Jaume Balmes Urpià

Jaume Balmes Urpià

viernes, 14 de enero de 2011

La Vanguardia 10-9-1910 Visita de la Infanta Isabel a les festes del Centenari

El viaje de la Infanta
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A Ripoll

Vich 9 septiembre.
Las nubes, que hace días amenazaban sobra Vich, descargaron en las primeras horas de la mañana de hoy copiosa lluvia sobre ia ciudad, poniendo las calles en un estado intran-sitable. Llovía aún cuando á las ocho de la mañana Su Alteza Real la infanta doña Isabel se dirigió en carruaje á la estación del ferrocarril, para emprender su anunciado viaje á Ripoll. En el andén le tributó los honores correspondientes á su alta jerarquía una compañía del batallón da Alfonso XII, con bandera, escuadra y bandas de música y cornetas. En la estación se hallaban, para despedir á Su Alteza, todos los Jefes y oficiales francos de servicio.
Al tren especial subieron, además de la infanta, la marquesa de Nájera, el ministro de Gracia y Justicia, el capitán general de Cataluña, señor Weyler; el gobernador civil de Barcelona, señor Muñoz; el obispo de Vich, doctor Torras y Bages; el alcalde de aquella población, señor Font y Manxareil; el gentilhombre señor Fontcuberta; la comisión de concejales de Barcelona, formada por los señores Ramoneda, Vallés y Pujals, Nualart y Carreras Candi; el conde del Valle de Marlés y su distinguida hermana Gloria; el inspector principal de los Caminos de Hierro del Norte, señor Barnoya; el inspector de los mismos, señor Díez; el jefe de la guardia urbana de Barcelona, señor Ribé; los señores Monegal (don José), Maristany, Bertrand y Serra y otros, y los representantes de la prensa.
También iban algunos individuos de la policía y guardia urbana de Barcelona.
A las ocho en punto se puso el tren en marcha, cesando la lluvia pocos momentos des- pués y luciendo el sol á intervalos. En la estación de Manlleu fue saludada la augusta señora por el alcalde del pueblo y una comisión de concejales. Durante el trayecto hasta Ripoll recibió Su Alteza inequívocas muestras de respeto y simpatía en todas las estaciones, siendo no pocas las fábricas de la cuenca del Ter que ostentaban colgaduras de los colores nacionales en balcones y ventanas.

