Jaume Balmes Urpià

Jaume Balmes Urpià

martes, 26 de abril de 2011

Bisbe de Vic- JOSEP TORRAS y BAGES – Discurso titulado "Nuestra Unidad y Nuestra Universalidad" - I

Seguidamente, voy a insertar la introducción del Discurso del Ilmo. y Rvmo. Sr. Dr. D. JOSEP TORRAS y BAGES, Obispo de Vich que se realizó en la SESIÓN DE APERTURA DEL CONGRESO INTERNACIONAL DE APOLOGÉTICA. Se celebró el día 8 de septiembre de 1910 y fue incluido en las ACTAS del mismo.

Al ser muy extenso lo iré publicando poco a poco.

Es el siguiente:


NUESTRA UNIDAD Y NUESTRA UNIVERSALIDAD

DISCURSO DEL ILMO. Y RVMO. SR. OBISPO DE VICH


Es un deber mío, antes de dar comienzo a las tareas de esta Asamblea de ciencia eclesiástica, como Obispo de esta Diócesis saludar en Vuestra Real Alteza la representación de S. M. el Rey (q. D. g.) sumo magistrado de todos los pueblos españoles, agradeciendo al Monarca el homenaje que por mediación de V. A. se sirve pagar a la memoria de un hombre que a su manera fue rey, en un orden superior de la vida humana, en el orden de la inteligencia y de la virtud.

Nuestros libros sagrados establecen una especie de correlación entre la Sabiduría y el poder político; y al enviar el Monarca a V. A. en su augusta representación a este acto, sigue el camino tradicional de la Autoridad cristiana que siempre ha buscado alianza con la Sabiduría; y haciéndose representar por V. A. ha encontrado el Monarca la expresión más adecuada al acto, pues por aclamación universal resplandece en V. A. la virtud de la discreción, hija legítima de la Sabiduría verdadera.

Doy también las gracias al Gobierno responsable de S. M. por los favores con que ha distinguido estas nuestras fiestas seculares, y por hacerse representar en ellas en la persona del Ministro, cuyo cargo está más íntimamente relacionado con el personaje que honramos. Vos, excelentísimo Sr. Ministro de Gracia y Justicia, sois especialmente el órgano de relación del Estado con la Iglesia, y Balmes fue eclesiástico hasta la médula de los huesos, y es una celebridad esencialmente eclesiástica.

Que Dios proteja al Monarca, y a su Gobierno responsable.

I

Inauguro este Congreso saludando con el más vivo agradecimiento a los Prelados, mis venerables Hermanos, y á los dignos representantes de la ciencia católica, que de distintos centros de actividad intelectual han acudido á esta modesta ciudad, cuna y sepulcro del insigne Jaime Balmes, para pagar un homenaje literario al admirable escritor, en la celebración del primer aniversario secular de su nacimiento.

Vuestra presencia, Señores, es ya una gloriosa corona para aquel que durante su corta y activísima vida libró tantas batallas en defensa de la ciudad de Dios, y vuestra cooperación al Congreso de Apologética es la proclamación de Balmes como maestro, como conductor, como noble luchador en la perpetua batalla que durará hasta el fin de los siglos, y cuyos resultados de consiguiente han de trascender á la eternidad.

Pero no nos reunimos aquí solamente para honrar unas cenizas, sino que también para aclamar unas ideas, que no envejecen ni mueren, porque son como el jugo de vida que transcurre por las distintas generaciones del linaje humano, dándole unidad a pesar de las diversidades de las épocas y de los lugares, y elevándole á la inmortalidad, para hacerle participante de la plenitud de la vida.

Balmes fué un esforzado atleta de la civilización, por ella propugnó todo el tiempo de su corta pero fecunda vida; era su preocupación continua, á cada paso se encuentra esta palabra en sus escritos, y suspiró por la conquista de la civilización más que los antiguos hebreos por su Ciudad Santa. Era la civilización á sus ojos la síntesis de la perfección humana, á la cual debían dirigirse todos los esfuerzos, y con las armas de la razón, de la ciencia y de la experiencia y con los testimonios de la historia, demostró evidentemente que el agente más poderoso de la misma, el más suave y más eficaz, el más universal, propio de todos los tiempos y de todos los países, que vence todos los obstáculos y suple las deficiencias, el más apto para acercarse al equilibrio este nuestro linaje tan conmovido é inquieto por flujos y reflujos continuos, era la influencia de la Santa Iglesia católica y romana, ó sea la influencia del Verbo eterno.

La grandiosidad del concepto que tenía Balmes de la civilización humana, de la elevación de nuestro linaje en sus múltiples aspectos, del desenvolvimiento harmónico de todas nuestras facultades, de la satisfacción de nuestras diversas necesidades, de la sublimación de lo humilde, de la dignificación de todas las clases sociales y de su aproximación íntima, no es otro que el concepto que tenía Jesús, el Verbo hecho carne, el concepto que tiene la Iglesia, el concepto que tuvieron ya los antiguos profetas que vaticinaron la perfección futura del linaje humano.

Y porque este concepto deriva del Sumo Sér, tiene una universalidad, de que carecen las concepciones puramente humanas, raquíticas siempre, exclusivistas, viables sólo en determinadas circunstancias, transitorias y accidentales, hijas no de una inteligencia plena y comprensiva de la totalidad humana, sino parciales ó sectarias, careciendo de la aptitud conveniente para alcanzar una civilización cosmopolita, una circulación de vida en todas las edades de nuestro linaje. Este concepto de una civilización sin restricciones y de consiguiente universal, de una elevación simultánea de todo el linaje, no es un concepto espontáneo, que nazca sin ser sembrado: Jesús trajo la semilla al mundo, sus apóstoles la esparcieron por la tierra, y la Iglesia nuestra madre guarda su sagrado depósito, y la suministra á los sembradores de todas las edades.

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