Jaume Balmes Urpià

Jaume Balmes Urpià

domingo, 6 de septiembre de 2020

XII) LA EMPALIADA DE LAS CALLES. — LAS LUMINARIAS. —LAS INICIATIVAS PARTICULARES. —LAS RAMBLAS Y LA PLAZA MAYOR.

COMO puede suponer el lector, la Comisión de las fiestas cívicas primero y el Comité después dieron a la empaliada general de la Ciudad la importancia que se merecía, entendiendo que una buena parte del dinero que tuviera tenía este que destinarlo a estas obras. No es que no se tratara de entorpecer sus intentos con argumentaciones que, en caso de haberlo descuidado, habrían sonado en sentido completamente contrario, pero sin dejar de estar atento en lo que queda y en lo que pasa, entendió que, en definitiva, de fiestas se trataba y que, por consiguiente, la Ciudad tenía que aparecer vestida de fiesta. Y tomó la resolución de vestirle sin dudas ni discusiones inútiles. Confirmó la designación que la Comisión de fiestas cívicas había hecho de la persona de nuestro reputado pintor D. Manuel Puig y Genís para la dirección general de la empaliada y nombró, como dijimos más arriba, una Comisión artística que le ayudara con su consejo y con su cooperación. Esta Comisión practicó primeramente un estudio y trazó después un plan, no dejando de recoger todas las ideas aceptables que en el sí de la Comisión de fiestas cívicas habían nacido y se habían aplicado. Quedó firme la resolución de extender la que diríamos empaliada oficial a todo el anillo de las Ramblas, es decir, a nuestro boulevard, y, aprobada entre aquellas ideas la de hacer remarcar el carácter de la Rambla de Moncada iluminando con faroles la muralla del siglo XIV, esto mismo inspiró a la Comisión artística otro plan, verdaderamente feliz y que tenía que resultar de gran efecto: que es desarrollar en esta extensión de Ramblas la que podríamos nombrar historia de la luminaria, desde el farol hasta la electricidad. Ayudaba admirablemente a la realización de este proyecto la circunstancia de iluminarse el local del Congreso de Apologética con el gas acetileno, que daba facilidades para hacer otra instalación exterior de este fluido en la Rambla de Santo Domingo. Y dicho y hecho. La Comisión artística, de acuerdo con el Comité, dejó inmediatamente trazado el siguiente plan que se llevó rigurosamente a efecto: comenzando por Santa Teresa, se iluminaría toda la muralla de la Rambla de Moncada con faroles, que se harían expresamente y del dibujo de las cuales se encargaría el arquitecto señor Pericas; desde el puente de San Francisco hasta el Palacio Episcopal se iluminaría el Paseo de la Muralla con hileras de antiguas lamparillas de aceite, con la luminaria popular de hace media centuria; después hasta entrar a la Rambla de Santo Domingo se recurriría a las iluminaciones a la veneciana, poniendo profusión de farolillos de papel con los más vivos colorines; la Rambla de Santo Domingo, como ya queda indicado, iría iluminada con coronas de gas acetileno, y en el sitio del Hospital comenzaría la luminaria eléctrica que ya no se acabaría hasta alcanzar a la iglesia de Santa Teresa. La decoración, sobria donde no había electricidad, se iba complicando en las Ramblas donde sí que había. Pero también la luminaria eléctrica se variaba en cada una de las Ramblas. La del Hospital tenía que lucir, como lució unos vistosos salomones que tuvieron gran aceptación: la de las Davallades tenía señalados unos aparatos laterales que jugaban con las palmas, las paneras de flores y el soberbio velarium que cubría aquella espaciosa vía, velarium que jugaba con los grandes y artísticos carteles que iban de parte a parte y en los cuales se resumía la vida y la obra de Balmes; pero, apenas puesto, una fuerte ventolera rompió dicho velarium y entonces se hubo de modificar el decorado; la Rambla del Carmen tendría a cada lado una guirnalda de flores luminosas y, en medio, se haría una empavesada general de segura vistosidad; en el Paseo de Santa Clara, después de unas radiantes entradas de luces multicolores, se iluminaría siguiendo la misma sinuosidad de las ramas de los árboles con profusión de bombillas de tonalidad dorada, y se adornaría con grandes y vistosos cestos de flores que colgarían de la misma ramada, y, finalmente, en la Rambla de Santa Teresa se repetiría la luminaria de la Rambla del Hospital. Naturalmente, las banderas, en general españolas y catalanas, y profusión de escudos alegóricos completarían y animarían la empaliada. Con sencillez pero con buen gusto se adornaría e iluminaría, como así se hizo, la nueva calle de Verdaguer desde la