Jaume Balmes Urpià

Jaume Balmes Urpià

domingo, 6 de septiembre de 2020

XVI) LOS POBRES.—INAUGURACIÓN DE LÁPIDAS.— EXPOSICIONES.— LA BIBLIOTECA BALMESIANA.

LA primera nota del programa era la de la caridad. En el presupuesto de gastos había dado el Comité preferentemente ese deber de socorrer a los pobres, dándoles pie para que pasasen las fiestas como la gente rica o acomodada. La subcomisión que se encargó, de la que era el alma D. Ramon Espona y Sitjar, preparó las cosas por adelantado y quiso saber ante todo a quien le hacía la caridad para no esposarse a una indigna explotación. E hizo bien, porque, gracias a las investigaciones que se hicieron, se descubrió que incluso personas que tenían propiedad se habían atrevido a solicitar el socorro de las fiestas. La referida subcomisión logró hacer un verdadero patrón de pobres que podría tener utilidad posterior. Pero esos, de todos modos, fueron tantos que la distribución de bonos, comenzada a siete horas de la mañana, llevó casi todo el día. Hacia las once, había reunidas en la Casa de la Ciudad las personalidades y corporaciones que habían de asistir a la ceremonia de las varias inauguraciones que se hacían aquella mañana. Salió la comitiva de allí presidida por el Alcalde y acompañada de la Banda Municipal. En la fachada de la casa de D. Juan B. Riera (Casa Vilada), recién restaurada y magníficamente empaliada había una lápida que se estaba a punto de descubrir recordatoria de que allí dentro había nacido el chico Jaime Balmes y Urpiá. El acto del descubrimiento se hizo siguiendo las rúbricas propias de estos casos. La lápida es de mármol grisáceo, de grandes proporciones, orlada de oro. La inscripción dice así: EN AQUESTA CASA ALS 28 D’AGOST DE 1810 NASQUÉ LO DOCTOR JAUME BALMES VENINT AL MON PER ILUMINARLO AB RESPLANDORS DE CRISTIANA SABIDURIA De allí la comitiva, saliendo de la Plaza Mayor por la calle de San Cristóbal, bajó por la calle de Manlleu hasta la Escuela Municipal de Dibujo y Modelado, en la que los alumnos y ex alumnos, para alardear a su manera del Centenario, habían organizado una curiosísima exposición de trabajos artísticos. El interés innegable que ofrecía esa hermosa exposición fue apenas conocido por el público, porque le quedó poco tiempo para visitarla. Fueron un poderoso enemigo de esas exhibiciones las sesiones del Congreso de Apologética, que eran el supremo atractivo de aquellas jornadas. El Alcalde cumplió con la ceremonia de abrir aquella exposición y, aunque fuera sólo de pasada, los visitantes oficiales se pudieran convencer de que no desdecía nada del alto grado de intelectualidad que ofrecían las fiestas. Fue continuando el descubrimiento de lápidas. Una había que, tras largos años de tenérnosla prometida la Sociedad Arqueológica, acababa de poner en el frontis del Templo Romano. Era la que recordaba la ocasión y la forma en que se descubrió aquel importantísimo monumento, testimonio admirable de la Ausa romana. La lápida, en rico mármol blanco y grandes letras rojas, era soberbia y la descubrió también el Alcalde. La leyenda es la siguiente: HOC INSIGNE ROMANAE ANTIQVITATIS MONVMENTVM CIVITATIS AVSETANAE DELVBRVM INTRA MOENIA VETERIS CASTRI DE MONCADA PER PLVRA SAECVLA DELITESCENS OCCLVSSVM DENVO LVCI REDITVM ANNO MDCCCLXXXI SOCIETAS ARCHAEOLOGICA VICENSIS STIPE COLLATA NE DIRVERETVR PROVIDIT POSTERISQUE SERVANDUM CURAVIT De allí a la casa mortuoria de Balmes, la antigua casa Bojons, hoy de Fatjó Vilas. A raíz de haber desaparecido del mundo de los vivos el gran filósofo, por un acuerdo municipal se pone allí una lápida que ni por la materialidad de sepulcro ni sobre todo por su macarrónica leyenda era digna del hombre que recordaba. Desde el principio, se había preocupado el Comité de aprovechar la ocasión para cambiarla y después de algunas dudas tomó definitivamente la resolución de hacerlo. La lápida de la casa mortuoria La lápida nueva es también de mármol blanco y se surmonta por un guardapolvo de piedra. La leyenda es latina. El Comité había considerado natural