Recibimiento entusiasta

A las nueve, poco más ó menos, entró el convoy en la estación de Ripoll, donde Su Alteza fue aclamada. Una banda de música ejecutó la Marcha Real, y el alcalde, don Ramón Prat y Puig, leyó un sentido discurso de salutación y bienvenida, recordando la visita de Don Alfonso XIII á la que el señor Prat califica de Covadonga catalana.
Doña Isabel y la marquesa de Nájera fueron obsequiadas con preciosos «bouquets».
Entre las personas que esperaban en la estación, figuraban las autoridades locales y los coros «Flor de Maig» y «La Dalia Ripollense», con sus senyeras, en las que fijó su atención la augusta dama.
Doña Isabel tomó asiento en un carruaje á la derecha del alcalde de Ripoll y llevando en frente a la señora marquesa de Nájera y al obispo de la diócesis, doctor Torras y Bages. En otros coches tomaron asiento las demás personalidades de la comitiva de Su Alteza.
Al partir para la población, se dieron vivas á la infanta.
La población presentaba un aspecto pintoresco y animadísimo; las calles por que había de pasar la comitiva estaban ocupadas por un gentío enorme, reflejándose en todos los rostros, no ya curiosidad, sino verdadero entusiasmo.
Los balcones estaban asimismo completamente atestados de gente y luciendo colgaduras de colores diversos; el sol desde las alturas, contribuía á dar mayor realce y colorido al hermoso cuadro. Desde los balcones y ventanas, lo mismo que en la calle, la multitud aplaudía entusiasmada y daba sin cesar estentóreos vivas á la infanta, á España y á los reyes. A estas demostraciones de entusiasta afecto, doña Isabel, emocionada y sonriente, respondía agitando su pañuelo.
Al llegar á la plaza mercado, el entusiasmo llegó á su colmo: desde los balcones y ven-tanas, desde los terrados y desde la calle, cayo sobre Su Alteza una verdadera lluvia de flores y confetti, redoblándose los vivas y las aclamaciones. La ovación fue estruendosa, delirante; doña Isabel, entusiasmada también ante el espontáneo y caluroso recibimiento que Ripoll le tributaba, ordenó parar el carruaje, del que descendió, continuando á pie su camino y saludando sin cesar á la multitud.
En la citada plaza se había levantado un arco de triunfo con la siguiente inscripción: «Ripoll á S. A. R. la infanta doña Isabel». En departamentos colocados en el interior del arco, á ambos lados del mismo, las preciosas niñas Teresa Palá, Montserrat Pellicer, Eudalda Alsina, Dolores Prat, Pepita Francás, y María Ripoll, vestidas primorosamente con el típico traje de ia «pagesa» catalana, arrojaban flores y daban vivas á Su Alteza, que era el único blanco de aquella improvisada batalla de flores. Estas y el confetti alfombraban el suelo. Doña Isabel, al ver tanto confetti allí esparcido, exclamó:
—Pues, señor; parece que estamos en Carnaval.
El ruido era ensordecedor. Los vivas, las aclamaciones y los aplausos no tenían ni un instante de tregua, y las campanas del monasterio, lanzadas á vuelo, aumentaban la nota hermosa de sana alegría y de entusiasmó sincero.
En la plaza del monasterio, y formados en dos largas filas, se hallaban los niños que asisten á la escuela municipal, con su bandera; las criaturillas llevaban, además cada una, una banderita española en las manos.
En el centro de la plaza se había levantado un roqueño obelisco por la fábrica de útiles para la fabricación de hilados, torcidos y tejidos, de los señores F. Catalá é Hijos. El monumento había sido construido por don Francisco Catalá y Coll, con ochocientos cuarenta v tres varios objetos de tornería, y en él se veían la fotografía y el autógrafo que Su Majestad el Rey Don Alfonso XIII dejó á los dueños de la fábrica cuando visitó Ripoll.
El dueño de la citada fábrica obsequió á Su Alteza con fotografías da su establecimiento.
Doña Isabel, recibida por el rector del monasterio, penetró bajo palio en el templo, que se hallaba hermosamente iluminado con bombillas eléctricas de colores. Oró unos momentos ante la Virgen, y después ocupó su lugar al lado derecho del altar, cantándose un solemne «Te Deum». La iglesia estaba completamente ocupada por una compacta multitud. Cantó el «Te Deum» el rector del monasterio, Rdo. don Juan Puig y Oriol, asistido por los vicarios Rdos. José Santacana y Pedro Farrás.
La infanta subió al altar, examinando el mosaico en que se halla la imagen de la Virgen, regalado al monasterio por Su Santidad i difunto Papa León XIII, y el altar, precioso donativo de la Reina madre doña María Cristina.
Después recorrió las capillas y diversas dependencias del monasterio, gallarda muestra del estilo bizantino, deteniéndose muy principalmente ante la hermosa escultura de la imagen de la Virgen del Rosario, obra de José Llimona, los sepulcros de Wifredo «el Velloso» y Ramón Berenguer III, y las urnas que guardan los restos de los demás condes de Barcelona.
Al pasar junto á la losa que cubre los restos del difunto obispo Morgades, Su Alteza pidió al prelado de Vich, doctor Torras y Bages, que rezara un responso. Una vez cumplido este piadoso acto, continuó la comitiva recorriendo el templo, llamando la atención de la augusta dama las vidrieras de colores, donadas al monasterio por las familias de la nobleza catalana. Salieron luego al exterior para ver el ábside y el conjunto del monasterio. Doña Isabel vio cerca de sí á un corista del orfeón «Flor de Maig», y dijo sonriendo:
—Es bonita la barretina y útil en el invierno, pero no sirve contra el sol.
Pasó luego Su Alteza al claustro, quedando encantada de su admirable belleza. Las dos sociedades corales, colocadas, en el patio cantaron algunas composiciones. Después fue presentado á Su Alteza el álbum y se la invitó á que firmara, valiéndose de la misma pluma de oro con que firmó el Rey Don Alfonso XIII. Doña Isabel escribió lo siguiente: «Isabel de Borbón, infanta de España.— Ripoll, 9 de septiembre de 1910.» Luego firmaron el ministro de Gracia y Justicia, la señora marquesa de Nájera, el gobernador civil de Gerona, señor Schwartz, y los generales Aranda y Weyler.
Los claustros estaban llenos de gente que aplaudía al paso de S. A.
La egregia dama pidió al coro «Flor de Maig» que cantase algo típico.
—Cantaremos,— contestó el director,—la retreta militar.
Su Alteza sonrió discretamente ante esta salida, y se dispuso á escuchar la retreta, que fue muy bien cantada, mereciendo especial mención el solo, á cargo del corista José Su- birats.
En la sacristía fue doña Isabel obsequiada con pastas y licores, tomando asiento alrededor de la mesa, además de la infanta, la marquesa de Nájera, la señorita doña Gloria de Oriola Cortada, su señor hermano el joven conde de Valle de Marlés, el señor Ruíz Valarino, el obispo de Vich doctor Torras; el general Weyler, el gobernador civil de Gerona, Sr. Schwartz; el alcalde de Ripoll, señor Prat; el diputado por el distrito, señor Bertrand y Serra, y el senador por Gerona, don Bartolomé Bosch.
Al salir de la sacristía, admiró la infanta el notabilísimo pórtico del templo, y luego se dirigió á su carruaje, siendo de nuevo aclamada por la enorme multitud que se apiñaba en la plaza.
Durante todo el trayecto hasta la estación, la muchedumbre no cesó ni un sólo momento de aclamar á la infanta.
Antes de marchar, la augusta dama entregó mil pesetas al alcalde de Ripoll, con destino a los pobres de la población.
La despedida en la estación fue una nueva y delirante ovación para la augusta dama.

