Jaume Balmes Urpià

Jaume Balmes Urpià

miércoles, 12 de enero de 2011

La Vanguardia 9-9-1910 Visita de la Infanta Isabel

El Centenario de Balmes


Alboradas

Vich 8 septiembre.
El día amaneció tristón y gris, azotando los rostros un vientecillo frío y molesto. Cubierto el cielo de espesos y negros nubarrones que cerraban á los ojos el camino del sol, la lluvia parecía inminente y amenazaba caer en abundancia. No obstante, á medida que el día avanzaba, serenábase el firmamento y aunque no por completo despejado, lució el sol á intervalos, haciendo desaparecer los temores de lluvia.
La población presentaba el mismo animado aspecto que el día anterior. Los balcones ostentaban colgaduras de colores diversos, farolillos venecianos y eléctricos, guirnaldas, banderolas y otros adornos que daban á la ciudad una alegre nota de color y de animación. Las gentes transitaban por las calles, después de haber pasado la noche en claro, por carencia de alojamiento, muchas personas. La aglomeración de gente en Vich es tal que nadie quedai, bien servido á pesar de pagar precios exsorbitantes por alojamiento y comidas.
La banda del batallón de cazadores de Alfonso XII recorió las calles en las primeras ho- ras de la mañana, ejecutando alegres alboradas y lo mismo hacían las orquestas «Unión Lírica» y «Alianza Vigatana» y los coros del «Orfeó Catalá.»
Las calles parecían verdaderos hormigueros, rebosando gentío.

