Jaume Balmes Urpià

Jaume Balmes Urpià

domingo, 6 de septiembre de 2020

IX) EL PROGRAMA. – LA FAMILIA BALMES. – UNA TRICROMÍA. – UN LIBRO. – UNA EXPOSICIÓN.

ACABAMOS de hablar de Cartel: hablemos también un poco del Programa, del Programa en su materialidad. Mejor dicho: de la cubierta del Programa. Porque si el Comité, precedido por la Comisión de fiestas cívicas, no se había conformado con un Cartel cualquiera, tampoco quería conformarse con cualquier programa. Convenía que también éste constituyera una nota artística lo más nueva y todo lo más original posible. El Comité se orientó y descubrió una presentación de programa nunca vista hasta ahora en nuestro país. No solamente se trataba de un procedimiento tipográfico recién inventado, precisamente por los italianos que, como es suficientemente sabido, suelen ir siempre por delante en las cosas de esta clase, sino que el mismo procedimiento daba pie a una representación sobria y verdaderamente bella de lo que el Comité quería que figurara en la portada de dicho Programa, que es un figuración simbólica de la Ciudad de Vic: de la Ciudad madre de Balmes, de la Ciudad Episcopal. ¿Y qué mejor ni más legítimamente podía simbolizarla que la masa solemne, majestosa, de nuestra Catedral, dentro de la cual el Campanario milenario es como el monumento perenne, y casi tenemos derecho a decir inmortal, de todas nuestras glorias? De acuerdo con el mismo estampador Horta, quien se había ofrecido a acometer el tiraje de dicha cubierta, vino a Vic, la vigilia de San Miguel de los Santos, el reputado pintor y dibujante, especialista de estas cosas, D. Darío Vilás. Llegó en el tren de la tarde, y, como entonces el día es tan largo y la luz de la puesta de sol podía convenirnos, desde la estación misma emprendimos un paseo circundando la Catedral que se acabó en la cumbre de la Rambla de Moncada, en la misma casa de Santa Teresa. Allí subimos a un segundo piso, monopolizamos largo tiempo una ventana maravillosa y desde aquella atalaya, con lápices de colores, sacó el simpático artista la mancha que tenía que servir para la hermosa portada del Programa. Si la hubieras visto, lector, en la realidad, ¡esa hermosura! Y, sobretodo, ¡aquella luz! Alguien, cuando el Programa salió, encontró un poco forzada aquella cadena de nubes... Pues estaban esas nubes, y eran, naturalmente, una de las notas características del cuadro. Vilás no se relajó y, aprovechando aún las luces de aquella sobretarde ideal, sacó otra mancha desde el puente del Gurri, y a la mañana siguiente se empeñó en ver salir el sol y sacar dos manchas más. Pero la primera, la de la Rambla de Moncada, fue la que, por sus luces y su majestuosidad, dominó y fue a las máquinas. Tirada la lámina casi a dos solas tintas, siguiendo el procedimiento italiano, perdíamos a lo mejor algún toque de lucidez pero lo ganábamos con creces en seriedad, y huíamos con decisión de lo vulgar y demasiado visto. Tanta impresión de novedad y de belleza causó la portada de nuestro Programa que ya son dos o tres las casas editoriales barcelonenses que la han imitado, y aun la imitarán más, porque con medios apartados de todo efectismo, se consigue una impresión artística enamoradora. De esta manera y con esta detención y este estudio se iban combinando los preparativos de las fiestas, siempre atentos a dar a todo la mayor distinción posible y a huir de toda vulgaridad y mal gusto. Entretanto la familia Balmes se apresuraba por su lado a contribuir al interés y lucimiento de las fiestas. Su joven y apreciado representante, D. Jaime Sales Balmes, judicó que tenía que ser de muy buen afecto y tenía que ser apreciado por todos los balmesianos la reproducción en tricromía del hermoso retrato que pintó el famoso artista madrileño D. Frederido de Madrazo, retratista en su tiempo de la aristocracia de la Corte española, de nuestro filósofo, con quien guardaba estrechas relaciones de amistad. Dicha pintura es evidentemente una bella obra, pero, para hacerle una reproducción que conservara esta belleza, no podía acudirse a cualquiera, y es natural que Sales Balmes fuera a llamar a los talleres de J. Thomás, en Barcelona, constándole, como le constaba, la consciencia y el buen gusto que suele poner aquella casa en todos sus trabajos. Este no fue cosa de dos ni de tres meses sino de cerca de un año: Thomás, con aquella honradez artística y profesional que era su mejor distintivo, había acabado, como en otras ocasiones, en alguna de la cuales tenemos memoria de haber estado presentes, con anular el tiraje y proceder a uno nuevo, con el consiguiente perjuicio propio. Esto fue la causa de que la tricromía no se pudiera poner a la venta tan pronto como los Balmes deseaban, pero, en cambio, cuando la comenzamos a ver en los escaparates de las librerías, pudimos gozar de la perfección de la obra. No era el primer retrato que se publicaba porque el industrialismo hacía mucho tiempo que se había dado cuenta de nuestra conmemoración y se apresuraba a darle relieve a su manera; pero era el retrato, el verdadero, el legítimo, tanto porque así era en realidad como para constituir una nota de arte indisputable, lo mismo en el original como en la copia. La misma casa Balmes se apresuró a preparar otro curiosísimo retrato moral que saldría en forma de libro y de la composición del cual se había encargado el eximio y apreciado Jesuita P. Ignacio Casanovas. Este libro se titularía Recorts literaris den Balmes, y, con tanto como se había escrito sobre nuestro filósofo y con tanto más como se estaba escribiendo aun, el libro del P. Casanovas tenía que ser el más nuevo y el más interesante. Balmesiano de entera convicción, el P. Casanovas no menos tenía ningún elemento que pudiera contribuir a realzar las solemnidades del Centenario. Fue uno de los más insignes y más amorosos cooperadores que tuvimos fuera de la Ciudad. Del Congreso de Apologética fue uno de los mayores puntales y él mismo llevó granada contribución con su Apologètica Balmesiana, que tenía que adquirir tan gran prestigio cuando fuera lanzada al público. Por sus manos tenía que pasar, además, como uno de los principales relatores del Congreso, casi todos los largos y detenidos trabajos que se iban recibiendo en la Secretaría de la Asamblea, la calificación de los cuales exigía un término preciso y siempre, para un hombre tan ocupado como el activo Jesuita, excesivamente breve. Los Balmes nos preparaban, además, otra cosa de gran interés y que tenía que resultar muy grata al público: una exposición de recuerdos materiales del escritor insigne, desde algunos manuscritos que para casi todo el mundo eran desconocidos hasta las navajas con que solía afeitarse. La familia quería instalar esta exposición tan curiosa en su mismo domicilio de Vic, lo cual ocasionó tráfico de inquilinos y obras importantes que mejoraron, por otra parte, el aspecto y comodidad de la casa, situada, como es sabido, delante mismo de la gran entrada del Palacio Municipal. Cuando la hora llegó, Sales Balmes solicitó y obtuvo el concurso del Conservador del Museo Episcopal, Mosén Gudiol, tan entendido y tan diestro en esta clase de cosas, y así la familia pudo ver realizado tan brillantemente como se había propuesto este halagador homenaje a la memoria de su gran ascendiente. El trabajo de estos preparativos no eximía a Sales Balmes de trabajar en provecho del Comité y él fue, en los meses rigurosos del verano, el exclusivo delegado de aquél en Barcelona, cuando más trabajo había.

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