Jaume Balmes Urpià

Jaume Balmes Urpià

domingo, 6 de septiembre de 2020

XI) LA REPRESANTACIÓN REAL. – EL PROGRAMA. – LA MISA: LOS ENSAYOS EN VIC Y BARCELONA.

YA dijimos anteriormente que, cuando fue una Comisión a Madrid a enterar al Rey y a su gobierno del proyecto de las fiestas, obtuvo de aquél la solemne promesa de que sería él quien presidiría el homenaje a Balmes, si era posible personalmente y, sino, por delegación portada por un Infante. Por razones de carácter excesivamente íntimo para retraérselas aquí, teníamos la confianza de que el delegado regio, cuando el Rey no pudiera venir, sería la Infanta Isabel, de quien nos constaba que, en tal caso, llevaría esta delegación con gusto y complacencia. Pero la Infanta Isabel había llevado igual representación a la República Argentina y había motivo para temer que la fatiga de tan largo viaje fuese un grave tropiezo para su venida a nuestra Ciudad. Por otra parte, hasta casi a última hora, el Comité pudo creer que el viaje personal del Rey no era cosa a que se pudiera renunciar. El día de San Juan de Junio había venido a Barcelona el Ministro de Fomento, señor Calbetón, y, para hablarle de la real visita y de pasada del estado de la subvención oficial, fue a encontrarlo al Gobierno Civil una representación mixta del Comité Ejecutivo y de la delegación del mismo en Barcelona, presidida por el Alcalde y acompañada del Diputado a Cortes, señor Bosch y Alsina. El Ministro, al ser preguntado sobre si vendría el Rey u otra persona de la real familia, respondió que él creía que sería el Rey, por haberle oído decir siempre que tenía la intención de presidir personalmente las fiestas y que no se había desdicho hasta entonces. Está claro que las circunstancias políticas podían cambiar todo esto, como, en efecto, lo cambiaron. Al Comité no le era igual que viniera el Rey o un delegado suyo, aunque fuera de la misma familia real: las condiciones de alojamiento, por de pronto, tenían que ser distintas. Por eso ya con tiempo se había prevenido y estaba orientado respecto del particular: se había convenido con el señor Obispo que, si el que venía era el Rey, se alojaría en el Palacio Episcopal, como la otra vez, y, por si era un infante o infanta, se había pedido a la amabilísima familia del Conde del Valle de Marlés que le diera hospedaje en su casa. Y esta noble y distinguida familia, con el joven Conde en cabeza, se había puesto a disposición del Comité, accediendo inmediatamente a su petición y preparándose para no ser digno de lástima, si llegaba el caso, para hacer a quien viniera agradable y digna esta hospitalidad. Pero los días iban pasando, el mes de Agosto avanzaba y aun no se sabía nada. Finalmente, el viernes día 26 llegó la noticia telegráfica de que la representación del Rey la llevaría la Infanta Isabel. Algunos días antes se había ya sabido que la venida de un infante o infanta era cosa infalible, y así lo había prevenido al Conde del Valle de Marlés una Comisión que fue a Ripoll y cercanías por asuntos de la fiesta folclórica. La familia Oriola veraneaba entonces, según su costumbre anual, en la hermosa posesión de Rama, entre Ripoll y San Juan de las Abadesas. Al saberse la noticia de que definitivamente venía la Infanta Isabel, envió el Comité un miembro propio a Rama, no solamente para llevar aquella, sino para facilitar al Conde del Valle de Marlés su trabajo con algunas instrucciones de detalle que podían convenirle. El Conde vino a Vic el mismo día de recibir la noticia y, a la mañana siguiente, lunes, comenzaron los preparativos para poner el antiguo palacio de los Orioles a punto para recibir dignamente la regia visita. Con el plan que la familia tenía ya trazado y con la buena voluntad y con el afecto con que lo hacía, el trabajo resultaba fácil, aunque quedaba poco tiempo para realizarlo. Mientras tanto, el sábado, había ido a Barcelona una delegación del Comité, con el Alcalde, llamada por el Gobernador, a fin de trazar con éste el programa de viaje. Se tenían que marcar los días y las horas de llegada y de salida, y combinar –que esto