Jaume Balmes Urpià

Jaume Balmes Urpià

domingo, 6 de septiembre de 2020

XIV) LA ENTREGA Y BENEDICIÓN DE LA BANDERA. — EL TE-DEUM. – LA FIESTA DE LOS LLUISOS. – LA INAGURACIÓN DE LA NUEVA ESTACIÓN.

EMPEZAMOS, pues, el período de lo que nombrábamos fiestas pequeñas, aunque en realidad no lo fuera y sólo porque, por una u otra circunstancia, era de necesidad que precedieran a las grandes. Lo de la Bandera tenía, como es natural, gran atractivo y por eso para comenzar parecía la más indicada. Se había pensado en qué sería mejor, si bendecirla antes de entregarla o hacerlo al revés: quien dictó la solución de ello fue el señor Obispo, que quiso dar a la bendición toda la pompa posible y juntarla al esplendor de la ceremonia del Te-Deum. Quedó, pues, determinado que la entrega se hiciera la noche del sábado y la bendición del día siguiente en la Catedral, inmediatamente después del Oficio. En la Bandera se había trabajado incluso en la mañana del mismo sábado, pero a las seis horas de la tarde la tenía en su poder la presidenta de la Junta. Del Escorial le habían traído ya también la hermosa cinta, dibujada igualmente por Pericas, destinada a conmemorar que la Bandera había sido ofrecida por las mozas ciudadanas y la ocasión en que habían hecho esta ofrenda. He aquí la descripción que hizo entonces de ella, una pluma competentísima: «En la nueva bandera se ha conservado la disposición de la antigua; formando toda ella un gran escudo de la Ciudad, cuarteado en aspa de barras catalanas y cruces de Sant Jordi. En la parte superior se ha añadido una amplia franja que la enriquece y tiene por objeto coronar la señal como se ve en la bandera tradicional de Valencia. En una de sus caras se lee el título de honor, CIVTAT DE VIC, y en la otra se ven las tres coronas, mural, condal y principesca, que corresponden a la población fuerte ibérica, metrópoli de los pueblos ausetanos; en la capital del Condado de Ausona, y a la Ciudad Real asignada como inalienable a su corona por los reyes Jaime II y Alfonso V. El arquitecto, José Mª Pericas, ha combinado estos elementos produciendo una obra originalísima, de regia magnificencia y prodigiosamente rica y armónica de tonalidades. Sobre todo la franja superior, en su parte anterior, merece las más entusiastas alabanzas. Una rica lanza de plata oxidada y realzada con pedrería corona la insignia civil vicense, viniendo el arma tradicional disimulada bajo formas y ornamentación especialísimas que parecen recordar el arte de los pueblos índicos asiáticos. El sello del arte informa todo el conjunto que acredita a su autor en buena forma. La bandera de la Ciudad »Han trabajado en la ejecución de la bandera vicense, bajo la inmediata dirección del arquitecto Pericas, el bordador José Sala, la casa Homar que ha teñido las franjas, dándole coloraciones finísimas, y los plateros Carreras, que han obrado la lanza. Todos han lucido en gran medida, dando pruebas de saber hacer bien las cosas. »Las mozas vicenses han captado lo necesario para poder hacer bien, y tal como puede verse la nueva bandera. La dedicatoria la han puesto en una cinta pulcramente bordada en que se lee: CENTENARI DEN BALMES MCMX OFRENA DE LES VIGATANES A LA CIVTAT »El bordado de esta cinta está hecho en el Colegio del Escorial, con la cooperación de varias Colegiales de Vic interesadas en la obra de la bandera." Se iluminaron las salas de la Casa de la Ciudad, se situó en la gran entrada la Banda municipal y, entre siete y ocho, comenzaron a reunirse las mozas en la sala anticonsistorial, en donde habían de acudir al arquitecto Pericas y los señores del Comité para montar la Bandera. Los concejales y demás gente oficial se reunieron en la Secretaría y los invitados iban llenando la Sala de la Columna, donde se tenía que hacer la ceremonia. Momento de gran emoción para todos, y especialmente para quienes habían trabajado en los preparativos, fue el levantar la Bandera y entrarla al Consistorio, mientras el Ayuntamiento y representaciones oficiales se dirigían a la Sala de la Columna para ocupar el estrado. Enseguida fue entrada la Bandera en la misma sala al son de la música, saludándola