Jaume Balmes Urpià

Jaume Balmes Urpià

domingo, 6 de septiembre de 2020

XXV) LA FUNCIÓN LÍRICA POPULAR. – ESTORBOS. – APLAZAMIENTO. - NOCHE SERENA Y FRÍA

LA función lírica popular, comprendida desde el principio en el Cartapacio de la Comisión de fiestas cívicas y después en el Programa, señalada para la tarde del sábado, día 10, había de convertirse en una fuente de conflictos y torturas. Y, sin embargo, había sido de las más felices en la preparación. Digamos cuatro palabras, para hacer más completa esta pequeña historia. De la misma Comisión de fiestas cívicas salió la idea de que esa fuera también esencialmente popular, aunque dejando lugar a que la pudieran ver cómodamente los que quisieran o pudieran, y que consistiera en la representación de una ópera que verdaderamente pudiera agradar al pueblo y que tuviera la letra en catalán. Ni en la parte de cantantes, ni en la de Orquesta y menos en la de representación, se trataba de lamentar nada, al contrario, lo que la Comisión quería era que después se pudiera decir que era la primera ópera que se había cantado dignamente en esta ciudad, cansada de los guiñapos que se le suelen dar en las fiestas anuales de San Miguel de los Santos. Esa ópera era casi única, pero satisfacía el deseo de la Comisión: Handsel und Gretel de Humperdinck, que el autor llama fábula lírica y que por su carácter verdaderamente popular, por su mise en scène y sobre todo por su música tan llena y tan exquisita, resulta un artístico espectáculo de honda delectación. Quedó, pues, decidido desde el día en que fue acordada esa fiesta que se haría sobre la base de Handsel und Gretel, sirviendo la letra catalana hecha por el poeta Maragall y el Maestro Ribera con el título de Ton y Guida. No nos adelantamos en las explicaciones sin una pequeña digresión que creemos oportuna. Ocurrió que, cuando teníamos ya iniciados los preparativos de esa representación, se había estrenado en Figueras y reproducido después en Barcelona el espectáculo arreglado por el poeta Carner, con música de Pallissa, sobre el poema Canigó, de Mosén Cinto Verdaguer. Era natural que, con este motivo, no faltara quien se dirigiera a los miembros del Comité por si se consideraba oportuno trasplantar aquí, con ocasión de las fiestas, el susodicho espectáculo. Después vino también de una manera indirecta la misma propuesta por parte de los interesados. Y, realmente, nosotros fuimos los primeros en reconocer que en ningún lugar como aquí, sobre un campo llamado Sot dels Pardals con nuestro Pirineo como fondo y la Costa den Paratge como gradería pública, podía esa representación tener admirable éxito. Pero en primer lugar esta función se había de hacer en una tarde que no teníamos, en segundo lugar no nos complacía mucho ser plato de tercera mesa, en tercer lugar el presupuesto era un poco más caro que las de nuestra función lírica, y, finalmente, a nosotros, vicenses, compatricios de Mosén Cinto, celosos de la intangibilidad de su gloria, no nos acababa de gustar ver el Canigó retocado, glosado o ensanchado por otra pluma, por habilidosa que esta fuera, por muy grandes que se encontraran el respeto y el escrúpulo con que esa ampliación fuera hecha. Y hago presente nuestro talante sin espíritu de criticar ni rebajar nada de éxito que en otras partes pudiera tener el espectáculo de Carner y Pallissa. No abandonaremos, pues, nuestro Ton y Guida. La primera persona consultada para ver si podía resultar viable esa fiesta lírica fue el renombrado Maestro Lamotte de Grignon, quien, después de habernos dado algunos datos para que nos pudiéramos orientar en la cuestión económica, nos envió a tratarlo más detalladamente con D. Francisco Casanovas, Director de escena del Liceo de Barcelona. Este señor, con una amabilidad nunca suficientemente ponderada y con un interés por nuestro pensamiento igual o superior, cuidó el allanarnos todos los tropiezos y aceptó con mucho gusto la labor de la organización