Función religiosa en la Catedral

A las diez de la mañana se reunieron en las Casas Consistoriales las autoridades y corporaciones para acompañar á la infanta á la Catedral, yendo una comisión al palacio del conde del Valle de Marlés, donde se hospeda S. A. para ponerse á sus órdenes.
Pocos minutos después se organizó la comitiva. Abrían la marcha una pareja de la guardia municipal y los gigantes y cabezudos de la ciudad. Seguían dos heraldos á caballo con ial bandera de Vich.
A continuación iban gran número de congresistas, los diputados a Cortes señores Sala, Bosch y Alsina y Maristany y los senadores señores Abadal, Monegal, Soler y March y marqués de Alella.
Precedidos de los maceros de los Ayuntamientos de Barcelona y Vich, iban los concejales de Barcelona señores Valles y Pujals, Carreras Candi, Ramoneda y Nualart, los diputados provinciales señores Pericas y Fages y, la corporación municipal de Vich.
Ocupaba la presidencia de la comitiva el señor gobernador, quien llevaba á su derecha al alcalde de Vich señor Font y Manxarell y al presidente de la Diputación señor Prat de la Riba y á su izquierda al presidente da la Audiencia don Pascual del Río y al juez de instrucción don José Leal.
Figuraba á continuación un coche de respeto y después el que ocupaba !a infanta, á la cual acompañaban la marquesa de Nájera y el ministro de Gracia y Justicia, señor Ruíz Valarino.
En otros carruajes iba el general Aranda; el secretario de la infanta, señor Coello; el señor Fontcuberta, maestrante de Sevilla, y otras personas del séquito de doña Isabel.
La comitiva siguió por la calle de Verdaguer, Rambla de la Devallada y calle de la Ramada, presenciando su paso numeroso público, que, como de costumbre, tributó á la infanta cariñosas demostraciones de respeto y consideración.
Daba escolta de honor á S. A., un piquete del regimiento de caballería de Almansa.
Cuando llegó la comitiva á la plaza de la Catedral, presentaba ésta animado aspecto. Todos los balcones de las casas contiguas aparecían adornados con colgaduras y llenos de gente, en su mayoría señoras, cuyos elegantes vestidos de tonos claros, daban simpática y alegre nota de color.
En las escaleras de la Catedral se agolpaba numeroso gentío, que á duras penas podían contener los individuos de la guardia civil encargados de mantener el paso despejado. En el resto de la plaza se apretujaba también el público, contenido por las filas de un piquete del batallón de Alfonso XII, con bandera y música, el cual tributó á doña Isabel honores reales.
La infanta descendió del carruaje, y á los acordes de la Marcha real y en medio de estruendosos aplausos y vivas ensordecedores, subió las escaleras del templo, acompañada del ministro.
Doña Isabel vestía traje de seda de color azul eléctrico y mantilla negra. Sonriente saludaba con la mano al público, que la aclamaba.
En la puerta del templo la esperaban los prelados de Tarragona, Gerona, Lérida, Vich Barcelona, Tortosa, Ciudad Rodrigo, Calahorra, Ciudad Real, Valencia y León, los cuales besaron la mano de S. A. Doña Isabel entró en la Catedral bajo palio, y siguiendo por la nave de la derecha, se dirigió al présbiterio, donde tomó asiento en el trono que por regia prerrogativa estaba colocado junto á los Evangelios.
Los prelados, personas del séquito de la infanta y las demás autoridades, tomaron también asiento en el presbiterio. Las demás personas de la comitiva se colocaron en los sitios que se les había reservado en la nave central, destinada á los invitados.
En aquel momento el templo aparecía completamente lleno de fieles y aun no se había concedido la entrada al público, de modo, que cuando éste, por fin lo efectuó, los que entraron tuvieron que resolver no pocas dificultades para agenciarse sitio.
Ofició de pontifical, el arzobispo de Tarragona, doctor Costa y Fornaguera, asistido del deán doctor Serra; al arcipreste doctor Dachs, y los doctores Calleja, Carbonell y el lectoral Martí.
Se cantó una misa da Gloria sobre motivos musicales de los siglos XIII, XIV y XV, encontrados en códices del Museo, compuesta por el maestro don Luis G. Romeu, Pbro., alternando el «Orfeó Cátala» con nutridos coros populares gregorianos, bajo ia dirección de los maestros Millet, Romeu y P. Sunyol con la cooperación de todos los maestros de dicho orfeón.
Ocupó la sagrada cátedra el obispo de Ciudad Real y prior de las órdenes militares, doctor don Remigio Gandásegui.
Pronunció un elocuentísimo sermón, que lamentamos no poder reproducir íntegro, ya que un extracto ha de dar de él muy pobre idea. Las malas condiciones artísticas del templo y los rumores que, por recogimiento que guardan, se elevan siempre de las grandes muchedumbres, fueron causa de que no todos los fieles pudiesen apreciar en toda su integridad las innumerables bellezas retóricas con el orador engalanó su oración y los hermosos conceptos que expresó al desenvolver el tema. Fué éste la obra filosófica de Balmes, á cuyo propósito recordó el versículo del libro «Los Macabeos»», «Porque más nos vale morir sin batallar, que ver el exterminio de nuestra religión y santuario»: aplicó este versículo á la vida de Balmes, del cual hizo un acabado estudio en sus aspectos político y religioso.
Después de un elocuente exordio, que terminó dirigiendo un respetuoso saludo á la infanta, representante dei poder real, que encarna la nacionalidad española, y al ministro, como á representante del gobierno, entró en materia, analizando la personalidad de Balmes y su influencia en la sociedad española, en la que apareció en el momento en que las doctrinas racionalistas quebrantaban la filosofía escolástica.
Encontróse el gran pensador vicense en lo más fuerte de la lucha entre las dos filosofías opuestas: la materialista y la espiritualista, y formó en las filas de esta última, llegando á ser su genuino representante y dándole un gran impulso, sólo comparable al que Kant infundió á la escuela materialista. Balmes, en vez de coger del árbol frondoso de la doctrina escolástica hojas marchitas, argumentos en pro de sus teorías, remontóse hacia las sublimes regiones del cielo y fundó su sistema partiendo del concepto de la certeza, al con-trario de Kant, que había partido de la duda.
El genio de Balmes se adelantó á su tiempo, presintiendo y condenando en el movimiento filosófico que combatía doctrinas morbosas que más tarde surgieron con el nombre de «modernistas», y que han sido también condenadas por el Papa.
Hizo luego el orador algunas alusiones á la política actual, combatiendo sus exageraciones sin estridencias.
Afirmó que la libertad no está reñida con la iglesia, demostrándolo, entre otros argumentos, con la existencia de Balmes, de quien dice que fue un liberal dentro la Iglesia.
Terminó su elocuente oración, que duró más de cinco cuartos de hora, haciendo un caluroso elogio de Cataluña, en loor de la cual entonó un hermosísimo himno, recordando sus heroicas tradiciones y su probado amor á la religión de sus mayores.
Cuando acabó el oficio, la infanta fue despedida con el mismo ceremonial que á su llegada.