Otra vez en Vich — Inauguración

El regreso se verificó en la misma forma que la ida, siendo recibida Su Alteza en la estación de Vich por numerosos grupos que la vitorearon. Desde la estación se dirigió la comitiva á la plaza de Balmes, donde se hallan las instalaciones del concurso regional de ganados.
Se ha hecho un gran esfuerzo para que fuera posible la llegada de algunos ejemplares á fin de que la infanta pudiera ver algo del concurso. El núcleo principal de ejemplares quedará instalado hoy.
Acompañada por el jefe de Fomento, don Francisco de Paula Bergés, el catedrático de la Escuela de Veterinaria de Zaragoza y exalcalde de aquella ciudad don Demetrio Galán, el ingeniero director de la Granja Escuela Práctica de Agricultura señor Aguiló y el representante de la Dirección de la Cría caballar señor Valera, recorrió doña Isabel las diversas instalaciones de ganado caballar, mular, asnal, vacuno, cabrío y de cerda. Rió la infanta del aspecto que ofrecían unas cabras cubiertas con rojas mantas, acarició algunos ejemplares y conversó afablemente con los payeses.
También se detuvo breves momentos ante la instalación de maquinaria agrícola, haciendo varias preguntas, que fueron contestadas por el director de la Granja señor Aguiló.
Luego visitó Su Alteza los notabilísimos museo y biblioteca episcopales, que ya en alguna ocasión hemos descrito minuciosamente en estas columnas, y á la una de la tarde tuvo lugar en el llamado Salón de la Columna del Ayuntamiento el

