Jaume Balmes Urpià

Jaume Balmes Urpià

domingo, 6 de septiembre de 2020

XIII LA ETIQUETA. — EL CEREMONIAL. — LA PROCESIÓN EUCARÍSTICA.— LA ANIMACIÓN DE LAS VIGILIAS.

DESDE el momento en que a las fiestas tenían que venir la dignidad real y muchas dignidades eclesiásticas, delegación del Gobierno, de la Diputación, del Ayuntamiento de Barcelona –que había votado una subvención de mil pesetas para el Comité y otras mil para los gastos de representación- y otras ilustres corporaciones, oficiales o no oficiales, le tocaba al Comité preocuparse también de la etiqueta y dejar bien convenido y bien entendido el ceremonial de cada uno de los actos. Ni para dictarlo ni para ponerlo en práctica se creyó el Comité suficientemente capaz por sí solo. Como había hecho para la mayor parte de las fiestas, por cada una de las cuales había nombrado una subcomisión organizadora, se creyó en el caso de designar una junta de obsequios y ceremonias que pudiera dedicarse especialmente a este asunto, fuente abundosa de contrariedades y disgustos por poco descuidados que sean y mucho más cuando en los actos tienen que intervenir tanta gente oficial, tantas jerarquías que muchas veces se tropiezan las unas con las otras. Por de pronto ya se veía venir un conflicto que tendría difícil solución: ¿cómo se lograría hacer caber a la hora de la Misa el Ayuntamiento en su lugar acostumbrado del presbiterio de la Catedral, a pesar de ser suficientemente espacioso, habiéndose de colocar también la señora Infanta con el Ministro y los demás acompañantes, y aquella con trono y dosel que ocuparía gran espacio, habiendo ya otro dosel para el celebrante, que sería probablemente el Arzobispo de Tarragona, rodeado del numeroso personal que pedía un pontifical como el que se preparaba; teniéndose también que poner asientos, y asientos pomposos, para los doce o trece Prelados que se esperaban y teniéndose también que acomodar al Capitán General, el Gobernador y las comisiones de la Diputación y del Municipio barcelonés que ya se sabía que vendrían rodeadas de la mayor pompa posible? Se habló de una tarima fuera del presbiterio, pero al nivel del mismo, como la que se puso para los Procuradores de San Miguel de los Santos. Pero no podía ser porque habría estorbado a la entrada y salida de la comitiva. Algunos regidores parece que manifestaron la opinión de utilizar el llamado Banch dels Concellers, delante del coro, abandonado por el Ayuntamiento, pero aquel era el espacio destinado a la masa popular de coristas que tenían que ser parte en el canto de la Misa y era imposible sacarla de allí, teniéndose que ver los dos coros, el de arriba y el de abajo, para compenetrarse. Se habló de algún otro proyecto que ofrecía aún más dificultades... Era evidente que la solución del conflicto requería mucho estudio y paciencia. Por eso convenía que la Junta de ceremonias trabajase incansablemente en este asunto. Mientras, el regidor D. José M.ª Bach Alavall, ayudado por el Comité, se daba prisa en trabajar en la preparación de la indumentaria que debía llevar la comitiva oficial en la Misa y en la inauguración del Congreso, teniendo en cuenta que delante tendría que ir la nueva bandera de la Ciudad, que el banderero tendría que ir en caballo y no podría ir solo. En la preparación de estas cosas hay un montón de pequeños problemas a resolver que nadie que no esté metido puede figurarse. Y, además, por muy pronto que la organización se ponga en marcha, siempre falta tiempo y, como los organizadores, para entenderse y no estorbarse los unos con los otros, han de ser pocos, el trabajo resulta muy a menudo superior a sus fuerzas. La Junta de ceremonias tenía que atender, aparte de los actos oficiales, a las funciones del convite, y pesaba sobre ella una delicada responsabilidad: tenía que dejar en buen lugar la galantería vicense. El Comité se había propuesto que todos los actos tuvieran un carácter urbano indiscutible y esto era lo que le hacía falta hacer a la Junta de ceremonias, que –dicha sea en verdad- se penetró enseguida de los deberes que pesaban sobre ella. Por otra parte, desde su Presidente, el distinguido Notario D. José Sans, hasta el último jovencito que había sido llamado, aceptaron con evidentísimo gusto el encargo que se propusieron cumplir, como cumplieron. A esta Junta se debe principalmente la distinción y suave ordenamiento que revistieron todos los actos. Ella tenía a su cargo la recepción de