era lo de peor factura- las funciones anunciadas en el Programa, ya lanzado al público, con la presencia de la señora Infanta. Ya previendo esto y fundado en otras razones dictadas por la experiencia, el Comité había dejado de señalar horas en el referido Programa, reservándose hacerlo en la hoja diaria que se proponía publicar durante la tongada de las fiestas. La estancia de la Infanta en Vic se tenía que reducir a 48 horas justas. El Comité ya calculaba que la llegada fuera el día 7 de Septiembre por la tarde y así fue convenido con el Gobernador. Dentro de estas 48 horas se tenía que incluir aun una excursioncita a Ripoll que se podía hacer con brevedad. El Comité ya contaba también con esta excursión. En lo que se tenía interés era en la señora Infanta asistiera a la fiesta folclórica, programada para la tarde del día 9 con el fin de que se tenía que evitar que volviera directamente de Ripoll a Barcelona. Y así se hizo, señalando la ida a Ripoll por la mañana del día 9 y dando tiempo a que la vuelta, ante de ir a comer, inaugurara el Concurso pecuario. Para presionar más a la señora Infanta en este asunto particular, se acordó que esta comida fuera la oficial del Ayuntamiento y se hiciera en la Casa de la Ciudad. En la conferencia con el Gobernador resultó labor sencilla combinar este programa del viaje. Como se supone, se le indicaba a la señora Infanta la conveniencia de que el día 8 se dignase asistir al Pontifical de la Catedral, por la tarde a la inauguración del Congreso de Apologética y por la noche al concierto que teníamos encomendado al Orfeón Catalán. Concluido este programa con el Gobernador se envió inmediatamente al Ministro de Instrucción Pública, quien, al recibirlo, fue personalmente a la Granja a someterlo a la aprobación de D.ª Isabel. La aprobación vino en seguida telegráficamente y con palabras muy satisfactorias y muy gratas para la Ciudad. El Gobierno quería tener su representante que, al mismo tiempo, hiciera compañía de honor a la señora Infanta y creyó que nadie era más indicado que el Ministro de Instrucción Pública, D. Julio Burrell, que era quien había tocado todos los detalles de este asunto. En efecto, él fue el designado, pero, al cabo de pocos días de esta designación, se hizo una nueva a favor del Ministro de Gracia y Justicia, D. Trinitario Ruiz Valarino, alegando la razón de que al de Instrucción Pública no se lo permitían sus numerosas ocupaciones –y especialmente los preparativos de una Asamblea de primera enseñanza que decían se tenía que celebrar en aquellos mismos días, pero que no se celebró- alejándose de Madrid. Además acompañarían a Dª. Isabel su dama de honor, señora Duquesa de Nájera; su secretario particular, señor Coello; el general Aranda y otras notables personas. Indudablemente la venida de una representación real daba a la fiestas mayor esplendor y a esta representación se le añadía especial atractivo el prestigio personal de Dª. Isabel, aumentado últimamente por su éxito en la representación llevada a Argentina. Nuestro pueblo recibió a la señora Infanta con todo su afecto, hermanado con su seriedad proverbial. Como hemos indicado antes, hacía ya algunos días que corrían los programas. El público arrebató talmente de los lugares de venta el primer millar que había salido de la imprenta y consumió después los otros tres mil que se pusieron en circulación. La nueva y artística cubierta arrancó un aplauso general y la pulcritud con que la estampa Portabella cuidó del texto hizo que todo el mundo la alabara. Llamó la atención la circunstancia, que ya hemos hecho notar, de no marcar las horas de las funciones, si bien la gente se hizo cargo pronto del porqué se hacía. El Comité no había hecho el programa a la ligera, sino que había puesto detenido estudio en su redacción. Puso, sobre todo, especial empeño en que la sustancia de cada una de las fiestas resaliese por sí misma, sin hacer nada para que se notase, ni aplicar calificativos pretenciosos que la mayor parte de las veces resultan mentirosos. No había ninguna función que llevase delante de