La salida

A la una y cuarto salió la infanta de la Catedral, tributándole honores el piquete del batallón de Alfonso XII.
El numeroso público que aguardaba la salida de la infanta le dispensó una entusiasta acogida, aplaudiéndola y vitoreándola con entusiasmo.
Las distinguidas damas que ocupaban los balcones de las casas próximas, se asociaron al respetuoso homenaje, saludando á doña Isabel con los pañuelos. Su Alteza, como de costumbre, devolvía cariñosamente los saludos.
Organizóse la comitiva en el mismo orden que antes, acompañando á la infanta al palacio de los condes del Valle de Marlés, siguiendo igual curso que á la ida.
La infanta cambió de vestido, marchando, después, al palacio episcopal, donde asistió al banquete organizado por el obispo en su honor.
Los prelados, ai salir del templo, se dirigieron al palacio episcopal, acompañados del Cabildo. Ei público que había en la plaza les ovacionó.

Viajeros ilustres

En el tren de las diez y treinta minutos de la tarde llegó á Vich el capitán general, don Valeriano Weyler, acompañado de su ayudante, el teniente coronel de Estado mayor don Carlos Alonso. Esperaban al marqués de Tenerife, el general Arenzana, el coronel del batallón cazadores de Alfonso XII y una comisión de jefes y oficiales. El general Weyler marchó en seguida á la Catedral, entrando en el presbiterio, donde tenía destinado sitio junto á las demás autoridades.
En el mismo tren que ei general Weyler llegaron el Rector de la Universidad, señor barón de Bonet; ios catedráticos señores Daurella y Gigirey, y el director de la Granja Experimental, don Isidoro Aguiló.

Accidentes lamentables

Durante la mañana ocurrieron dos accidentes lamentables, por fortuna de escasa gravedad, que causaron general disgusto, por las simpatías de que gozan á causa de sus prestígios y excelentes dotes, las dos personas que resultaron lesionadas. Fue una de ellas el secretario particular de la infanta, señor Coello, el cual, durante la función religiosa, sufrió un desvanecimiento y cayó al suelo, dislocándose la muñeca derecha.
El señor Coello, cuya lesión afortunadamente no presenta gravedad, fue asistido por el concejal y médico señor Ricabras.
La otra persona que resultó lesionada fué el docto director del Museo episcopal, doctor Gudiol, el cual, mientras se procedía al arreglo de un altar de la Catedral, se le cayó encima la imagen, de un santo, causándole una contusión en la cabeza.

Obsequio á la infanta

En el salón comedor del Palacio Episcopal se celebró á las dos de la tarde el banquete en honor de la infanta doña lsabel, al que asistieron cincuenta comensales.
Ocupó la presidencia la infanta, sentándose á su derecha los señores obispo de Vich, el ministro de Gracia y Justicia, el arzobispo de Tarragona, el general Weyler y los obispos de Tortosa y Lérida.
A la izquierda de Su Alteza se sentaron el alcalde de Vich, la marquesa de Nájera, el arzobispo de Valencia doctor Guisasola, el gobernador civil y los presidentes de la Audiencia y de la Diputación.
Entre los demás comensales figuraban las personas del séquito de la infanta, los obispos de Barcelona, Gerona, Ciudad Rodrigo, Ciudad Real, Calahorra y León; los senadores señores Abadal, Monegal y Soler y March y Marqués de Alella; los diputados señores Bosch y Alsina, Sala y Maristany, el concejal señor Carreras Candi, en representación de la comisión del Ayuntamiento de Barcelona.
La comida, muy bien dispuesta por la confitería «La Palma», se sirvió con arreglo al si-guiente menú:
Caldo. — Entremeses. — Canelonis á le Rosini. — Pastelillos de «fois gras». — Filetes de lenguado. — Filete de buey mechado. — Punch á la imperial. — Galantina y jamón en dulce. —Pollos á la broche. — Ensalada á la francesa. — Biscuit glacé. — Postres variados.
Vinos: Rosado del Panadés. — Diamante. — Rancio del Panadés. — Moet et chandon.