los Congresistas, que comenzaron a llegar el día 3, y que les obligaba a hacer turnos para que hubiera una representación en la Estación a la llegada de cada tren; le tocó recibir casi de uno en uno los Prelados y hacerles los correspondientes honores hasta dejarlos en su respectivo alojamiento; se tuvo que hacer el recibimiento del Orfeón Catalán, la tarde del día 7, pocos momentos antes de llegar Dª Isabel y su Comitiva, y en medio de todo esto no nos tenemos que olvidar de los preparativos, a veces bastante vulgares, de las grandes ceremonias. Y, puestos ya en el carril de las fiestas, figúrate lector, que tráfico… Y ahora arréglate y ahora desarréglate, y corre de aquí para allá, previendo una hora, otra hora corrigiendo, más tarde enmendando olvidos inevitables. Queremos decir que se tiene que hacer constar el mérito de esta Junta de ceremonias de la que dependía tan directamente el esplendor de las fiestas. Una de las solemnidades que pedía más larga y justa preparación era la Procesión Eucarística, que, como coronación del Congreso, se había anunciado por la tarde del domingo, día 11. Era una fiesta que el pueblo esperaba como al santo advenimiento. Los forasteros la vendrían a ver en masa y si no estaba bien preparada y, por consiguiente, no triunfaba, sería una dolorosa afrenta para la Ciudad y especialmente para los que la habían iniciado. Dentro del Comité fue de las cosas que más dio que pensar y que dudar. Por una parte, esfumaba todo temor –y a esto nos aferrábamos los optimistas- la observación, cientos de veces repetida, de que una procesión en Vic es un acto que enseguida se hace popular y por él mismo, sin gran preparación, resulta. Por otra parte había dos circunstancias que realmente hacían discurrir y que, en realidad, perjudicaron a alguna de las fiestas: primera, la ocupación incesante de todas las Comisiones durante los cuatro días de fiesta que precederían al domingo, y, segunda, la inevitable fatiga que en todo el mundo, pero principalmente en los organizadores, causarían la preparación y ejecución de las fiestas anunciadas. Como siempre, triunfa el patriotismo, porque dentro del Comité, al hablarse de trabajo y sacrificio, nunca nadie se retraía; pero es cierto que sin poder contar con la Junta de ceremonias, que también se empeñó especialmente en ella, la preparación de la Procesión Eucarística habría hecho mucha más pereza. Todo el inmenso trabajo preliminar de las fiestas se iba, pues, redondeando y ultimando. A finales de Agosto, el tráfico en toda la Ciudad era casi imponente. Al lado del duro trabajo de paletas, carpinteros, cerrajeros, pintores, etc., que se ocupaban de la restauración de interiores y fachadas, se juntaba el de adornistas, jardineros, electricistas, maquinistas de teatro y no sabemos cuantos más que no recordamos. La brigada municipal, considerablemente aumentada, se daba prisa en allanar la calle de Verdaguer, abierta ya en toda su extensión, resueltas ya, definitivamente o provisionalmente, las empeñadas cuestiones de rasantes que habían apasionado a los magistrados municipales. Por su parte los artistas, cerrajeros, con la ayuda de los albañiles de Luís Ylla, se pasaban día y noche montando las farolas de Gaudí, llevadas a la realidad por Canaleta. Aquella nota tan nueva y tan original tenía la facultad de reunir a todas horas, y especialmente hacia el atardecer, cuando se terminaba la jornada de trabajo general, gran número de curiosos que, después de admirar como aquello había nacido, trataban de adivinar como se acabaría. Comenzaban a ondear banderas, se iniciaba la llegada de forasteros, y dentro del Comité y de la Comisión artística no se acababa nunca; el correo venía lleno de comunicaciones que se tenían que contestar; la campanita telefónica sonaba continuamente; sastres y modistas no podían dar al abasto; los panaderos tenían miedo de que, por más que elaborasen, los últimos días de las fiestas faltaría pan, y la curiosidad general aprovechaba todas las señales que podían darle alguna luz para acabar de componer el carácter de unas fiestas, muchas de las cuales eran para la mayoría una novedad casi misteriosa. Y así llegó el sábado día 27 de Agosto, designado para el acto de entrega de la Bandera de la Ciudad que elaborarían las chicas de la consabida Junta, al Ayuntamiento, al atardecer de aquel día. Esta era la primera fiesta del Centenario.

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