Jaume Balmes Urpià

Jaume Balmes Urpià

domingo, 6 de septiembre de 2020

V) MEJORAS URBANAS. – LA ESTACIÓN NUEVA DEL FERROCARRIL. - LA BANDERA DE LA CIUDAD.

NUESTRO eximio Prelado, que tan bien había recibido desde un principio el pensamiento de la celebración del Centenario, tuvo una ocurrencia famosa: la de perpetuar con una mejora de carácter urbano el recuerdo de tan gloriosa fecha. El día 11 de Diciembre había dirigido al Ayuntamiento una memorable comunicación, que publicó toda la prensa local, ofreciendo costear el empedrado, tan necesario, de la Plaza de Santa María, a fin de que en los días de las fiestas, en que sería tan concurrido aquel lugar público, ofreciera un carácter verdaderamente urbano que completara que completaba el que ya le daban los edificios. El señor Obispo, al hacer esta generosa oferta, tenía también en cuenta que la realización inmediata de esta obra pública aliviaría la falta de trabajo que en los meses de invierno suele haber en la Ciudad dando ocupación a un número regular de brazos. El Ayuntamiento debía cuidarse de dicha realización y S. S. I. entregaría inmediatamente la cantidad que aquél, previos los estudios facultativos, considerara necesaria. No hace falta decir con que satisfacción recibió la Corporación municipal tan graciosa y noble oferta y con que entusiasta aplauso la conocieron los ciudadanos. Los estudios empezaron enseguida, comprendiendo la obra el correspondiente enlace con las calles afluentes a la secular placita, que debe su nombre a la primitiva parroquia de Vic, la Iglesia de la Rodona, de la cual hace conmemoración el templo de Nuestra Señora. Otra obra importantísima, a la cual hemos hecho ligera indicación en el anterior capítulo, se había iniciado en aquellas postrimerías del año y se iba trabajando a marchas forzadas, aunque a la quieta, porque lo que de principio hacía el efecto de un sueño, se convirtiera en una lisonjera realidad. Expliquémonos. Hacía tiempo que la Compañía de C. de F. del Norte tenía el propósito de modificar radicalmente nuestra Estación. El tráfico cada día era creciente y la nuevamente abierta calle de Verdaguer lo imponía. El exceso de mercancías y la falta de vías muertas habían ya obligado a ampliar la Estación vecina de Balenyá, pero esto no bastaba. Por otra parte, el mezquino edificio de la Estación, levantada en el año de 1874 con mejor deseo que capital, era una vergüenza para la Ciudad y para la misma Compañía. Se tenían que sacar ya vagones fuera, a lo que era paso de carruajes, y algunas veces se tenía que considerar como dependencia de la Estación el apartador de la Azucarera. Nadie más convencido que la Compañía de que esta situación no podía alargarse más, y ya hacía años que se habían trazado planes y proyectos que no eran más que entretenimientos, y, aun así, no se realizaban. Convencida la Compañía de la necesidad de una reforma seria y definitiva, siendo conocido este espíritu por la misma, y profundizando la conjetura de haber entrado en la Dirección general un hombre activo y decidido, partidario de incesantes mejoras, D. Félix Boix, se les ocurrió a quienes estaban en la interioridad de estas cosas que el Centenario era una gran ocasión para decidir que la Compañía avanzara una obra que ella misma consideraba inexcusable. Quien más pensó en ello, ya de inicio, aprovechando sus buenas relaciones con su alto personal fue D. Francisco Ribas, de la conocida casa comercial Ribas y Pradell. Él vino a hablar de este tema con el Ayuntamiento, después de haberse ocupado de lo mismo con el Diputado provincial D. Félix Fages, y los dos cooperando con todas sus fuerzas, envistieron la negociación que, por de pronto, dio solo un resultado medio, puesto que la Compañía, convencida de las razones que se le expusieron, se mostraba dispuesta a hacer la obra cuanto más pronto mejor, pero no podía ofrecer el levantar el edificio nuevo de viajeros hasta el año 1911. Nadie quiso rendirse; se redoblaron las negociaciones y los esfuerzos; se hizo interesar a todo el mundo que podía tener sobre la Compañía algún ascendiente; se puso talmente cerco al Presidente del Comité de Barcelona, D. Manuel Arnús, ya bien dispuesto por su lado para complacer a la Ciudad; se invocó de la manera más solemne el nombre de Balmes, y por fin la Compañía, condescendiendo a tanta solicitud, comenzó lo más pronto posible el edificio de viajeros de la Estación nueva, y tal como lo prometió lo cumplió. Se ha de hacer constar aquí que la actividad desplegada por el ingeniero señor Castellón hizo más posible, por decirlo así, la ejecución de la obra. Se formalizaron los planos, se les dio aún ensanchamiento antes de llevarlos a la práctica, se hizo pública exposición y la Ciudad se convenció de que realmente sería un hecho el tener Estación nueva para recibir dignamente los numerosos forasteros que vendrían a las fiestas del Centenario. El día 20 de Febrero, con gran solemnidad, se puso la primera piedra, que bendición primero el señor Obispo. Al acto asistió el Comité de Barcelona