y dirección de esta fiesta a la primera indicación que sobre el particular le hicimos. La dirección musical fue aceptada también desde el principio por el referido Maestro Lamotte. Además, el señor Casanovas, para cuidar la construcción del escenario que hacía falta, nos recomendó al primer maquinista del Liceo, D. Francisco Manció, quien se puso enseguida a nuestras órdenes. Entonces vinieron un día a Vic los señores Casanovas y Manció para elegir con nosotros el lugar público donde podríamos hacer la representación, pues por su modo de ver técnico teníamos que considerarlo indispensable. Tres distintos lugares teníamos ya ojeados: el grandioso campo dicho de Masgrau, junto a la Estación del ferrocarril, que, por ser cerrado y con el gran eco del edificio que tiene detrás, reunía muy buenas condiciones; la Plaza de los Mártires, y la Plaza de la Divina Pastora, que ya desde el primer momento nos había parecido inmejorable. Consignamos, por vía de nota, que nuestro primer pensamiento y nuestro grandísimo gusto habría sido hacer también esta fiesta en la Plaza Mayor, pero eso exigía hacer y arreglar el escenario en veinticuatro horas, lo cual en nuestra primera charla con el señor Casanovas ya vimos que era imposible. El primer escenario fue abandonado porque, además de tenerse que pagar un regular alquiler y una indemnización por cuatro plantas de maíz, no llegaba a reunir las excelentes condiciones del último; en la Plaza de los Mártires hacían mucha molestia los árboles, resultaba poco espaciosa y, además, el desnivel del piso no favorecía la colocación del público; pero, finalmente, el tercero, la Plaza de la Divina Pastora, era bueno a más no poder para nuestro caso. Incluso su figura geométrica le daba algo de la forma de un teatro, los árboles en vez de estorbar favorecían con sus filas la clasificación de los espectadores y las condiciones acústicas para una función lírica, probadas por la noche, habían dado un resultado, para todos los estilos, halagüeño. De modo que, inmediatamente después de la visita de los señores Casanovas y Manció, la Comisión de cívicas y el Comité acordaron, sin dudar un momento, elegir la Plaza de la Divina Pastora y poner manos a la obra enseguida. La contrata de los sesenta profesores de Orquesta que queríamos y la elección de cantantes no ofrecieron la menor dificultad, confiadas a manos tan diestras y expertas como las del señor Casanovas. En cambio, nos dio un poco de trabajo la cuestión del decorado. Habíamos pensado en nuestro casi compatriota, el insigne pintor D. Luís Graner, quien tendría que poseer del Teatro Principal de Barcelona, en los últimos tiempos que él era empresario, todas las decoraciones apenas gastadas de Ton y Guida. Cuando empezamos a hablar, él no había vuelto aún de su provechoso viaje a América, pero le fuimos a encontrar tan pronto como supimos que estaba aquí y le rogamos que, con las mejores condiciones posibles, nos dejara el referido decorado. Y nos dijo que con gran gusto lo haría, si podía sacarse de encima un embargo judicial indebidamente puesto por faltas de empresarios que le habían acontecido y que no repararon nada en menospreciarle lo que no era suyo. El señor Graner, excesivamente confiado en la razón que tenía, creía que, con aproximadamente un mes, lograría que ésta le fuera reconocida y nos dio un plazo determinado en el cual volveríamos. Pero, como ya temíamos desde ese momento, los procedimientos judiciales se fueron alargando según es triste costumbre de esta tierra. A la segunda visita, el digno artista ya nos desengañó y nos expresó, con palabras muy sinceras y estimables, el sentimiento de no podernos complacer. Nosotros, ya después de la visita anterior, habíamos encargado al señor Casanovas que viera si, en caso de surgir el desengaño que con tanto fundamento temíamos, podía encontrar alguna salida, como en efecto, la encontró de inmediato. Valiéndose de su amistad con el pintor señor Ros