Jaume Balmes Urpià

Jaume Balmes Urpià

martes, 18 de enero de 2011

Aparición de la revista "El Centenario de Balmes" que relata, desde enero hasta septiembre del 1910, los preparativos y ejecución del Centenario

Cotidianas

Ha aparecido el primer número de El Centenario de Balmes, boletín mensual destinado á servir de órgano á la comisión organizadora de dicho homenaje. Indispensable es que Cataluña, y España entera presten atención á este acontecimiento, más todavía que para rendir un tributo de gloria al insigne filósofo de Vich, para renovar en la conciencia de nuestra sociedad el recuerdo de aquel espíritu y la generosa y fecunda orientación de su obra.
Balmes fue una inteligencia poderosísima y un gran corazón. Se remontó á las verdades fundamentales é hizo aplicación de las mismas á todo lo contingente y relativo que le rodeaba. Prestó atención á lo eterno y á lo transitorio, á lo divino y á lo humano. Trabajó por el bien de su país con los esplendores de su talento y con el secreto influjo de su carácter. Amaba la tradición y amaba el progreso con no menos entusiasmo. En un instante de suma lucidez su pluma formuló estas sentencias, resumen de todos sus esfuerzos é intervención política y social:
«Hay algo en la corriente de ideas que pasa por entre las vallas de las bayonetas; hay algo en la agitación presente y en los secretos del porvenir que no se encierra en las carteras diplomáticas.
»Es preciso no contar demasiado con los medios represivos, porque la historia los muestra débiles; á ideas es necesario oponer ideas; á sentimientos, sentimientos; á espíritu público, espíritu público; á la abundancia de mal, abundancia de bien; á constancia en disolver, constancia en unir; á tenacidad en transtornar, perseverancia en organizar.»
¿Qué más elocuente panegírico ni semblanza del grande hombre que estas líneas inspiradas, y llenas de elevación? Elevación: una cosa que no la da la inteligencia, por sí misma; que es atributo del carácter, pero que comunica á ciertas vidas una grandeza inconfundible.
C. C.

LA VANGUARDIA, 27 de enero de 1910, pág. 6

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