Jaume Balmes Urpià

Jaume Balmes Urpià

miércoles, 27 de abril de 2011

Bisbe de Vic- JOSEP TORRAS y BAGES – Discurso titulado "Nuestra Unidad y Nuestra Universalidad" - II

II

No nos hemos reunido aquí, Señores, bajo la protección de un nombre ilustre, para el fomento de una escuela, para dilucidar una doctrina, para afianzar un sistema científico, político ó social; nosotros los católicos no somos una escuela, ni un sistema, nosotros somos los hombres que hemos recibido un don inefable, una luz sublime que nos ha venido de lo alto, un calor de vida que nos ha sido infundido por aquella Vida infinita, que es fuente y principio de todo lo que vive. Y en posesión de un bien tan excelso no queremos despojarnos del mismo, antes al revés venimos á honrar á un hombre que combatió en todas las batallas, y en distintos campos de lucha, revestido siempre de las armas de la fe cristiana.

Y tal es la primera de las afirmaciones de nuestro Congreso: no desarmarnos para las múltiples batallas que hemos de sostener en la vida moderna, de las armas de la fe, que es siempre en definitiva la que triunfa del mundo. La historia evidentemente demuestra que no han sido los filósofos los que han sostenido el nombre de Dios en el linaje humano, sino que han sido los profetas, los apóstoles y los mártires. Los grandes atletas cristianos en los siglos pasados triunfaron por la fe. Balmes dice, y su sentencia es evidente, que la ciencia no ha fundado ninguna civilización; la Europa entera ha oído en nuestros días á hombres eminentes manifestarse poseídos de una entera desconfianza de la ciencia; San Pablo predicaba las ignominias de la ciencia de su tiempo, entonces y ahora autora de grandes iniquidades, cuando inhumana y homicida desdeña la sabiduría de Dios, la cual al revelarse en el Viejo Testamento predijo, hace muchos siglos, que la ciencia mundana caería, enredados sus pies en las propias redes.

Y esta nuestra primera afirmación de no querer desarmarnos de la sabiduría divina en las sempiternas luchas con el error, se funda hasta en el sentido común, porque si la revelación es sabiduría, es luz y fuerza; y en las luchas de ideas la victoria se alcanza con la luz y la fuerza del espíritu. Balmes nos da en eso un admirable ejemplo y enseñanza. Es universalmente reconocido como un luchador atlético; pero su fuerza, Señores, no es toda suya, y su dominio sobre del adversario no proviene de que se haya desembarazado de la Verdad sobrenaturalmente recibida; sino que al revés, merced á ella se multiplica su fuerza, y á la luz y al calor de la misma logra rendirle.

¿No es por ventura de esta misma manera como San Pedro y San Pablo vencieron el entonamiento clásico de Grecia y Roma?

Y esta, Señores, debe ser nuestra primera afirmación, no sólo porque la experiencia de los siglos pasados, y las enseñanzas de la historia corroboran la sentencia de nuestras divinas Escrituras, de que la victoria que vence al mundo se obtiene por la fe, sino además porque hoy nos encontramos con una doctrina, condenada por nuestro Santísimo Padre Pío X, que pretende que para la lucha de las ideas lo mejor es desarmarse de las armas que trajo al mundo Jesús, prescindir del Verbo, que es luz y vida, cuando sin ellas naturalmente somos tan flacos como nuestros adversarios.

Si en la lucha de las ideas, si en las batallas de la vida prescindimos de la luz cristiana, en vano el Verbo vino á habitar entre nosotros, en vano vino á restaurar la naturaleza humana; la depresión del pecado continúa como antes, y las facultades del hombre no tienen aquel alto relieve y fuerza que les presta el contacto divino. Con este sistema el pueblo cristiano perdería la superioridad y hasta dejaría de ser pueblo cristiano; por esto el Romano Pontífice lo ha condenado y su condenación viene á ser el eco de aquella condenación fulminada por el apóstol y evangelista San Juan (1a ,IV, 3) contra los que deshacían á Jesús, separando su humanidad de su divinidad, porque el cristianismo precisamente consiste en esta unión, que no puede deshacerse sin que se deshaga el cristianismo, y la unión de lo divino y lo humano que enlazó Jesús, persevera en el pueblo cristiano que es su cuerpo místico, y que dejaría de serlo el día en que este cuerpo no estuviese animado de su Santo Espíritu.

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