Banquete oficial

El local estaba adornado con profusión de plantas y sobre las cuatro largas mesas paralelas entre si y perpendiculares á la de la presidencia, se veían guirnaldas de flores.
Ocupó la presidencia Su Alteza la infanta doña Isabel, quien tenía á su derecha al ministro de Gracia y Justicia, arzobispo de Tarragona, gentil hombre señor Fontcuberta, gobernador civil señor Muñoz, presidente de la Diputación, general Aramia, y senador señor Abadal, y á su izquierda al alcalde de Vich, marquesa de Nájera, general Weyler, doctor Torras y Bages, presidente de la Audiencia señor del Río, señor Sales Balmes y diputado á Cortes por Vich don Rómulo Bosch y Alsina.
Entre los concurrentes, que eran ciento veinte, figuraban los once prelados reunidos en Vich con motivo de las fiestas, los canónigos Collell y Forguet, los reverendos padres Casanovas y Nebreda, los señores Rodriguez de Cepeda, coronel Bocio, Xipell, Serra, doctor Rauschent, marqués de Alella, Sala (don Alfonso), Soler y March, Terricabras, marqúés de Palmerola, Monegal, Maristany, Pericas, Fages, Parés, Carreras Candi, Bertrand y Serra, Rdo. Lebretón, Aguiló, Nadal, Galán (don Demetrio), Tejido, Ribé, Vallés y Pujals, Leal, conde del Valle de Marlés y otros.
La casa «Pince», encargada del banquete, sirvió esmeradamente el siguiente menú: Hors d'oeuvres Parisienne. —Eufs pochés á la Chambord. —Timbales de langouitins Nantaise. — Filet de boeuf Massena. — Aspic de hure de sanglier. — Chapon du Prat rôti. — Biscuit glacé au framboise. —Ananas au Kirsch. — Gáteaux. — Café.
Vinos.- Margaux (Lalande). - Diamante. -Champagne.
Terminó el banquete dando el alcalde vivas á los reyes, á la infanta y á la patria española, que fueron unánimemente contestados.

Regalos

Doña Isabel pasó, después de terrninado el banquete oficial, á despedirse del conde del Valle de Marlés, en cuya casa se ha hospedado como nuestros lectores saben, durante su estancia en Vich. Permaneció en la morada del conde más de una hora.
La infanta ha regalado al conde del Valle de Marlés un valioso alfiler de corbata de oro y rubíes, con la inicial del nombre de la donante y sobre aquélla una corona, y á la señorita Gloria Oriola de Cortada, hermana del conde, un brazalete de oro con la misma inicial y la corona.
Al alcalde de Vich entregó la infanta tres mil pesetas para los pobres de la ciudad.


Chaparrones

A las cinco menos cuarto llegó la infanta á la plaza Mayor para presenciar la anunciada fiesta folklorista, consistente en la reproducción plástica de una boda en el siglo XVIII. La plaza presentaba animadísimo aspecto, siendo en número enorme las personas que acudieron á presenciar las danzas tradicionales de Cataluña. Los lados de la plaza estaban atestadas de público, como también las ventanas y balcones y los terrados de las casas.
Pero negros nubarrones se cernían sobre la ciudad, amenazando aguar la fiesta.
Al llegar doña Isabel á la plaza fue estruendosa la ovación que se le tributó; miles de blancos pañuelos se agitaban en el aire y las gargantas enronquecían dando vivas.
En los balcones de la casa que hace esquina de la plaza con la calle de Verdaguer, contemplaban impasibles el acto los jefes nacional y regional del tradicionalismo, señores Feliu y duque de Solferino, respectivamente llegados a Vich para tomar parte en la velada jaimista que hoy ha de celebrarse en honor de Balmes.
S. A. tomó asiento en el trono, colocado en una tribuna, y esperó... Las comitivas de los novios debían reunirse en la ermita de San Sixto y desde allí marchar á la población y bailar en la plaza. La infanta deseaba ver á las parejas con sus trajes típicos y sus típicos bailes, pero el tiempo lo impidió, porque el chaparrón que desde hacía rato amenazaba, descargó con toda su furia, y por ello y porque el tiempo apremiaba, la comitiva hubo de abandonar la plaza y dirigirse á la estación, entre atronadores aplausos.