Rambla a la Estación del ferrocarril. Delante de esta formarían la entrada de la Ciudad, puestas en arco triunfal, la bandera de España, la de Cataluña y la de la Ciudad, y el ingreso a la Rambla se efectuaría con cuatro artísticas pirámides modeladas en yeso, ceñidas con guirnaldas, coronadas también con banderas e iluminadas de luceros con profusión de luces. Pero para la Comisión artística el compromiso más grande estaba en la Plaza Mayor, de la empaliada de la cual naturalmente también se ocupaba el Comité, pues allí se tenían que desarrollar varias de las fiestas populares que anunciaba el Programa. Esta circunstancia obligaba a trazar una decoración que no pusiera trabas y de esta misma circunstancia nació la singular idea del arquitecto señor Pericas, que propuso como motivo de decoración y luminaria una inmensa tela de araña llena de bombillas de incandescencia, de banderas centelleantes y de originales motivos de ornamentación, que se sujetaría con grandes cables de alambre de las terrazas y tejados de las casas. Este hermoso pensamiento no se pudo llevar a la práctica por dificultades materiales en la instalación y por su coste, superior al presupuesto a que el Comité tenía que sujetarse. El otro plan nacido dentro de la Comisión artística era la circunvalación de la plaza con un gran cuadro chaflán de vistosas antenas coronadas de lujosas banderas, sostenidas por elegantes taburetes, adornadas por ricos escudos rodeados de luces y, unidas entre sí por grandes y bien hechas guirnaldas de encina cubiertas de flores de luz. En resumidas cuentas de hermosísimo efecto. Jugando con esta decoración, que adornaba y no molestaba, se tenía que levantar en la parte de poniente una espaciosa tribuna, decorada con el mismo estilo que lo otro, desde la cual la señora Infanta, las Autoridades, el Ayuntamiento y todas las numerosas representaciones oficiales y Comisiones, presenciarían las fiestas populares que allí se tenían que celebrar. Pero la luminaria de la Plaza tenía otro elemento más nuevo y original que tenía que obtener infalible éxito: tal era la acusación por una línea seguida de luces eléctricas de las siluetas de los tejados y terrazas de las casas. Este pensamiento mereció la aprobación general tan rápido como la Comisión artística la dejó conocer. Por todo lo dicho ya puede imaginarse el lector el papel principal, que en esta fastuosa iluminación representaba la electricidad, para la obtención de la cual trabajaba desde el mes de Diciembre la delegación que había designado la Comisión de fiestas cívicas. Se tenía que acudir, naturalmente, a la Sociedad Hidráulica del Freser, que dio todas las facilidades que estaban en su mano, que, desgraciadamente, no era todas las que convenían. La importante cantidad de fluido que se necesitaba estaba; la Hidráulica la tenía. Tenía para todo: para servir al Comité, para no faltar al Ayuntamiento, al Cabildo Catedralicio, a las sociedades y a todos los particulares que la necesitasen; pero esta abundancia de fluido la tenía en bruto, sin transformadores y sin líneas de conducción, salvándose las partes que podían obedecer a las líneas ordinarias, que bastarían para satisfacer las peticiones de los particulares por muchas que fueran, bien que por un precio más crecido del que estos deseaban. Ahora, por su luminaria, el Comité podía confiar en la energía en bruto, pero él se tenía que cuidar de conducirla y repartirla. Y no era cosa fácil encontrar los medios. Se recibieron varias propuestas y, al fin, el Comité, de acuerdo con la Comisión artística, determinó tratar con D. W. Lazzoli, quien tenía en su mano y podía traer aquí todos los recursos que por el plan ideado se necesitaban. Contando con la cooperación de Lazzoli, la faena de la Comisión artística se hizo más llevadera, y todo se resolvió en trabajo, pero trabajo incesante que dejaba poco reposo y obligaba a veces a consumir horas de noche o la noche entera. La misma cooperación de Lazzoli hizo que las iniciativas particulares pudieran más ampliamente desplegarse y pudiera haber opción a los premios que el Comité hacía tiempo que había anunciado para las calles que se presentasen mejor adornadas y bien iluminadas. Y es evidente que esto había de contribuir en gran manera al suntuoso aspecto de la Ciudad durante los días de las fiestas. El entusiasmo y la satisfacción popular quedarían brillantemente demostrados con las empaliadas que las calles preparaban, completando el trabajo pesado de la Comisión artística.

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