y Güell quien, dedicado hacía poco al negocio de hacer y alquilar decoraciones, pensó un día u otro dedicarse a la de Ton y Guida, pensamiento que el señor Casanovas hizo avanzar para satisfacernos a nosotros. Con estas nuevas decoraciones nosotros ganábamos. Primeramente porque estarían recién hechas y nosotros las estrenaríamos; en segundo lugar porque serían completamente acomodadas en proporciones al escenario que íbamos a construir; y, finalmente, porque, estando como estarían hechas a la nueva moda italiana, a base de un papel especial que hace que se plieguen fácilmente, con la ventaja del poco peso y la reducción del volumen, menguaban considerablemente el presupuesto de gastos del transporte que en comparación con las decoraciones de la antigua eran considerablemente menores, incluso con una rebaja en las tarifas. De modo que, Manció vino a últimos de Agosto para levantar el escenario. Aceptada gustosamente la idea de esta función por el público, que se apresuró a tomar las localidades, sólo nos podíamos lamentar de la lentitud con que había venido el decorado y de lo mucho que tardaban los electricistas en instalar la luminaria, cuando llegó el día de la fiesta. Y el día del festejo, hacia mediodía, el cielo estaba tan encapotado y con señales tan negras que, los que más parecía que entendían del tema, pronosticaban lluvia infalible por la tarde y probablemente para el anochecer, habiendo, como había, el antecedente de la vigilia. Habíamos conseguido que se esperara a poner las decoraciones hasta después de comer, porque la pérdida de esas decoraciones (¡que eran de papel!) llevaba como consecuencia una seria indemnización que nos hubiera tocado satisfacer sin haber podido hacer la fiesta. Consultado el señor Alcalde y viendo que les nubes continuaban engordando, se acordó llamar a Barcelona ordenando que artistas y músicos suspendieran su partida en el tren de la 1-56, dejando aplazada la función hasta el lunes. Y, dada y acatada esa orden, el tiempo, que está loco, se aclaró y se pudo hacer, como hemos visto, la fiesta calisténica. La velada fue también quieta y serena, aunque fría y húmeda. Hay que decir ahora aquí, para que todo se sepa, que, no suspendiendo la función, nos hubiéramos encontrado seguramente con otro conflicto. La instalación de la luz eléctrica estaba todavía muy atrasada, dificultado también este motivo la colocación de las últimas piezas del decorado que no podían ponerse sin tener, en el lugar respectivo, los aparatos de la luminaria. De manera que, entre tantos y tantos contratiempos, hubo quien se sintió reposado y satisfecho: el maquinista Manció, que, tras el ansia y el trabajo que había puesto en lo que a él le correspondía terminar, por culpa de otros, veía venir el conflicto del que hablábamos, de que tal vez se hubiera de aplazar la función por esa otra causa o, cuando menos, de no poder iniciarla hasta muy entrada la noche, lo que quedó en rigor probado por el hecho evidente de haber tenido que trabajar aún todo el lunes e incluso alguna parte del domingo. En efecto, la contrariedad pública fue grande, porque muchos de los que tenían tomadas localidades no podían esperar al lunes. Otros, sin embargo, se consolaron en esperar, con la seguridad que les daba de que, si el lunes el tiempo no se presentaba bien, el Ton y Guida se cantaría en el Teatro Principal. Y ya con esta solución se telefoneó a los artistas y a la orquesta y fueron advertidos los que debían cuidarse aquí de la maquinaria y de la Tramoya. La solemnidad musical, siempre con la ayuda de Dios, no faltaría; lo que podía aún perjudicar el tiempo era la popularidad de la fiesta, es decir la realización del pensamiento de la Comisión de fiestas cívicas. La gente empleó la velada para seguir las luminarias, y contemplar las sardanas que, con la suspensión de la función lírica, resultaron, naturalmente, mucho más animadas.

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