Otra vez de viaje

A las cinco y media en punto partió el tren que conducía á S. A., siendo la despedida análoga al recibimiento.
En todas las estaciones del trayecto hasta Barcelona fue muy aplaudida la infanta, mereciendo consignarse en especial La Garriga, donde la ovación fue inmensa, indescriptible.
De todos los labios salían estentóreos vivas, las manos aplaudían frenéticamente y las gargantas enronquecían á fuerza de gritar.
Doña Isabel, emocionadísima y queriendo corresponder á la ovación, intentó bajar del tren, pero bien pronto se vio estrujada materialmente por la multitud, que pugnaba por besar su mano, y hubo de volver á subir en seguida. El coche salón quedó inundado de hermosísimos ramos de flores.
Noticiosa la infanta de que los representantes de la prensa deseaban ofrecerla sus respetos, se apresuró á enviarles un aviso diciéndoles que les recibiría en el momento en que ellos gustasen.
Los periodistas cumplimentaron á doña Isabel al llegar á Granollers, donde bajó la infanta al andén para revistar las fuerzas que la tributaron los honores.
A las siete y veinte minutos de la tarde entraba el tren en agujas de la estación de Francia, de Barcelona, pues con objeto de regresar directamente á Madrid, desde La Garriga dejó el tren la línea del Norte, entrada por Las Franquesas en la de Francia.

En la estación de Barcelona

Al paso de la infanta acudieron á la estación las autoridades civiles y militares, nutridas representaciones de los centros monárquicos, los generales asimilados con mando en esta plaza, comisiones de los cuerpos y dependencias militares, con sus principales jefes y dos capitanes en traje de media gala; el secretario del Gobierno civil, señor Die; una comisión del Ayuntamiento, presidida por el señor Serraclara; el rector de la Universidad, barón de Bonet; los señores de Emilio y Balcells del Centro Monárquico Conservador; el señor Aguilera, del Fomento del Trabajo Nacional; el señor Travé, del Círculo Liberal; el presidente de la Audiencia provincial, sefior Monfort; el comandante de Marina, señor Compañó; una comisión del cabildo catedral y algunas distinguidas damas.
Al entrar al tren en agujas, la banda del regimiento de infantería de Vergara tocó la Marcha Real, y la compañía del citado cuerpo, que había acudido á la estación para rendir los debidos honores, presentó armas.
La infanta descendió del vagón, y seguida del capitán general revistó la compañía, volviendo á subir al coche, donde le entregaron un telegrama del rey de Portugal, que se apresuró Su Alteza á leer.



A Madrid

Una locomotora trasladó el vagón de la infanta á la vía en que aguardaba el espreso de Madrid, y á la hora de itinerario salió el tren, á los acordes de la Marcha Real, tributándose á la infanta una cariñosa despedida y oyéndose vivas á la Infanta simpática y al Rey.
En el expreso marcharon, acompañando á doña Isabel, además de su séquito y del ministro de Gracia y Justicia, ei capitán general, don Valeriano Weyler; el gobernador civil, don Buenaventura Muñoz; el jefe superior de policía, señor Millán Astray, y el gobernador civil de Zaragoza, don Fernando Weyler.
El capitán general, el gobernador civil y el jefe superior de policía se apearon del tren en San Vicente de Calders, y regresaron á esta dudad en el tren rápido.
Don Fernando Weyler, como ya anunciamos, acompañará á la infanta hasta el límite de la provincia de sn mando.

El señor Ruiz Balarino

Ayer tuvimos ocasión de de partir con el señor ministro de Gracia y Justicia durante algunos momentos.
El señor Ruiz Valarino se mostró muy satisfecho del resultado del viaje de Su Alteza Real, que considera como un verdadero éxito, pues en todas partes ha recibido la augusta dama espontáneas y entusiastas manifestaciones de cariño y de simpatía, siendo muy de notar que de aquel entusiasmo hayan participado en alto grado las clases populares.
Nos manifestó también el ministro que había recibido un telegrama del señor Canalejas, en el que le da halagüeñas noticias de Bilbao y dice que en muchas minas han vuelto ya los obreros al trabajo, esperándose para muy pronto la solución total del conflicto.
Con el ministro de Gracia y Justicia conferenció también el concejal señor Carreras Candi, quien le habló sobre la redención de dominio por expropiación forzosa, materia sobre la cual no se ha legislado desde el siglo XIV.
El ministro pidió al señor Carreras que le envíe las bases para poder resolver con arreglo á lo propuesto por el señor Carreras y le prometió solucionar el asunto lo antes posible.