ella el adjetivo grande, como de costumbre: solamente dos veces se usaba el solemne, aplicándolo a la Misa y al procesión Eucarística, más que para ponderarles para usar términos propios de la liturgia. El Comité, en lo que estaba empeñado, era en que las fiestas fuesen grandes sin necesidad de decirlo. Cuidó también de que no entrasen minuciosidades que desvirtuasen el valor, que nadie se atrevió a negar, del conjunto del Programa, y eso que la enumeración de algunos detalles habría satisfecho al público. Además prescindió en absoluto de toda fiesta particular, aunque le constara, como le constaba, que casi todas las sociedades recreativas estaban preparando funciones especiales, algunas de las cuales resultaron verdaderamente notables. En vista de esta sobriedad, no faltó quien se preocupara de publicar un programa de fiestas particulares y hasta quien se dedicó a reproducir el de las públicas aparte del Comité, ligándolo con el negocio de los anuncios que el Comité, desde el primer día de hablarse de programa y con completa unanimidad de opinión, acordó proscribir, a pesar de tener motivo para explotarlos, contribuyendo a llenar las arcas de las fiestas. Empeñado en que el Programa fuera una nota verdaderamente artística, huyó de toda cosa de sentido utilitario que pudiera afearlo. Entre los preparativos resaltaban especialmente los que se iban haciendo en Vic y en Barcelona para la ejecución de la Misa del Centenario, que había compuesto Mosén Romeu. Aquí los ensayos habían comenzado pronto, primeramente los parciales que se hacían en las casas de comunidad y en los colegios de donde tenían que salir los elementos que formarían el coro popular a quien tocaba cantar los versos gregorianos de la Misa De Angelis, alternándolos con los de música figurada moderna que había escrito nuestro entusiasta Maestro de Capilla y que, como ya hemos dicho antes, tenían que cantar en el coro alto de la Basílica los hombres y chicos del Orfeón Catalán. A Mosén Romeu y a todos los que aquí le ayudaban a llevar la barca a puerto se les había ocurrido una idea hermosa: si, por dirigir este coro popular, se pudiera hacer venir de Montserrat al entusiasta gregorianista Padre Sunyol!... Qué fácil sería así asegurar por este lado el éxito de la grandiosa Misa! No se tenía que entretener a dudar de ello: se puso manos a la obra, se acudió al Abad y, no sin dificultades, se consiguió que dicho P. Sunyol viniera, cuanto menos, a dar instrucciones al coro y a encarrilarlo, asistiendo a los primeros ensayos formales que entusiasmaron a todos los que tuvieron ocasión de oírlos, y a lo mejor más que a nadie al joven y competidísimo monje, a la batuta del cual se sometían, con tanta docilidad y admiración, las numerosas personas que con la solfa en la mano la seguían incansablemente con sus ojos. En esta solfa, tirada expresamente, había los versos gregorianos a cargo del coro popular y las primeras voces del canto moderno que hacían aquí las de la Schola puerorum de Mosén Romeu. Y he aquí que, cuando los ensayos se iban calentando más, vinieron las dos fiestas de la Asunción. El P. Sunyol, fiel a las órdenes que traía de sus superiores, tuvo que pasarlas a Montserrat sin dar grandes esperanzas de que volviera y dejando a entender de todas maneras que sería muy difícil que él personalmente pudiera dirigir el coro popular el 8 de Septiembre por ser aquel día la fiesta de la Patrona de Cataluña, que, no por haber la otra canónica, más importante por consiguiente, dejaría de celebrarse. Entonces fue cuestión de convencer al P. Abat de la necesidad que teníamos del P. Sunyol. Se procuró que interviniera en ello nuestro señor Obispo y se logró que esta intervención fuese decisiva. El P. Sunyol volvió pocos días más tarde y ya no se movió de aquí hasta pasadas las fiestas, salvando una pequeña escapada a Barcelona para asistir a los ensayos del Orfeón Catalán. Hablemos también de estos ensayos que tanta importancia revestían y que para el Maestro Millet era una verdadera prueba. Ahora que él lo ha dicho en un artículo público, ya no se da