Jaume Balmes Urpià

Jaume Balmes Urpià

domingo, 6 de septiembre de 2020

XXVI) EL DOMINGO. — GRAN GENTÍO. — LA SESIÓN DE CLAUSURA DEL CONGRESO.— LA REPARTICIÓN DE PREMIOS EN EL CONCURSO PECUARIO.— EL CONCURSO DE SARDANISTAS.

YA lo veíamos venir de lejos, e incluso teníamos algunos datos precisos por adelantado, que el domingo, día 11, sería el día de mayor afluencia de gente en la Ciudad, atraída por el interesante y nutrido programa del día. En éste toma gran relieve la Procesión Eucarística que la Junta del Congreso Apologético, de acuerdo con la Comisión de fiestas religiosas y con el Comité Ejecutivo, había acordado celebrar como buen coronamiento de tan gloriosa asamblea. Y los forasteros presumían ya, de que una procesión así en Vic, en circunstancias tan extraordinarias, había de ser una cosa digna realmente de ser vista. El día se levantó de buen humor y tuvimos una mañana bonita y soleada. Desde las siete horas, empezó a llegar gente de Montaña, se poblaron las calles, y especialmente la Plaza Mayor y el Paseo de Santa Clara, centros ordinarios de la animación pública. Esta animación creció considerablemente cuando llegaron, bien llenos, y cargados, los primeros trenes de Barcelona. Una nota saliente había entre la gente que, de abajo o de arriba, iban llegando: los grupos de sardanistas que querían tomar parte en el anunciado concurso, en el programa del cual había algunos premios que daban dentera. Varios de esos grupos, todos bien organizados y bien dirigidos, venían uniformados con prendas de la antigua indumentaria catalana. Esa animación que venía de fuera, encendía el ansia de los de dentro, que salían a la calle para ir a gozar de una u otra de las funciones anunciadas para antes de mediodía. La sesión de clausura del Congreso comenzó a las diez horas con mucha puntualidad y con tan gran concurso como no se había visto nunca en las sesiones anteriores, además de haber sido tan animadas. En esta sesión continuó dándose cuenta de los trabajos apologéticos pendientes. La verdadera solemnidad fue la lectura del sustancioso discurso sobre Balmes enviado por el gran Menéndez Pelayo, en cumplimiento de la solemne promesa hecha a la Junta Organizadora del Congreso antes de lanzar al público el pregón de la asamblea. Esta lectura fue hecha con gran amor y soberbia entonación por Catedrático de la Universidad de Barcelona Dr. Daurella y recibida con una tormenta de aplausos por la entusiasmada concurrencia. En medio de esas notas de entusiasmo se acordó perseguir la realización de la idea que había lanzado en el Congreso el animoso sacerdote italiano D. Bosio de la formación de una Internazionale bianca, o Lliga Apologética, que se opusiera valerosamente a las maquinaciones del diablo que todo lo corrompen. Además de esta medida, la de dirigirse al Gobierno para recomendarle la necesidad de que ahora, que piensa ocuparse de hacer reformas en la enseñanza, procure apartarse de todo ideal reñido con el Crucifijo y con el Catecismo. La reunión fue, realmente, vertiente de luz y de calor y los que asistían salieron llenos de fe y de esperanza y en gran medida satisfechos del éxito de la asamblea. Mientras tanto, en la Plaza de Balmes, se iba haciendo la distribución de premios del Concurso Pecuario, también con mucha animación, porque en aquel memorable día, había en la Ciudad gente para llenarlo todo. Los referidos premios fueron muy numerosos, pues, como ya tengo dicho antes, ese concurso en calidad fue muy notable, no quedando sin la merecida recompensa ninguno de los ejemplares que, por una u otra razón, llamaron la atención de los técnicos. Tampoco quedó olvidada ninguna de las clases de ganado que se presentaron y la conclusión fue que, si continuando la afición de los campesinos a sacar buenos animales, nuestra comarca podrá ocupar uno de los primeros lugares en el cuadro de riqueza pecuaria de Cataluña. La Cámara Agrícola Ausetana pudo quedar, y quedó, realmente satisfecha de ese concurso regional que había presentado a numerosos forasteros; uno de los más curiosos aspectos del espíritu progresivo de nuestra comarca. Muy diferente era el acto que se estaba celebrando en la Plaza Mayor y que contaba también con un público curioso y entusiasta. La organización del Concurso sardanístico la había confiado el Comité a la Sociedad Fomento de la Sardana de esta ciudad, grupo de solteros animosos que vela por la conservación y crecimiento de la danza nacional, tan felizmente restaurada aquí por otro grupo de jóvenes ya tristemente diezmados por la Muerte, a últimos de Julio de 1900, entre las risas de duda de muchos que no creían que tal restauración durara mucho. Y, sin embargo, de ahí fueron bajando y, poco a poco, invadieron toda Cataluña, hasta ir a parar a las mismas orillas del Ebro. Hace diez años y medio, y por ahora no hay señal de que la planta esté carcomida ni enfermiza. La presidencia del Jurado fue confiada al Maestro Francisco Pujol, siempre atento para contribuir con sus conocimientos musicales y su gran amor al folklore, a estas obras patrióticas haciéndole compañía sardanistas expertos de aquí mismo con historia reconocida y rectos juicios dictados en esta misma materia. La Plaza estaba bañada de sol, y sol de verano aún. Para evitar esta molestia, se habría elegido u otra hora o lugar más sombrío, pero pronto no había otra disponible, debiendo celebrarse por precisión el concurso en domingo y habiendo además la Procesión. De algún lugar sonaba el nombre de alguien que ofrecía mayores inconvenientes que en la Plaza. De todas maneras fue esta escogida para el pintoresco certamen. Los grupos que habían venido a disputarse los premios, que eran cuatro, el mayor de 500 pesetas, fueron veinticuatro. Los había de Vic, de Barcelona, de Manlleu, de Torelló, de Sant Quirze de Besora, de Ripoll, de Sant Joan de les Abadessas y de Camprodon. Las sardanas fueron tocadas por la copla de Perelada. La de concurso, o la revessa que suelen llamarla, no fue treta (usando la palabra consagrada) por ninguna de los referidos grupos. Se acercaron más que los otros, los Bartrons de Sant Joan de les Abadessas. En vista de las dificultades que había para dar un valor absoluto al trabajo de ninguna de las peñas, el Jurado determinó juntar todo el capital que representaban los premios y repartirlo más, recompensando proporcionalmente el mérito de cada una de ellas. Así, de las 550 pesetas que sumaba ese capital, se dieron 200 a los referidos Bartrons y 100 al grupo llamado Or-fi, de Vic, por haberse distinguido más que los otros. Y a continuación se hicieron otros premios ya menores, hasta el último, que también tocó a sardanistas de Sant Joan y que no pasaba de veinte pesetas. Los inteligentes encontraron la repartición bien hecha y la conducta del Jurado fue generalmente aplaudida. La gente, viniendo de una u otra de las tres notables fiestas que había habido aquella mañana, se fue esparciendo y distribuyendo en casas particulares, restaurantes, hostales y fondas, esperando con gran deseo la augusta ceremonia de la tarde. El tiempo que, como he dicho, se había levantado de la cama con buen temple, empezaba a estropearse. Aparecían nubes poco halagüeñas y, aunque nadie se desanimaba, convenía vigilar y estar a la expectativa. Gran lástima habría sido que tan hermosa fiesta hubiera tenido que suspenderse.

No hay comentarios:

Publicar un comentario