Jaume Balmes Urpià

Jaume Balmes Urpià

domingo, 6 de septiembre de 2020

XXVIII) LOS FUEGOS ARTIFICIALES. — LA FIESTA POÉTICA. — DESPEDIDA DE LA COPLA DE PERALADA. — LOS ÚLTIMOS TRENES DE NOCHE.

EN unas fiestas populares no es posible prescindir de fuegos artificiales: la gente los echaría de menos. Por eso, la Comisión de fiestas cívicas los incluyó ya de inicio en su Cartapacio y procuró después que fueran cosa remarcable; que se notara la diferencia con los fuegos ordinarios de los días de San Miguel de los Santos. Lo que se acordó, también inicialmente y por unanimidad, fue el cambio del lugar donde se encienden esos fuegos, que tradicionalmente se sitúan en la parte de poniente de la Plaza. Pero, ya porque los aparatos pirotécnicos habrían causado mucha molestia al paso de la Procesión, ya también porque con la apertura completa de la calle Verdaguer habían ganado para esa función un nuevo lugar, que parecía hecho adrede, se hicieron en la espaciosa plaza de la nueva Estación. La multitud escalonada en la pendiente de la referida calle, podía contemplar a sus anchas y sin obstáculos, e incluso sin estrecheces, tan popularísima fiesta. No oímos ni una sola protesta por ese cambio de lugar, y a la hora de los fuegos, entre nueve y diez de la noche, una inmensa multitud se situó en el descenso de la nueva vía y aplaudió con gusto y con convicción los luminosos artificios del pirotécnico Saura, quien en ocasión tan solemne quiso quedar bien con la Ciudad de Vic, una de las más antiguas parroquianas, pues ya fue esa casa la que encendió la mecha de los fuegos artificiales en las fiestas de la Canonización de San Miguel de los Santos. Tras los fuegos artificiales se celebró en el Teatro Principal la Fiesta Poética, organizada por el Esbart de Vic en honra de Balmes considerado como poeta. El Teatro estaba adornado e iluminado como el día del Concierto de gala. Aquella lucida sesión fue, después de este, la fiesta de sociedad más brillante que hubo durante aquellas jornadas. Fue presidida por el Alcalde desde el escenario, en cuyo fondo se había puesto el busto del gran filósofo sobre un rumboso y florido pedestal. Estaban, junto al presidente, varias representaciones de sociedades literarias, entre ellas principalmente una del Ateneo Barcelonés, llevada por D. Miquel dels Sants Oliver y D. Rosendo Serra y Pagés. Alrededor de la misma presidencia se sentaron los más ilustres Congresistas en bello desorden. El Alcalde hizo un breve discurso de apertura, esmaltado de hermosas frases recordando el nacimiento y el desarrollo del Esbart de Vic y pronunciando los nombres de sus más gloriosos poetas, sobre todo el de Mosén Jacint Verdaguer, Maestro y fundador de aquella florida escuela de modernos trovadores, que tanto ha hecho para la poesía y para el lenguaje. Después alternaron poetas y cantores en un programa especial, muy variado. Hizo compañía a los escritores vicenses el señor Oliver, poeta clarísimo entre los mallorquines, que nos recitó sus magníficos Medallons, recibidos con un aplauso entusiasta. Entre las lecturas vino una completamente inesperada, que dio lugar a un incidente agradabilísimo. Habiendo el poeta D. Antonio de Espona juntado a las poesías originales la traducción de uno de los cantos de la Divina Comedia de Dante, fue rogado el insigne congresista D. Bosio a darnos a conocer el mismo canto en el idioma original. Pensamiento que fue recibido con estruendosa aprobación por el auditorio, con tanta más razón cuando el sacerdote italiano hizo preceder la lectura de una entusiasta peroración alabando nuestras fiestas del Centenario y demostrando, con expresivas palabras, su vivísimo agradecimiento a la noble hospitalidad de Vic. Y aún después de la lectura, que prolongó con la del famoso canto del Conde Ugolino, no quiso retirarse de la tribuna sin darnos un caluroso Addio!, que fue contestado con grandes aclamaciones de toda la selecta concurrencia. Tan notable como la parte literaria de la fiesta fue la parte musical. Los organizadores la dictaron de la misma manera que las fiestas florales de Colonia, combinando las poesías con canciones artísticas y populares, la mayor parte acompañadas del arpa. A tal efecto se hizo venir de Barcelona la gentil arpista, Raquel Martí, quien, con su arpa adornada de flores, acompañó las canciones vicenses El Plor de la Tórtora, Cançó del amor y L’Estudiant de Vic, delicadamente cantadas por la tan aplaudida artista del Orfeón Catalán Andrea Fornells. El coro de jóvenes de Mosén Romeu añadió a esas canciones El Mestre y Oydá!, y aún hay que añadir otras dos, cantadas con la afinación y buen gusto de costumbre por el tenor Mosén Miguel Rovira. La señorita Raquel Martí abrió y cerró la sesión con dos suavísimos tañidos de arpa que hicieron gozar vivamente al ilustrado auditorio. A pesar del terrible cansancio del día que, poco o mucho, se notaba en todas las caras, ese acto, casi podríamos decir final de las fiestas, resultó una solemnidad plena, lucidísima, de tinte y sabor aristocrático, digno en todo y para todo de la Poesía y de la Música. Cuando salíamos del Teatro todavía había encendida toda la luminaria, y allí, en el Paseo de Santa Clara, los sardanistas recogían avaramente las últimas notas de la copla de Perelada que hacía en esos momentos su despedida. Nadie que no sienta el encanto misterioso de la sardana puede comprender este pesar de los últimos compases ejecutados por una copla perfecta, que sabe dar a la típica danza todo su perfume ideal, nacido directamente del ritmo. Es tan rara la presencia en Vic de una orquesta tan fina, tan ajustada, tan sonora como esa! Y ven siempre tan lejano su regreso los entusiastas sardanistas! Pero llegó, el fin inapelable de esa sesión última, y los forasteros, en verdaderas riadas, se encaminaron a la Estación para coger los últimos trenes de la noche, unos hacia Barcelona y los otros hacia las poblaciones de Montaña. En la Estación habían calculado mal. Los trenes preparados no alcanzaban a contener ni la cuarta parte de pasajeros que querían meterse. La venta de los billetes no obedecía ni mucho menos a la capacidad del tren. Y con ello, la salida de los convoys se iba retrasando, con las naturales protestas de quienes no trataban de pasar toda la noche en el tren por falta de previsión de la Compañía. Además, hubo otra fatalidad: se terminó todo, los billetes y la paciencia, y los trenes fueron materialmente asaltados por los pasajeros, con o sin billete, arrancando de la Estación de la mejor manera posible, cuando ya había tocado la una de la madrugada. Más de dos mil forasteros salían en ese momento de la Ciudad, los últimos que aquel día se iban. Las fiestas de multitud se habían acabado. Las del día siguiente, lunes, tenían ya, podríamos decir, un carácter de tornaboda. Hagamos una breve y última reseña.

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