el caso de callarnos alguna intimidad que, por otra parte, a lo mejor suprimiríamos. Indudablemente Millet, como los demás Maestros del Orfeón, había encontrado tropiezo en la idea de una Misa como la de la que se trataba; pero una cosa era la teoría y otra cosa la práctica. Esta teoría continuó gustándole a Millet cuando, en la sesión íntima de que más arriba hablamos, Mosén Romeu dejó saltar algunas chispas de realidad sobre las teclas del piano y de viva voz, pero, claro, chispas y fuera. Millet, que tiene fe en nuestro compositor, le dejó hacer y esperó la partitura. Y, cuando hubo visto la partitura, y uno le preguntó por el efecto de la leída, encontramos a un hombre reservado y dudoso, contra todo lo que esperábamos. -Pero ¿es que no le gusta...? -¡Oh basta! no es esto, no es esto... -Mosén Romeu, ya sabe V. que atenderá gustoso todas las observaciones que le haga; incluso renunciará... -No, no... Pero tenemos que estudiar, lo tengo que oír... Porque no estoy seguro del efecto que puede hacer esto, tan nuevo, tan singular... Y Mosén Romeu, Mosén Romeu... se nos vuelve un poco extravagante. Ya le escribiré a Mosén Romeu.- Que era lo que uno quería, porque ya sabíamos que se tenían que entender, como así fue. Y, de la manera que, faltos de técnica, podíamos entenderlo, nos explicó lo que le encontraba, lo que consta en el artículo de la Revista Musical a que hacíamos referencia. Los primeros ensayos –novio de pocos días- los realizó el Maestro Pujol, porque Millet, que había tenido un invierno y una primavera muy laboriosos, necesitaba una tongada de reposo. Incluso a lo mejor le vino bien encontrar ya la cosa desbrozada cuando comenzó a poner su batuta. Podía ya apreciar los efectos, y se tiene que decir que la animación le fue creciendo día a día, convencido cada vez más de que iba a poner su robusta espalda en una cosa digna de él y del Orfeón Catalán. Y repara, lector, que el trabajo de éste no era pequeño, porque se tenía que adiestrar a los dos coros, el de los hombres y chicos y el de las chicas que tenían que ayudar e influir poderosamente en el coro popular que bajo la batuta del P. Sunyol se iba aquí nutriendo y desahogándose. El miércoles, 30 de Agosto, Mosén Romeu, el P. Sunyol y el autor de la presente Crónica fuimos a Barcelona a oír uno de los últimos ensayos generales de la Misa. Mucho rato de fruición musical contamos en nuestra vida: ninguna tan memorable como aquella. No se puede negar que podía influir el patriotismo, pero nuestros dos respetables compañeros sintieron lo mismo que uno sintió. La Misa resultó indudablemente más grandiosa e imponente el día de la fiesta, pero aquella velada, en la sala de ensayos del Orfeón, con una atención de todo el mundo verdaderamente religiosa, poniéndole todos los cantores el corazón y el alma, no hubo detalle, ni punto, ni coma, que no se sintiera, que no destacara con todo su relieve, con tal exquisitez que toda la inspiración de la obra, todo aquel inexplicable perfume del canto gregoriano acabaron por entusiasmar al mismo Maestro, quien, al acabar, saltó de la tarima para abrazar a Mosén Romeu y darle la enhorabuena. La batalla se había ganado. Sin necesidad de abdicar de una sola de sus convicciones el Maestro Millet reconocía que el efecto era seguro y la Misa se tenía que imponer. El viernes siguiente, a ruegos del Mosén Romeu, Millet vino a Vic para asistir a uno de los ensayos del coro popular, saliendo satisfecho y no dictando otra modificación que una, que resultó certera: que el coro fuese acompañado desde arriba con el gran órgano en vez de hacerlo con el pequeño desde abajo, como se había comenzado a hacer, para asegurar mejor la compenetración de las voces con el instrumento, consolándose con perder el tono de majestad que el gran órgano daba al conjunto, pérdida de la cual de ninguna manera quiso el Director del Orfeón resignarse. Y, perdona lector, que nos hayamos entretenido tanto en estas minucias de los ensayos de la Misa, que nos ha parecido que tenían que gustarte.

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