universales, su manera de llamar á lo general en ayuda de lo concreto y de presentar lo transitorio á la luz de lo inmutable, escribiendo sub specie ceternitatis, le colocaban por encima del mismo castellano y de toda lengua nacional y pronunciadamente castiza. Hubiera escrito el italiano, el francés, el inglés, de haber nacido en esos países, con arreglo á la misma pauta, es decir, adoptando aquel vocabulario ideológico y sin sabor local que constituye un fondo común á todas las lenguas cuitas.

Porque ningún español durante el pasado siglo, ni antes de Balmes ni después de él, adquirió tan rápidamente el pleno aire europeo. Desde el primer día subió á las alturas del pensamiento universal, se hombreó con las grandes inteligencias, trató los grandes problemas transpirenaicos, mereció la amistad de los grandes hombres de todas las tendencias y respiró el aura de las cumbres, saludando ó siendo saludado desde ellas, viendo ó siendo visto. De Guizot á Chateaubriand, de Rossi á Monseñor Pecci, de Vissemann á Martínez de la Rosa y al gallardo aventurero don José Joaquín de Mora —que heredó su sillón de la Academia— estuvo en ideal correspondencia con los espíritus más elevados de su tiempo. Sus obras fueron inmediatamente vertidas á todos los idiomas europeos y se reimprimen todavía. Por el valor propio y por la estima ajena, por el mérito intrínseco y por el testimonio objetivo de la celebridad, se ha incorporado al patrimonio de la cultura humana y el mundo le ha reconocido por suyo.

¿Verdad que hay algo de ironía en este destino, en esta reputación? Hemos escuchado, en los últimos tiempos, exhortaciones fervorosas y ciertamente más precipitadas que reflexivas en sentido de la inmediata «universalización» de Cataluña y contra su espíritu local, contra su arte ruralista y de pesebre, contra el vigatanismo, encarnación y resumen de cuanto pueda imaginarse de más regresivo y antieuropeo.... Pues de Vich salió Balmes y desde Vich saltó en plena Europa civilizada y fue el español más universal del siglo XIX, tanto por su vasta capacidad como por su extensa nombradía. De Vich salió también Verdaguer y es el catalán que hasta ahora haya llevado más lejos, á la otra parte de la frontera, el nombre literario de su patria. Ante esos ejemplos, es cosa de vacilar un poco respecto de si es preferible tener vigatans conocidos en todo el planeta ó europeizantes conocidos tan solo en Vich.

MIGUEL S. OLIVER





LA VANGUARDIA, 18 de junio de 1910, pág 6

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