que la del nacimiento fuera en catalán y la de la muerte en una lengua universal, toda vez que, al morir, Balmes ya no era sólo honra de la Ciudad sino de todo el mundo y especialmente de toda la Cristiandad. Es así: HOSPES IN HAC NOBILI DOMO DIE IX IVLII ANNI MDCCXCVIII OBIIT DOCTOR IACOBVS BALMES OB CVIVS IMMATVRAM MORTEM LVXIT ECCLESIA DOLET ADHVC HISPANIA Esta fiesta de las inauguraciones apenas estaba a medio hacer. En la Biblioteca Episcopal estaban esperando que llegara la comitiva para hacer la de la Biblioteca Balmesiana, la librería de honor donde se guardarán desde entonces no sólo las obras en todas las ediciones y traducciones que se puedan recoger sino toda su bibliografía, todos los documentos y recuerdos balmesianos de ese carácter y también todos los papeles del Centenario. Es un armario artístico de madera de melis, de cuatro grandes caras, que está coronado por un bonito busto de Balmes, obra del joven escultor vicense Pedro Puntí. Por el friso corre la siguiente leyenda en caracteres monumentales dorados: SCRINIVM • BALMESIANVM - ANNO • MCMX • ERECTVM - NATALIS MAGNI • DOCTORIS - RECVRRENTE • CENTENARIO. Esta librería está colocada en la primera sala de la Biblioteca Episcopal, al extremo de la misma, entrando a mano izquierda. Saliendo de allí, la comitiva se fue a la casa de la familia Balmes, donde ésta había reunido un montón de recuerdos interesantísimos de su ilustre antepasado, incluso los objetos de uso personal, pero especialmente algunos manuscritos y su primer escritorio. También había su testamento. La sala de la exposición, alta y esbelta como de casa señorial, sencillamente restaurada y bien empaliada, y de muy buen gusto. Situada en el centro de la Ciudad, ante el mismo Palacio Municipal y junto al nobiliario alojamiento que se destinaba a la Infanta Isabel, había de ser muy visitada por forasteros y por gente del país. La familia Balmes cumplió, con esto y con tantas otras cosas, con la deuda de honra que les legó la reputación de su ilustre ascendiente. Abierta tan sugestiva exposición, la comitiva oficial puso término a esa ronda de inauguraciones con la de los obeliscos-faros, apenas acabados, mojados aún de la original pintura con que les había vestido Jujol. La comitiva entonces se disolvió y todo el mundo se fue a comer, preparándose para el trabajo de la tarde. Para el Comité continuaba aquella siendo tan grande que no hubo posibilidad de cumplir el acuerdo, tomado el día anterior, de que dos de sus miembros fuesen hasta La Garriga a recibir a la señora Infanta. Una comisión del Ayuntamiento la había ido a recibir a Barcelona. El programa no señalaba ninguna fiesta por la tarde, y es que ya estaba en la mente del Comité que esa debería destinarse a la recepción de Doña Isabel, de quien ya hacía rato que se sabía que había llegado a Barcelona. El tren especial que había de llevarla hasta aquí tenía señalada su llegada para las cinco y media, pero en el correo que viene cerca de las cinco horas traía al Orfeón Catalán, varios prelados, diputados, y senadores y congresistas de primera fila. Le interesaba, pues, al Comité estar en la Estación a media tarde. Pero todavía hay un montón de cosas por prevenir y el Comité debía de tener sesión en todas partes. Una la hay sobre la cual no puede resolver, yendo como va, encajada con un grupo de otros: la recepción a la Infanta. El Programa anuncia congresistas al Palacio Episcopal y a la Casa la Ciudad, el Comité en su opinión debería haber guardado la de Doña Isabel para el viernes, pero debería de ser hacia el medio día, y por la mañana está ya acordado que irá a Ripoll, además de que tiene que inaugurar el Concurso pecuario. Convenía, pues, estar preparado para todo y disponer las cosas de manera que la recepción, si la Infanta ordenaba que fuera aquella noche, y tal vez inmediatamente de haber llegado, pudiera hacerse sin complicaciones y sin ahorrarle, por la precipitación, nada del esplendor que le era preciso.

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