Un telegrama

Desde Vich se expidió ayer el siguiente despacho al presidente del Consejo de ministros:
«Los senadores y diputados que suscriben, cumpliendo gustosísimos un deber de justicia, hacen presente á V. E. que el discurso pronunciado por el ministro de Gracia y Justicia en el acto inaugural del Congreso Apologético produjo excelente efecto en la opinión, siendo unánimemente aplaudido. — Rómulo Bosch, Monegal, Abadal, marqués de Alella, Soler y March, Sala, Eusebio Bertranú, Maristany.»

Una frase de la infanta

Cuando Su Alteza fue á inaugurar el concurso regional de ganados, el señor Aguiló la anunció que no habría discursos, porque la agricultura es muy sobria en palabras.
—Ya lo sabía, —contestó doña Isabel;—es sobria en palabras porque la agricultura es una cosa útil.

Recuerdos de Balmes

Con objeto de testimoniar su aprecio á la augusta infanta doña Isabel, y para que ésta guarde algún recuerdo del filósofo inmortal, la familia de éste ha regalado á Su Alteza una pluma y un autógrafo del preclaro hijo de Vich.
No hay qué decir si doña Isabel ha agradecido el delicado obsequio.

Notas sueltas

La infanta, antes de marchar, en vista del extraordinario número de ramos de flores que en el trayecto la habían regalado, y en la imposibilidad de llevar todos á Madrid, encargó al gobernador civil que los trasladasen á la Virgen de las Mercedes, como ofrenda suya.

***

En la estación fué extraordinario el número de precauciones tomadas, multiplicándose desde mucho antes de llegar el tren, que conducía á la infanta, el secretario del Gobierno civil, señor Die; el jefe superior de policía, señor Millán Astray; el teniente coronel del cuerpo de seguridad, señor Parejo, y el señor Tresols con todos los inspectores, á sus órdenes.

Fiesta tradicional

Vich 9, 11 noche.
A las cinco de la tarde comenzó en la plaza Mayor la fiesta popular «Reproducción de una boda del siglo XVII».
Para dar mayores visos de realidad á la fiesta las cabalgatas nupciales salieron de dos distintas casas de campo.
Las comparsas vestían con propiedad á la usanza de la época. Se reunieron en la ermita de San Sixto y entrando en la ciudad dieron un paseo por la Rambla, yendo á la plaza Mayor, donde comenzaron las danzas. Al dar principio á la primera el público, por verlo mejor, se abalanzó al sitio destinado á las parejas, en términos que éstas no pudieron continuar los bailes, suspendiéndose la fiesta.