un vigoroso aplauso de la concurrencia. Entonces ocuparon las gradas del estrado las señoritas Pilar Feu, presidenta de la Junta, Soledad Sanvicens, secretaria, y Elvira Soler, designada por sus compañeras para tener la Bandera. La Srta. Sanvicens, en nombre de toda la Junta, pronunció un hermoso discurso en que, después de explicar como había nacido y como se había desarrollado la idea de hacer la Bandera y la parte que habían tomado todas las vicenses, cantó el simbolismo de la misma haciendo constar con palabra vigorosa que, al hacerle entrega al Ayuntamiento, se creían en el deber de manifestarle que para ellas los dos vivísimos sentimientos de Fe y de Patria eran los que la Bandera representaba y que sólo en defensa de ellos; bien unidos, inseparables, se tenía que levantar tan noble bandera. Un entusiasta aplauso del concurso premió el discurso de la Srta. Sanvicens, dicho con noble actitud y con gran entereza. La Srta. Feu tomó entonces la Bandera de manos de la Srta. Soler y la puso en las del Alcalde, quien la recibió con gran emoción en medio de fuertes palmadas de todos. Después, dejándola en poder del Canonge Collell, contestó al discurso de la Srta. Sanvicens, abundante en los mismos sentimientos que ella había expresado, prometiendo en nombre de la Corporación municipal que presidía, que la nueva Bandera de la Ciudad sólo se levantaría en defensa de los dos ideales en su discurso glorificados que forman nuestra nunca interrumpida tradición. Dio el señor Alcalde las gracias a todos los que habían trabajado en la Bandera y, cada vez más conmovido, acabó su perorata que fue muy aplaudida. La Bandera fue devuelta al Consistorio, desfilando todo el concurso, y más tarde, el pueblo que estaba estacionado en la calle delante de ella. Las mozas entraron nuevamente en la sala anticonsistorial, donde fueron obsequiadas con dulces pastas, y, poco a poco, la fiesta, que había empezado tan ceremoniosamente, se convirtió en una tertulia familiar y agradable, que duró largo rato. El día siguiente, domingo día 28, a las nueve y media de la mañana, el Ayuntamiento en Corporación se dirigió desde la Casa de la Ciudad a la Catedral, precedido ya de la Bandera y acompañado de la Banda Municipal. La Bandera, falta aún de bendición, iba enrollada. Mientras se celebraba la Conventual, la Basílica se iba llenando de gente que quería presenciar el momento solemne de la bendición. El Alcalde tenía a su lado a las autoridades militar y judicial y también al representante de la familia Balmes, D. Jaime Salas Balmes. Abajo, en lugares de preferencia, había el Comité y la oficialidad de la guarnición. Cuando hubo acabado el Oficio, las majestuosas campanas del secular Campanario iniciaron un repique general al que se añadieron inmediatamente las campanas de todas las iglesias de la Ciudad. Anunciaban el Te-Deum que se iba a cantar por haber llegado el día del Centenario del nacimiento de Balmes. Ni que decir tiene que ese repique, que no se había anunciado, llamó la atención de todos y llevó más gente a la Iglesia. El señor Obispo subió del coro al presbiterio, se revistió de pontifical y, situado delante del altar, se avanzó hasta donde estaba el Alcalde señor Font, acompañado de los Tenientes Alcaldes señores Genís y Dou. Aquel llevaba la Bandera desplegada y de inmediato el Prelado hizo las ceremonias de la bendición, rodeado de los Capitulares y numerosísimo Clero. Terminadas esas ceremonias, estando todos de pie, incluso la gente de debajo de las naves, el señor Obispo pronunció un breve, pero sustancioso, discurso. Habló de la significación de la Bandera de la Ciudad, considerándola como el símbolo permanente de las dos integrantes fuentes de su vida, la Fe y el patriotismo, únicas que pueden sostenerla y que salvaría en medio de cualquier tipo de pruebas y conflictos. El lenguaje del venerable orador era entero y vibrante, sobre todo cuando añadió a los anteriores conceptos la observación de que difícilmente podía haberse elegido una ocasión más propia para bendecir la Bandera de la Ciudad que aquella del secular aniversario de uno de sus más grandes hijos, porque