y fue representado el Gobernador Civil, haciéndose venir también a la prensa diaria, acabándose la fiesta con una comida en la Casa de la Ciudad, ofrecida por el Municipio. El señor Font y Manxarell, que el día de Fin de Año había empuñado la vara de Alcalde y que era, por consiguiente, quien hablaba en nombre de la Ciudad, dijo muy bien que aquella era la primera fiesta del Centenario. La obra subió deprisa, tanto que, de haber convenido, podía haberse inaugurado a los tres meses. Pero ya se tenía el pensamiento de incluir esta inauguración en el período que llamábamos de las fiestas pequeñas, de las comprendidas entre el 28 de Agosto y el 7 de Septiembre, no ciertamente porque la fiesta fuera pequeña sino a fin de que para las fiestas grandes sirviera ya la nueva Estación, cosa que a quien más convenía era a la Compañía, la cual con tanta convicción y entusiasmo se juntó a la alegría de la Ciudad en ocasión del Centenario que incluso prometió hacer constar por medio de una lápida de mármol y bronce en el edificio de la nueva Estación que ésta había sido construida para esta ocasión, queriendo contribuir en lo que podía a la gloria perpetua de Balmes. Y ahora tenemos que retroceder un poco para hablar de la bandera de la Ciudad, toda vez que se aprovecharon las fiestas de navidad y fin de año para entablar este otro asunto, que tiene, como todos los otros, su parte de historia íntima digna de ser conocida. El comité había recibido favorablemente la propuesta de la comisión de fiestas cívicas y había convocado una gran junta de señoritas, escogidas entre todas las clases de la Ciudad, es decir, procurando que todas las clases fueran representadas en ella. Más de setenta eran las llamadas y fueron más de sesenta las que respondieron a la llamada, excusándose antes o después casi todas las otras o por enfermedad, fruto del tiempo, o por ausencia. El Alcalde, presidente del comité, expuso el objeto de la junta y se nombró enseguida una comisión ejecutiva, sacada de las mismas señoritas convocadas, dándosele, como a las restantes comisiones, la facultad de ampliarse por ella misma, si el trabajo lo hiciera necesario. Como así se hubo de hacer con posterioridad a la junta. Presidió dicha comisión ejecutiva la Srta. Pilar Feu y Albareda, que tuvo que venir expresamente de Barcelona, donde residía temporalmente, para que la comisión pudiera constituirse y ya enseguida se hizo lo que era natural hacer, encontrar datos históricos de como había sido la bandera de la Ciudad y como, por consiguiente, tenía que ser. Fue encargado este trabajo al conservador del Museo Episcopal, Mosén José Gudiol, el más indicado para hacerlo, quien, a pesar de que las investigaciones no dieron resultados abundantes, pudo muy pronto trazar un pequeño croquis de lo que, en virtud de estas investigaciones y de los datos generales arqueológicos, tenía que ser la nueva bandera. Las chicas lo vieron claro y aceptaron el croquis, pero Mosén Gudiol no se dio por contento, y al cabo de pocos días, en Barcelona, escuchando de pasada uno de los agradables conciertos ordinarios del Orfeón Catalán, trató de interesar al joven y ya bien distinguido arquitecto D. José Mª Pericas, quien, sintiéndose vicense como es y queriendo y cultivando este tipo de manifestaciones artísticas, se ofreció incondicionalmente y generosamente a poner todos sus conocimientos y todo su buen gusto en esta patriótica obra. La cual él entendió que tenía que ser completa, que la idea de la Bandera no había de limitarse a la tela sino que debía extenderse al palo y a la misma lanza. Tenía que ser antigua y a la vez nueva, todo lo tradicional y todo lo original que fuera posible. Y no tardó muchos días en enseñarnos en Barcelona un dibujo en pequeño que fue sometido enseguida a la Comisión de chicas. Y, como era de esperar, a las chicas les gustó mucho el dibujo y, a pesar de que el coste de la Bandera era de prever que sería un poco subido, la Comisión, de acuerdo con el Comité, dio orden de llevar a la práctica el proyecto, mientras se penaba como se harían los dineros para pagar la obra. Las chicas ya se habían avanzado imponiéndose un gran sacrificio: el de ir todas ellas, divididas en secciones, de casa en casa a recolectar para la Bandera. Esta colecta ofreció los incidentes, unos molestos, otros graciosos, que suelen dar estas cosas. Pero el resultado fue brillante y se logró el deseo de las chicas y del Comité de que se pudiera decir que en la elaboración de la Bandera había contribuido toda la Ciudad. Se habían llenado más de las tres cuartas partes del presupuesto que había formulado Pericas y aún quedaban esperanzas de llenar más esta hucha. El trabajo de la Bandera sería largo, porque entraban el pintor, el bordador, el escultor, el platero, la costurera, y aún lo primero que se tenía que hacer era tejer la tela en Valencia, para obtener la entonación que el proyecto exigía. Pero la Bandera, con la ayuda de Dios, estaría a la hora marcada.

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