Congreso de Apologética

A las seis de la tarde comenzó la tercera sesión del Congreso de Apologética. Ocuparon la presidencia los prelados de Tarragona, Valencia y Vich. En el estrado presidencial tomaron asiento los demás prelados que asisten á esta fiesta, á excepción del de Ciudad Rodrigo, que se encontraba algo indispuesto. En el local había numeroso público, compuesto en su mayoría de sacerdotes y en el que figuraban bastantes señoras.
El jesuíta P. Casanovas pronunció un discurso estudiando á Balmes como apologético. En su concienzudo trabajo analizó la personalidad del filósofo, de quien dijo que tuvo una gran fe católica. Encontró —añade− dos mundos que no se entendían y los armonizó haciéndoles aceptar la verdad. Fue hombre de su tiempo y la realidad tuvo para él todo su valor, del cual no deben, prescindir los que quieren influir en la sociedad. Entendía que debía trabajar con el hombre y la sociedad tales como eran y por esto tuvo flexibilidad y tolerancia. Su equilibrio era grande y ello le separaba del fanatismo; demostró la eficacia de la Religión pero admitió también las demás fuerzas humanas.
Estudia luego el orador la obra apologética de Balmes, la filosófica y la teológica, exponiendo sus argumentos contra el materialismo, el kantismo y el krausismo. No escribió, termina diciendo, una obra fundamental de Apologética, pero escribió el código del bien pensar en aquella obra maravillosa que se llama «El Criterio».
Unánimes aplausos premiaron la obra del orador.
El jesuíta P. Bubón desarrolla el tema: «Paralelo entre Balmes y Lamennais».
Empieza diciendo que aunque Balmes es muy catalán, se le puede considerar, en algunas ocasiones, como parisién; lo fue tres veces en su vida: á los treinta años, cuando publicó su libro sobre el protestantismo; á los treinta y cinco, al editar la «Filosofía fundamental», y á los treinta y siete, en el opúsculo sobre Pío IX.
Enumera los méritos que tuvieron Balmes y Lamennais, señalando las coincidencias que se notan en algunas circunstancias de su vida. Ambos, dice, son hombres cuya cabeza no es almacén, sino fábrica; sabios que no viven aislados de su tiempo y patria, sino compenetrados con ia realidad; ambos contemplaroncon amargura algunas diferencias entre la religión y la patria y buscaron un remedio en la verdad católica.
Balmes, como Lamennais, pensaba que las aspiraciones democráticas de su tiempo eran las que emanaban de la doctrina evangélica. Ambos se atrevieron á alzar su voz hasta el Vaticano, para llamar la atención del Papa sobre la situación política de España y Francia.
Pero si entre los dos filósofos existen estas semejanzas, quizás son mayores las diferencias: Lamennais murió fuera de la religión católica, y Balmes confortado con la fe; y el contraste de sus muertes no es menor del que ofrecieron en los últimos años de su vida.
Lamennais sustituyó la imagen de la Virgen por la de la libertad, y aunque en su corazón conservaba el amor al hombre, había huido el amor evangélico: Balmes conservó las ideas católicas toda la vida. El primero es poeta de imaginación viva; las cadenas y los padecimientos de los pueblos le conmueven, convirtiéndole en una especie de profeta para hablar á los tiranos, pero con la apariencia de escudriñar hasta el fondo de las cosas, obra como un sofista. Balmes al contrario, acaso su fuerza intelectual no sea tanta como la de Lamennais, pero sus obras y razones son más persuasivas; dejó libros de menos resonancia, pero más útiles, y si no dejó entre los hombres tanta gloria, en cambio ésta es más pura.
El carácter de Lamennais es como la mar bravía, que azota las costas de su pueblo y refleja el azul purísimo del cielo ó las negruras de la tempestad; el de Balmes es como el granito de las montañas que rodean su cuna. Si pudieran juntarse la imaginación viva y la impetuosidad de Lamennais con la solidez de Balmes, se formaría el apologista ideal.
(Grandes aplausos).
Se da cuenta de un entusiasta mensaje de adhesión de la Universidad de Lovaina.
El sacerdote italiano Juan Antonio Cossío pronuncia un elocuente discurso, en el que ensalza la memoria de Balmes y expone los peligros del internacionalismo rojo, proponiendo que se forme el blanco para destruir los efectos de aquél.
A vosotros, dice, puede amenazaros el peligro, pero aun cabe alentar esperanzas, pues no hace mucho he visto asociarse á este acto á un infante de España en representación del Rey, y á un ministro en la del gobierno. Ojalá nosotros, los italianos, pudiéramos decir lo mismo.
Al terminar su elocuente discurso es felicitado por todos los prelados.

Fiestas populares

Continúan las fiestas con gran animación; se celebran bailes y una función popular en el teatro.
En la Rambla tocan sardanas las diferentes «coblas».

Priu.


LA VANGUARDIA, 10 de septiembre de 1910, pág. 2 y 3

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