Balmes fue filósofo ilustre, escritor trascendental, pero fue también un patricio ardentísimo y un hijo abnegado de su tierra. Luego hizo una excitación al Ayuntamiento, representación de todos los ciudadanos, para que mantenga la nueva Bandera en el alto lugar de honor en que la había puesto la bendición. Prenda de que sería así, era el hecho de haberla venido a rendir al pie del altar, buscando por ella el bautismo del Cielo. «Y ahora -terminó el señor Obispo- damos de todo corazón gracias a Dios por haber concedido, hoy hace cien años, en la Ciudad de Vic, un hijo que le ha dado tan alta y legítima gloria.» Entonó entonces con la robusta voz de antes el Te-Deum laudamus, que ejecutó también con gran vigor la Schola Cantorum de la Basílica, sobre partitura del Maestro Perosi y bajo la dirección de Mosén Romeu. Terminada la función religiosa, el Ayuntamiento se volvió a la Casa de la Ciudad con la Bandera desplegada, la cual fue saludada y aplaudida al salir de la Catedral y después en todo el curso. Al llegar al Palacio Municipal, la gente estacionada en la Plaza pidió que fuera sacada al balcón. Y así fue hecho, recibiéndola el público con un estruendoso aplauso. La Bandera no fue retirada del balcón hasta la tarde. Preocupado y ocupado todo el mundo en los preparativos de las fiestas grandes, ya no hubo más pequeñas durante la semana. El domingo, día 4 de Septiembre, se celebraron dos actos: la fiesta de los Lluïsos y la inauguración de la Estación nueva. La fiesta de los Lluïsos revistió especial solemnidad. Se celebró en la Juventud Católica y fue presidida por el señor Obispo. Se leyeron notables poesías de reputados poetas de Vic y de fuera de Vic, se cantaron hermosas composiciones por el coro de la Congregación, dirigido por el padre Miguel Rovira, entre ellas un valiente Himno a Balmes, la música era debida al joven Maestro Lambert. El conocido escritor y periodista D. José Bofill y Matas hizo un notable discurso estudiando a Balmes, no la obra, sino el hombre, haciendo ciertas aplicaciones de su vida y de su conducta en la vida actual. Este discurso fue muy aplaudido y celebrado después por todos los que tuvieron la satisfacción de oírlo. El señor Obispo cerró la sesión glosando algunos conceptos del orador y haciendo exhortaciones oportunas a la juventud para que imitara al gran Balmes y siguiera sus huellas. Finalmente, dio gracias a todos los que habían intervenido en la fiesta. La inauguración de la nueva Estación del ferrocarril fue una fiesta sencilla y agradable. Ya desde el primer tren de salida quedó abierto el nuevo edificio al servicio de los viajeros, que pudieron experimentar las comodidades del mismo, dignos de una Estación de primer orden. Por la tarde, en lujoso tren especial, vino el representante del Comité de la Compañía de C. de F. del Norte, señor Coll, acompañado de algunos altos empleados, especialmente de la sección facultativa, el Delegado del Gobernador Civil, señor Die, y de varios corresponsales de la prensa diaria de Barcelona. Fueron recibidos por el Alcalde y el Ayuntamiento, Vicario General de la diócesis en representación del señor Obispo, autoridades judicial y militar, Diputado señor Bosch y Alsina, delegación del Comité del Centenario, los representantes de la prensa local y otras personas. En el patio de la Estación tocaba la Banda militar. La ceremonia consistió en descubrir la lápida dedicada á Balmes y colocada en la fachada del flamante edificio. Hablaron el Alcalde, el señor Coll y el Canonge Collell, éste en catalán. Después de la ceremonia la comitiva hizo visita al señor Obispo y al Ayuntamiento. Se terminó la fiesta con un sustancioso lunch servido en el mismo restaurante de la Estación por Pince de Barcelona. El lunch acabó con brindis de los jefes de mesa. En el mismo tren especial en que habían venido, volvieron los expedicionarios barceloneses, despedidos, por calurosos aplausos de los vicenses que habían asistido a la fiesta. Los trenes que iban entrando en las vías de la Estación nueva llevaban ya buen contingente de forasteros y bastantes congresistas.

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