Jaume Balmes Urpià

Jaume Balmes Urpià

domingo, 6 de septiembre de 2020

XX) LA INFANTA EN RIPOLL.—REGRESO.—EL CONCURSO PE¬CUARIO.—VISITAS.—LA COMIDA MUNICIPAL.—DESPEDIDA DE LA INFANTA RUMBO A MADRID.

EL programa especial que se había hecho entre el Co¬mité y el Gobernador y que, desde La Granja había aprobado Doña Isabel, comprendía un rápido viaje de esta Señora, al Monasterio de Ripoll. El Gober¬nador quería hacerlo en la tarde del viernes, para volver directamente a Barcelona, y de allí a Madrid; pero aquí había el interés de que S. A. viera la fiesta folclórica, sin duda la más original de todas las que comprendía el Programa, y sin alguna duda la que más había despertado la expectación del público. En virtud de este interés, la excursión a Ripoll se había acordado hacerla por la mañana, a las ocho horas, para volver entre once y doce, con el objeto de hacer la inauguración del Concurso Pecuario, visitar después el Museo Episcopal y la exposición de recuerdos de Balmes, y asistir después a la gran comida con que el Ayuntamiento, junto con el Comité Ejecu¬tivo del Centenario, quería obsequiar a Doña Isabel y a las ilustres personalidades que venían con ella. Aunque se había retirado tan de madrugada, S. A. compareció dispuesta en la Estación a la hora convenida. Subió con numerosa compañía en el mismo tren que la había traído de Barcelona y en poco tiempo llegó a Ri¬poll, donde tuvo halagüeña llegada, como fue objeto de saludos cariñosos en todas las estaciones del tráfico. A la hora señalada, Doña Isabel volvía de Ripoll y desde la Estación misma se iba a la Plaza de Balmes, donde había instalado el Concurso de ganado. Los ejemplares estaban separados por barreras y el conjunto de las instalaciones estaba adornado con banderas y guirnaldas. Una espaciosa tribuna se había alzado para hacer la ceremonia de la inauguración y dar lugar a que los Jurados se sentaran. La señora Infanta mostró la complacencia con que asistía a esa curiosa fiesta, por otra parte en aquellos momentos muy animada. Gran interés le despertaban los curiosos ejemplares allí expuestos, entre los que no faltaba nuestro famoso burro garañón, al que llamamos familiarmente el superburro, que en este concurso, como en otro anterior, tenía que llamar tan poderosamente la atención de quienes entienden; fijando también la vista de todo el mundo en contemplar la magnífica copla de tres yeguas, que resultó premiada, a las que puso alguien el sobrenombre de Las tres Gracias. Doña Isabel recorrió a pie todas las instalaciones, e hizo delante de cada ejemplar interesantes comentarios. Ese interés y la afición del público demostraron que el Concurso, tan bien arreglado y con tanta solicitud por la Cámara Agrícola Ausetana, no desdecía tanto del conjunto de las fiestas centenarias como supusieron algunos al iniciarse la idea. Acompañaron a S. A. en esta visita al Concurso, además de las Autoridades y de las principales personalidades de la citada Cámara Agrícola, los señores del Consejo provincial de Agricultura, presididos por D. Guillem de Boladeres y el conocido jefe agrícola de la Provincia, D. Isidoro Aguiló, de uniforme. Desde la Plaza de Balmes se encaminó Doña Isabel al Museo Episcopal, que visitó acompañada de los señores Arzobispo de Tarragona y Obispo Torras y de muchas otras distinguidas personalidades, haciéndole de cicerone el Conservador del Museo, Mosén José Gudiol, junto con algunos miembros de la Junta de Gobierno de dicha institución. El examen de las colecciones arqueológicas hecho por la señora Infanta llevó buen rato y, después de haber manifestado varias veces la competencia que tiene en estas materias, quiso enterarse, preguntándoselo con mucho interés, de la organización del Museo y de qué ley de medios tenía para subsistir, admirada de la riqueza de cada una de las secciones. Le fue presentado el álbum de visitas, que es ya un verdadero tesoro de firmas, y S. A. estampó la suya, siguiéndole el señor Ministro de Gracia y Justicia