Piadoso recuerdo

Al salir del Palacio Episcopal y antes de asistir á la inauguración del Congreso Apologético, siguiendo las indicaciones de la infanta que había manifestado deseos de visitar el sepulcro dei Padre Claret, la comitiva se dirigió á la Casa Misión de los Padres del Inmaculado Corazón de María, donde descansan los restos de aquel religioso.
Doña Isabel oró breves momentos ante la tumba del Padre Claret, dirigiéndose luego con su comitiva á la casa donde se hospeda para marchar de allí á la iglesia de Santo Domingo donde se celebra el Congreso Apologético.

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EL CONGRESO APOLOGÉTICO
Sesión inaugural
Vich 8, 11 noche.
Para las cinco de la tarde estaba anunciada la sesión inaugural del Congreso internacional de Apologética, que se celebra en Vich con motivo de las fiestas del centenario de Balmes.
Desde mucho antes de aquella hora estaba la iglesia de Santo Domingo rebosante de concurrencia, constituida en su inmensa mayoría por religiosos y formando parte de ella numerosas señoras.
A las puertas del templo se agolpaba un gran gentío que saludó respetuosamente á la infanta doña Isabel, en el momento de llegar la comitiva. Iguales muestras de simpatía recibió al penetrar S. A. en la iglesia, acompañada de los todos los obispos, á los acordes de ia marcha real ejecutada por la banda municipal.
El templo estaba adornado con colgaduras de terciopelo color granate, guirnaldas de follaje y plantas exóticas é iluminado profusamente.
En el testero figuraba un blanco busto de Balmes.
S. A. tomó asiento en el trono colocado en el lado izquierdo de la presidencia y bajo un dosel.
En el estrado se colocaron los invitados oficiales y detrás de doña Isabel, el ministro de Gracia y Justicia, capitán general, gobernador civil, el señor Fontcuberta, los presidentes de la Diputación y Audiencia y el alcal de de la población.
Presidió el arzobispo de Tarragona, doctor Costa y Fornaguera, á quien acompañaban todos los demás prelados.
Empezó la sesión cantando el «Orfeó Catalá» de Barcelona, situado en el coro y dirigido por el maestro Millet, el Credo del Papa Marcelo. El «Orfeó» fue muy aplaudido.
El canónigo doctor Collell leyó un telegrama del secretario de Estado de S. S., bendiciendo á los congresistas.
El ministro de Gracia y Justicia don Trinitario Ruiz Valarino dijo que no había que esperar de él ningún discurso, porque ello desdeciría del sitio en que se hallaban y objetó que les congregaba. Estudió y elogió grandemente la personalidad de Jaime Balmes como filósofo y manifestó que las generaciones futuras encontrarán provechosas enseñanzas en sus obras.
Examinó después la personalidad de Balmes como teólogo polemista.
Su corazón, dijo, sentía en aquella época turbulenta, la unidad de la patria española, y como gran patriota, se mostró siempre identificándose con la suerte de España.
Estudió luego á Balmes como escritor, elogiando grandemente los trabajos que llevó á cabo.
Felicitó á los iniciadores del Centenario y terminó declarando abierto el Congreso internacional de Apologética, en nombre de S. M. el Rey.
El señor Ruíz Valarino fué muy aplaudido.
Se dio cuenta de un telegrama de adhesión al Congreso remitido por el cardenal norteamericano Gibbons, y una carta del obispo de Quito, en la que proclama, con gran acopio de datos, las excelencias de la religión católica, apostólica y romana, y dice que el Centenario de Balmes es una fiesta de familia que une los corazones de todos los buenos católicos.
El obispo de Vich subió al pulpito, siendo recibido con grandes aplausos. Saludó en primer término á S. A. R. la infanta Isabel y agradeció al Rey haber designado para su representación á la infanta, como expresión de su conformidad y adhesión al Centenario.
Agradeció al gobierno haber facilitado la celebración del acto y haber enviado, en su representación, al señor Ruíz Valarino. Que Dios proteja, dijo, á nuestro augusto monarca y á su gobierno responsable.
Saludó luego efusivamente á los prelados venidos á Vich.
Dijo que Balmes suspiró por la civilización más que los hebreos por su ciudad santa. Siempre tenia la palabra civilización en los labios y en la pluma.
No nos hemos reunido aquí para comentar una escuela, porque no somos escuela ni sistema, sino hombres que hemos recibido un bien excelso de las alturas, que es la fe católica, de la que jamás renegaremos.
Venimos á honrar á un hombre que con hermosa decisión sostuvo la fe católica en el campo de la filosofía, y no suelen ser los filósofos los que más se distinguen en la defensa de la fe. Por esto es doblemente loable la obra de aquel filósofo. Los que se apartan de aquélla, por presunción ó por soberbia, son llamados sectarios, porque sólo ven secciones del mundo, sólo tienen un punto de vista parcial de la existencia, mientras que á los católicos les ocurre lo contrario.
El insigne Balmes combatió á los sectarios, y decía que la humildad es la verdad, y si humildad es verdad, no debe el hombre creerse más que Dios.
La antítesis del sectario, el cual sólo ve porciones de la existencia sin poder abarcarla toda, es el católico, y Balmes se dirige á éste para convencerle de la excelsitud de ser católico.
Se ocupó después el doctor Torras y Bages del concepto de la divinidad, pregonando las bondades de la religión de nuestros mayores, que debe ser también la nuestra, porque es la única verdadera.
Es una acusación falsa la que se hace contra la Iglesia, al decir que pone límites á la ciencia. Todo lo contrario, la verdadera ciencia es hija de la Iglesia, que enlaza la humanidad y la divinidad, destruyendo el error con ayuda del Espíritu Santo, que nunca la abandona.
La ciencia católica es ciencia de vida, una y universal, como una y universal es nuestra Iglesia.
El discurso del doctor Torras y Bages fue aplaudidísimo.
El P. Le Bretón, sacerdote jesuíta, profesor de la Universidad católica de París, leyó en francés un discurso, en el que, después de dar gracias por las muestras de hospitalidad de Vich, aludió á la persecución de que los católicos son objeto en Francia y expresa la esperanza de que triunfe la Iglesia de una manera definitiva.
Termina tratando de la apologetica y teología, cristianas, proclamando la superioridad del catolicismo sobre las sectas.
Después de anunciarse que la sesión ordinaria que se celebrará mañana tendrá lugar á las seis, en vez de las cinco, como estaba anunciado, para que los congresistas puedan acudir á la estación á despedir á Su Alteza, quien regresará á Madrid á las cinco y media, se dio por terminado el acto inaugural á las ocho de la noche.
Al salir la infanta se le tributaron iguales muestras de simpatía que á la entrada.

