Jaume Balmes Urpià

Jaume Balmes Urpià

domingo, 6 de septiembre de 2020

XXIII) LA VELADA DEL VIERNES EN LAS SOCIEDADES .- LA FUNCIÓN DRAMÁTICA.-LA GENTE POR LAS CALLES.

LA función dramática gratuita era natural que se dejara para el pueblo, que tiene tan pocas ocasiones de disfrutar económicamente de diversiones artísticas. El Comité, al hacerse cargo de la ejecución de esta nueva fiesta, comprendida en el cartapacio de la Comisión de cívicas, tuvo que discurrir un poco sobre dos cosas no siempre fáciles de resolver: a qué compañía catalana confiaría la función y qué obras escogería para quedar bien, al mismo tiempo, con las conveniencias del arte y las de la moral. Para ir mejor guiado, acudió a técnicos, estando el Teatro cerrado, sin compromiso con nadie, a fin de que el deseo de todos que comprendía tanto las obras que se representaran como la ejecución, fueran lo mejor posible. Estos le aconsejaron que se dirigiera a la compañía del celebrado actor Augusto Barbosa, que estaba acabando de cumplir sus compromisos con el Teatro de Manresa, considerándola como la más completa y la más homogénea que en aquella ocasión actuaba en Cataluña. Ahora, en cuanto a las obras que se tenía que representar, no hubo avenencia entre el Comité y los técnicos y el mismo Barbosa. Estos querían una función de gran pompa, una especie de acontecimiento, con drama moderno y dando pie a los actores para desplegar a sus anchas todo su talento y renovar en tan señalada ocasión como el Centenario, triunfos indudablemente bien merecidos. En este sentido los referidos técnicos propusieron la representación de Terra baixa, de Guimerá, el cual era aceptado con mucho gusto por Barbosa y su Compañía. Pero dentro del Comité dominó, al fin, otro criterio. Tratándose de una función eminentemente popular en la que los espectadores que estuvieran presentes cabrían mejor y les agradaría más el genero cómico que el trágico, parece más prudente y oportuno elegir dos comedias en dos actos, yendo a buscar una en el teatro antiguo y la otra en el repertorio moderno. La primera fue, en su tiempo, tan celebrada y aplaudida: La Pubilla del Vallès, de José Ma Arnau, casi el único autor superviviente de aquella tanda gloriosa de la escena catalana, y del teatro moderno puede decirse que se impone por sí misma Gent d’ara, del malogrado Eduardo Coca, de quien conocemos ciertamente que, si hubiera estado vivo, le habríamos dado con esta representación una gran y sincera alegría. La entrega de localidades y entradas al numerosísimo público que a la hora anunciada se presentó en el despacho fue, contra el temor de algunos, cosa sencillísima y sumamente ordenada, no habiendo otro guardador del orden que un solo municipal. Naturalmente que, no debiendo contar dinero ni devolver cambio, el trabajo pronto se realizó. Claro que ayudó en ello el encargado del despacho, el activo Ramón Om, a quien el Comité quedó vivamente agradecido por el entusiasmo y abnegación con que lo secundó, no sólo en esta función sino en todas las que necesitaban de su concurso, que fueron varias y alguna de tan mal ordenar como la ocupación de sitiales tomados para contemplar la Fiesta folclórica. Decía más arriba que era natural que la función dramática gratuita se dedicara al pueblo. El Comité y antes la Comisión de fiestas cívicas habían entendido que aquella velada estaba hecha a propósito para dejarla libre a las Sociedades recreativas para que la pudieran dedicar, cada una en el orden de diversiones que considerara más oportuno, a sus respectivos socios, y así fue también entendido y aceptado por todas. Las unas la aprovecharon para representaciones líricas o dramáticas, otras para baile, y algunas, como Catalunya Vella, para concierto. El de ésta, fue instrumental, ejecutado por parte de los mismos profesores de Barcelona que al día siguiente tenían que frecuentar en la función lírica popular. Estaba dirigida por el mismo maestro Lamotte de Grignon, encargado de su dirección. Estas funciones de sociedad, que fueron todas muy concurridas y lucidas, y que dieron buena ocasión a las mozas vicenses para volver a lucir los bonitos vestidos que se habían hecho para las fiestas, no quitaron nada a la animación de las calles que iban llenas hasta los topes, y menos aún a las sardanas, que se bailaban por propios y forasteros con un entusiasmo siempre creciente y pegadizo. Había gente para todo, porque el número de los que venían de fuera también seguía una progresión ascendente. Y así tenía que ser hasta el domingo, día que esperaba todo el mundo, con fundamento, que fuera una verdadera invasión. El Paseo de Santa Clara era, naturalmente, el lugar más favorecido, como suele ocurrir en todas las fiestas. Bien que muchos, antes de quedarse para gozar de la animación, hacían la vuelta a las Ramblas para contemplar lo que llamábamos historia de la luminaria, y especialmente para recibir la singular impresión del fuego de los faroles en la majestuosa y centenaria muralla del Portalet, o Rambla de Moncada. En cuanto a la función gratuita del Teatro Principal podemos decir que no choca con la más mínima contrariedad. La animación fue grande, como cabe suponer, en la platea y en los dos pisos superiores. Los palcos del piso principal se habían reservado a los Congresistas y fueron también bien aprovechados. El Teatro lució la misma vistosa empaliada del día anterior, e igual o mayor luminaria. La compañía de Barbosa interpretó las dos obritas cómicas que hemos citado con gusto exquisito y el público rió y se divirtió de verdad. Por otra parte la mise en scène fue todo lo cuidada que los recursos del Teatro, nada excesivos, permiten. De todas las fiestas populares de aquellos días esta es indudablemente de las que salieron más redondas y más exitosas y por supuesto de las más aceptadas por todo el mundo. Será bueno no olvidarlo.

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