y demás ilustres acompañantes. Aún antes de comer, la señora Infanta quiso visitar, en casa Balmes, la interesantísima exposición de recuerdos personales, del gran escritor, que la familia le enseñó con singular complacencia, dándose por muy honrada con tan alta visita. La comida en la Casa la Ciudad fue la más concurrida y pomposa de todas las comidas en que había estado Doña Isabel. Los comensales eran un centenar: había el Ministro, el Gobernador, el Capitán General, el Presidente de la Diputación, todos los Prelados, las comisiones de Diputados provinciales y de concejales barceloneses, el Alcalde y Ayuntamiento de Vic, el elemento militar, los congresistas más notables, los periodistas de dentro y de fuera y con la Infanta, como es natural, todo su acompañamiento. Los platos fueron admirablemente servidos por la casa Pince de Barcelona, y un sexteto, dirigido por el Maestro Cortinas, tocó durante la comida en la sala inmediata ciertas composiciones de música di camera. La fiesta tenía lugar en la gótica sala de la Columna, antigua del Consejo, suntuariamente empaliada. En la mesa de honor, preparada en la tarima de ceremonias, se sentaron, haciendo compañía a la señora Infanta, a la derecha el señor Arzobispo de Tarragona, el Presidente de la Diputación provincial, D. Enric Prat de la Riba, el general Aranda, del acompañamiento de S. A., y el Senador vicense D. Ramón d'Abadal. A la izquierda el alcalde de Vic, señor Font y Manxarell, la señora Duquesa de Nájera, el general Weyler, el Presidente de la Audiencia Territorial, señor del Río, y el Diputado a Corte por el Distrito, don Rómulo Bosch y Alsina. En las otras mesas se guardaba el turno de jerarquía de cada uno de los numerosos comensales. Ni que decir si la comida fue animada, sin merma del respeto debido a la augusta presidenta. De Casa la Ciudad se fue Doña Isabel al palacio de los Oriola y se puso el traje de partida, dirigiéndose después con todo su ilustre cortejo a la Plaza Mayor, para ver desde la tribuna oficial todo lo que pudiera de la fiesta folclórica. Pero esta se había retrasado por las causas que diremos en el siguiente capítulo. S. A. tenía prisa de irse para alcanzar el expreso de Barcelona a Madrid. Finalmente, una lluvia con goterones que obligó a abrir los paraguas la acabó de hacer decidir a irse a la Estación del ferrocarril, con exceso de anticipación y en el mismo instante en que la cabeza de la comitiva nupcial penetraba en la Plaza por la calle Estrecha o de San Cristóbal. Las palmas con que el público despedía a la Infanta se unieron con los primeros con que saludó la llegada del cortejo folclórico. Esta coincidencia perjudicó a la vez a la fiesta popular y a la despedida de Doña Isabel, porque 1a afluencia de gente a la Estación, que debería haber sido muy grande si se hubiera aprovechado un intermedio de la misma fiesta, perjudicó al interés por esta, y esta, en cambio, se resintió en su esplendor por haberse retirado el elemento oficial y por otras consecuencias que, como veremos, trajo esta retirada. De todos modos, la despedida fue muy afectuosa, con grandes aclamaciones de los que habían acudido a la Estación, y la señora Infanta, a pesar de la contrariedad, se fue contenta y satisfecha de su estancia en la Ciudad de Balmes. El tren que se la llevaba tuvo que hacer paradas por el camino para ajustarse a la hora del itinerario marcado, pues salió bastante antes de lo marcado en la consigna para complacer a S. A., siempre temerosa de no llegar a la hora prevista para transbordar con el expreso al llegar a Barcelona Con la señora Infanta se fueron su séquito de honor, el Ministro, el Capitán General, el Gobernador, la comisión municipal barcelonesa y la gran mayoría de comisiones y personajes oficiales que habían venido con ella. Se quedaron aún aquí los representantes de la Diputación provincial y muchos periodistas, especialmente los dedicados a la información gráfica.

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