Iluminaciones

A las ocho de la noche se encendieron las iluminaciones de la plaza Mayor y principales calles de la población, que presentan fantástico aspecto.
Por todas ellas transita un gentío enorme. En la plaza Mayor y otros puntos se bailan sardanas, ejecutadas por diversas «coblas». La gente joven se divierte grandemente.

Concierto de gala

En el Teatro Principal, iluminado y adornado con regia suntuosidad, se ha verificado el concierto de gala en honor de la infanta doña Isabel.
El coliseo se hallaba lleno de distinguida concurrencia.
El «Orfeó Cátala» cantó escogidas piezas, siendo muy aplaudido.
La infanta Isabel, que vestía traje azul celeste, fué aplaudida durante el trayecto que atravesó para dirigirse al teatro y ovacionada al entrar en éste.
Todas las señoras agitaban los pañuelos, y se han dado vivas á la Infanta, al Rey y á España.


LA VANGUARDIA, 9 de septiembre de 1910, pág. 1 y 2


La Infanta doña Isabel, de regreso de Vich, marchará esta noche á Madrid en el expreso.
Sobre la combinación ó trasbordo de la Infanta desde la línea del Norte á la de Madrid, Zaragoza y Alicante, se nos manifestó en el gobierno civil que nada se sabía.


LA VANGUARDIA, 9 de septiembre de 1910, pág. 3

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